Supongamos que tu boca no me mató mil veces, para que me curaras mil y una.
Supongamos, que no te extraño cada noche. Que mi cama no te pide a gritos. Que mis dedos no buscan tu espalda. Que no te aparto el pelo de la cara, que no me he perdido en el encaje de tus bragas.
Supongamos, que no te busco al despertar cada mañana. Que no madrugo por verte a ti dormir.
O supongamos que vuelvo. Supongamos que me esperas. Que te llamo y me contestas. Que te quiero y que tú dices hacerlo más.
Supongamos que no me has olvidado, que no te he perdido, que no nos hemos hecho añicos.
Supongamos que me quieres, que no hieres.
Supongamos que aún sueño, tiemblo y vivo, cuando me miras debajo de las sábanas.
Supongamos que llueve, que hace frío, y vuelves a hacerte pequeña entre mis brazos, buscando un pecho que te preste su abrigo.
Supongamos que no necesitamos volar, que nosotros tenemos nuestro propio cielo, y que lo forman nuestros labios al rozarse.
Supongamos que suena extremo, que no canto tan mal. Que bailamos cerca, que reímos juntos.
O supongamos que se apaga la luz, que se consume la llama. Que ni brillo, ni quemas.
Supongamos que tiemblas, y no te sostengo. Que tengo miedo, y no me lo quitas.
Supongamos que pasó el tiempo, que se acabó la magia, porque se descubrieron mis trucos, porque dejaste de creer en magos.
Supongamos que perdí el poder de hacerte crecer, y tú encontraste quien te hiciera creer que alguien puede superarme, en esto de querer. O al menos, de quererte.
Pero por último, supongamos, que no hemos supuesto nada. Que esto es tan sólo un mal sueño, y que en mi almohada, no ha habido lágrimas.
