15. Pacto.

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—¡Tú! —exclamó Joe. —¡Tú la mataste! —sus gritos eran demasiado fuertes, pero nadie fuera del cuarto parecía escucharlos. Nadie acudía a revisar la causa de los gritos.

—No. Joey. —dijo Akuma con calma, seguramente sonreía detrás de la máscara. —No fue mi culpa. —se volvió hacia Erick. —¿Ya le dijeron el porqué de su desmayo?

—No. —susurró Erick.

Joe se puso aún más histérico.

—¿De qué hablan?

—No lo sé. —se apuró a decir su amigo. —Supongo que tu sí. —miró los ojos en la máscara de Akuma.

—Yo lo sé todo. —miró la hora en el reloj reposado en la mesita de noche al lado de la cama de Joe. Cuatro de la tarde. —En media hora sabrás.

—¡Juro que te mataré! —gritó Joe desde la cama, se movió tan bruscamente, que le dolieron las costillas. —¡¿Qué no sabes lo que duele perder a un ser querido, a tu esposa?!

Akuma rió ante aquel comentario, amenaza. Reía tan extraño, que Erick no pudo evitar sonreír un poco, y muy en sus adentros, Joe también lo hacía.

—Ay, Joe. ¿Cuándo vas a entender?

—¿Entender qué?

—Verás, Joe... No soy humano; no tengo la capacidad de sentir. Y no la necesito. —metió su mano en la gabardina que traía puesta y saco de ella el arma que Joe había comprado unas horas atrás. —Y si no me crees, adelante. —se la tendió. —Dispárame.

Un doctor entró justo en el momento en que Joe apuntaba el arma hacia Akuma, a quien, por supuesto, no podía ver.

—¡Señor, baje el arma! —exclamó alarmado.

—¡No! —en ese momento, Joe sólo quería terminar con todo. —¡Debo dispararle!

—¿A mí? —el miedo se reflejaba en sus ojos. Levantó las manos.

—A usted no. —le sudaban las manos, temía jalar el gatillo o soltar el arma por accidente. Ya había usado un arma antes, siempre lo detestó, al igual que Ámbar. Le prometió que nunca le vería con una en sus manos, y, aunque ella ya no estaba ahí, sintió su presencia, sintió el dolor que ella sentiría al verlo romper una promesa. —A Akuma, el que está a su lado.

El hombre giró su cabeza con temor, no había nadie ahí. Volteó a ver a Erick, él estaba tranquilo, como si supiera que estuviera por pasar.

—Baja el arma, Joey. —dijo Akuma, quien también tenía levantadas las manos, sólo por diversión. —Déjame explicarte.

—¡No! —gritó. No pudo más, apuntó directo a la máscara de Akuma y... bajó el arma. No podía, no ahí. Lo arrestarían o podría matar a alguien. —¿Qué quieres decirme? —dijo en una voz bastante baja.

—Bueno, venía a decirle el porqué de su desmayo. —comenzó el doctor.

—Te veré en la terraza de tu departamento, Joey. —Akuma parecía calmado, como si supiera que aquello iba a pasar. —Erick, quiero que tú también estés ahí. —Erick asintió y Akuma se esfumó.

—Eh... ¿Me ha escuchado? —preguntó el doctor, aún tenía miedo de Joe, quien le tendió el arma a Erick.

—Si, ¿qué me pasó? Disculpe por lo del arma, eh... —frotó sus manos en sus muslos, le sudaban. —No me he sentido muy bien últimamente, yo... Creo que entré en crisis, no sé. ¿Por qué me desmayé?

—No se preocupe, no es la primera vez que me apuntan con un arma. —soltó una leve risa. —Bueno, al parecer su desmayo se debió a un exceso de estrés. —suspiró, su sonrisa se desvaneció y miró al piso, luego vio a Joe a los ojos. —Eso no es nada, suele ocurrir en la población, pero el problema es que, cuando hicimos los demás estudios para corroborar si fue causa de estrés y... descubrimos algo interesante.

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