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El recorrido de autos seguía ahí, incluso se había alargado. Joe lo miró desde su vehículo, aparcado varias calles a distancia. Varias personas caminaban a lo largo del trayecto hacia el hospital, mientras otras preferían esperar en sus autos. El exesposo de Ámbar miró a las personas caminar, andaban con paso acelerado, lo que indicaba que tenían prisa. No se metería a esa masa de metal para esperar por horas algo que necesitaba saber de inmediato, así que bajó de su auto y se encaminó al desfile de autos, pronto estuvo en medio de una larga fila de personas caminantes.

Caminó con ellos en silencio, escuchando lo que se decían entre sí. Un par de hombres, ambos fornidos y sudorosos, que estaban frente a Joe, se pusieron a hablar de la razón de todo el alboroto citadino, así que se acercó a ellos y prestó atención a sus palabras.

-¿Crees que sea cierto? -dijo el que se encontraba a la izquierda, el hombre llevaba una playera verde y pantalones de mezclilla, su acompañante llevaba unos similares, pero tenía playera blanca, entintada de un asqueroso color amarillento en las axilas. -¿Encontraron la cura?

-Eso dijo Brenda-levantó los hombros-Yo le creo.

-No puedo creer que viva para ver esto.

-Yo sí, siempre pasa. Llega una enfermedad devastadora, miles mueren, después el pánico y cuando las cosas están empeorando, sale un doctor de la nada diciendo que tiene la cura. Todos vamos, estemos o no enfermos, y al final resulta que la cura es una pastilla que debemos tomar por años, todo para hacer más ricos a las farmacias.

-Vaya. -dijo el hombre de playera verde. -¿Entonces qué haces aquí?

-Mi hijo necesita la cura, medicina o lo que sea que estén dando. Con que deje de sufrir me basta, ¿y tú?

-Mi esposa. Está cada vez peor, no puede ni levantarse...

Va a morir. Así se sintió Ámbar en sus últimas semanas. Ese hombre terminará como yo... o tal vez no, pensó. De cierta forma, Joe sentía envidia de ese hombre, si la dichosa cura era real, su esposa no estaría en un ataúd la semana siguiente, cosa que le ocurrió al amor de su vida. Sacudió la cabeza como si estuviera ahuyentando a una mosca y permaneció en silencio mientras avanzaba. Todo era muy lento, y el hospital estaba aún a quince cuadras, caminó un poco más rápido y rebasó a los hombres. Sentía la adrenalina correr por su cuerpo, su estómago hormigueaba, sentía esas tan conocidas mariposas dentro de sí y no sabía por qué. Cada vez que dejaba atrás a las personas que caminaban con tranquilidad, miraba a sus lados, esperanzado de encontrarse con Eve o con Erick, tal vez con Ed, pero sólo se encontraba con rostros desconocidos, personas que en su vida había visto. Se percató que casi todos iban acompañados, ya sea en parejas o quintetos, incluso miró a una familia numerosa cuatro personas delante de él.

También las rebasó.

Ver esto lo hizo sentir solo, tanto que llegó al punto de desear encontrarse con quien sea, con tal de que lo conociera, no le importaba si se encontraba con el hombre del bastón, o con Akuma, aunque bien sabía que él se había ido. Esperaba, sobre todo, encontrarse con Ámbar, esperaba que todo hubiera sido un sueño extraño y verla a su lado, caminando hacia la cura.

Pero no sucedió. Llegó a un punto de la ciudad que no conocía. Era una pequeña plaza al aire libre, el mar de gente la atravesaba sin siquiera fijarse en las personas que se habían hecho a un lado para descansar, había algunos que estaban dormidos. O muertos, pensó sin querer.

El lado bueno era que desde ahí ya era visible su destino; desde detrás de unos árboles se erguía el hospital. Un edificio cuya pintura blanca se había desgastado y mostraba manchas cafés que a una distancia considerable eran imperceptibles. Todas las luces del hospital estaban encendidas, de vez en cuando se veían sombras en el interior de las gruesas ventanas.

El DueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora