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Con cada paso que daba, Joe sentía que el dolor punzante en su corazón se hacía cada vez más fuerte, sentía un ardor en su pecho que no podía eliminar y su estómago se revolvía hasta el punto de que le parecía que iba a vomitar. Un par de médicos pasaron a su lado, llevaban una camilla, ocupada por un paciente cubierto por una manta blanca. Después de una caminata dolorosa, llegó al frente de la puerta donde todo su mundo perdió el control, la puerta con la placa "442", puso su mano en la fría perilla de la puerta y un recuerdo efímero le atravesó la mente:

Joe salió de aquella puerta, Ámbar estaba grave. Recorrió el pasillo y se sentó en uno de los sillones de la sala de espera consternado por la situación., en ese momento, el doctor se le acercó:

—Joe, siento decirte esto, pero es imposible salvarla. —le tocó el hombro. —Esperamos que fallezca dentro de dos o tres días.

—¿Qué? —casi gritó. — No, no puede ser. —Joe intentaba contener las lágrimas.

—Lo siento mucho. —jaló un sillón y se sentó frente a él. —Mira, si te es de ayuda, podemos salir y tomar un café, charlar un rato y olvidarnos de todo esto, aunque sean diez, veinte minutos.

—No lo sé, me sentiría culpable por olvidarla, a pesar de ser unos minutos.

—Pues, lo que decidas, me encontrarás en aquel cuarto.

—Gracias, ¿eh...?

—Aarón. —estrechó su mano. —Bueno, ya sé que eres Joel.

—Joe, prefiero que me digan Joe.

—Un gusto, Joe.

—Igualmente, Aarón.

El doctor se fue, dejando su sillón frente a Joe.

Regresó al presente cuando alguien le tocó el hombro, era Erick.

—Joe, no es bueno que vengas aquí.

—Déjame en paz, Erick.

—No, te estás haciendo daño subiendo aquí.

—Eso no te importa, ahora vete y déjame solo.

—No.

Joe refunfuñó y abrió la puerta, para sorpresa de ambos, no había algún paciente ahí, sólo una cama y los mismos aparatos médicos que estaban en el cuarto de Eva. Él se acercó a la cama vacía y puso una mano sobre ella.

—Siento como si ella aún estuviera aquí. —volteó a ver a Erick. —No puedo creer que esto me haya pasado a mí, hace apenas unos meses ella y yo estábamos planeando viajar, ¿sabes? Ella quería ir a Inglaterra. —una fuerte melancolía se notaba en sus labios, apretó las sábanas con su puño.

—A veces, las cosas más inesperadas ocurren, Joe.

—Es mi culpa, no evité que ella se infectara, ¿Por qué no yo?

—Amigo, sabes bien que eres inmune, no puedes enfermar, además, no sabemos dónde se infectó, pudo ser en cualquier lado, incluso tu casa, si es que alguien infectado entró.

—Aun así.

—Vamos, que tú sabes bien cómo funciona esto de las enfermedades.

Joe se quedó callado, era cierto, cuando Joe estaba en la universidad se había inscrito en un curso de medicina, donde le enseñaron desde cómo se propaga un virus hasta cómo dar primeros auxilios e información sobre algunas medicinas para casos de emergencia, él recordaba bien ese curso, pues lo había cursado con su futura esposa, que en ese entonces era sólo una conocida más del grupo.

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