Capítulo 6: Añoranzas de un alma perdida.

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Recuerdos y lo último de este 9 de septiembre (por suerte):

Miro al techo de mi habitación inmóvil, quieta como un cadáver, quieta como lo que quizás debería ser. Las lágrimas brotan de mis ojos pero yo no sollozo, no grito, no me sorprenden. Hace tiempo que le dejé de dar importancia a llorar, a sentirme mal, quizás esa sea la forma en la que deba vivir, o morir. Aún así no puedo evitar preguntarme a mí misma desde cuando todo es así, desde cuándo empecé a morir por dentro. Realmente es una pregunta absurda, tengo claro que esta es mi vida desde que la perdí.

Sigo con la vista fija en el techo, maldiciendo la vida, por haberme quitado lo único que le daba sentido a la misma. Vuelven a mí los recuerdos de su espalda, de su melena ondeando ligeramente con el viento. Recuerdo el movimiento de sus suaves labios para dar espacio a su sonrisa. Dibujo su rostro con la mente, trazando con cuidado los puntitos de sus pecas. Siempre me dio la impresión que iba delante de mí, que estaba a una distancia increíble. Siempre pensé que nunca la alcanzaría, y efectivamente, nunca lo haré; sin embargo, ella no lo veía así. Me sonreía y cuando lo hacía sus ojos llenos de humildad y sinceridad brillaban como dos perlas perfectas, puras y sin corromper, su dulce voz me envolvía y repetía la frase que habré podido escuchar cientos de veces:

"No camines detrás de mí, quizás no sea capaz de guiarte. Tampoco camines delante de mí, quizás no pueda seguirte. Tan solo camina a mi lado."

Me parecía tan pedante repitiendo estas palabras una y otra vez, pero ahora me pregunto una y otra vez de quién sería esa pequeña frase. Daría mi vida entera por escucharla una última vez.

Escucho la puerta de casa abrirse revolviendo y empujándome fuera de mis recuerdos. Me levanto y me meto en el baño, no quiero que mi padre me vea así. Observo mi reflejo, tengo los ojos rojos y marcas en mis carillos de todas las lágrimas que corrieron por mis mejillas; sí, tengo una pinta horrible. Sumerjo mi cara en agua fría varias veces quitando los restos de lágrimas. Salgo del baño y camino hacia el salón para saludar a mi padre. Al ritmo que ando intento inventar lo que habría sido un día perfecto.

Nada más me ve se dirige hacia mí y nos fundimos en un fuerte abrazo. En cuanto nos separamos dice:

-Cielo, meto una pizza en el horno y hablamos de tu primer día, ¿te parece?- Me muestra una sonrisa sincera y me acaricia suavemente el pelo.

Pongo la mesa rápidamente y me siento en el sofá mientras espero el pitido del horno. Mi padre se sienta y me expone su ancha sonrisa:

-Estoy muy feliz por ti, cielo, sabía que podías hacerlo. No fue tan malo, ¿verdad?

Trago saliva y reflexiono unos segundos antes de contestarle. Siendo sincera, exceptuando mi ansiedad y el gilipollas de turno no fue un día tan malo.

-No papá, me costaron bastante las primeras horas, ya sabes, por la ansiedad y eso. Pero hice un amigo y conocí a una chica pelirroja muy interesante.

Veo que sus ojos azules se clarean por el brillo que acompaña su sonrisa, la cual se ensancha aún más por debajo de su frondosa barba. En cuanto acabamos de comer subo de nuevo a mi habitación y no salgo en toda la tarde.

Entre lágrimas ocasionales, cigarrillos más que frecuentes y montones de páginas paso esta solitaria velada.

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