Capítulo 7: Días en los que no estoy.

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10 de septiembre:

Cuando abrí los ojos no tenía apenas respiración, asustada, me incorporé bruscamente y golpeé mi pecho hasta que sentí que mis pulmones volvieron a activarse. Me recosté rendida sobre la almohada. Las lágrimas que la inundaban pasaron a mojar ligeramente mi pelo. Tras unos minutos me levanté de cama mientras notaba cómo todo mi cuerpo temblaba, conseguí a duras penas arrastrarme hasta el borde de la cama, alcancé con la punta de los dedos el cigarrillo que había dejado preparado en la mesilla de noche y lo llevé a mis labios. Así entremezclé caladas y una inevitable, constante y molesta tos.

4 de la mañana, ojos abiertos, cuerpo sudoroso, pesadillas que fueron reales, mirada fija en el techo. Esta no será una buena noche.

La ansiedad me prohibió tener un minuto más de sueño, la mezcla de la depresión constante y un cansancio total son insoportables. Cuando reuní las fuerzas necesarias para levantarme de cama el reloj marcaba las siete de la madrugada, aproveché el receso que la ansiedad me había brindado y me dirigí directamente a la cocina en busca del elixir de vida que algunos llaman café.

Ya con la taza en mano recorrí toda la casa buscando a mi padre, por suerte ya no estaba aquí, lo cual me ahorraba una falsa explicación y varias palabras vacías.

Subí de nuevo a mi solitaria habitación y comencé la búsqueda del único objeto que tenía algún tipo de valor para mí. Me tumbé en cama con su ejemplar de "Momo", la recuerdo sonriente, tumbada en el mismo lecho en el que ahora solo yo yazco. Imagino su cuerpo encajando en el mío, como dos piezas de un rompecabezas que nunca seré capaz de resolver. La imagino abrazada a mí, con su cabeza apoyada dulcemente en mi pecho y su melena colocada como cabellos de ángel en mi colchón.

Se mantiene en mi mente un "te echo de menos" y dejo las lágrimas brotar de mis ojos, manchando las páginas del libro que siempre estaba en su boca. Me pregunto si el resumen de mis días seguirá siendo este.

11 de septiembre:

Hoy no vivo, ni muero, siento que hoy no estoy. No estoy desde que ella no vive.

12 de septiembre:

Dos noches y apenas cinco horas de sueño, el cansancio y la ansiedad suben a un nuevo nivel, sumiéndome absolutamente en una completa desesperación. Paso la mayoría de mi tiempo dejando que las lágrimas acaricien mi rostro, pero aprovecho los pocos ratos que me cede la ansiedad para disfrutar de su libro favorito y de uno o varios cafés.

A las seis de la madrugada me levanto acompañada de un paquete de tabaco. Me siento a disfrutar de la maravillosa combinación de mi elixir de vida y el humo del cigarrillo, divago ligeramente mientras contemplo la calle desde la ventana, me sorprendo pensando en Mike y en la chica del pelo de fuego, no quiero volver a ese instituto; sin embargo no puedo evitar preguntarme si volverían a hablar conmigo.

Sigo contemplando la ventana y me pregunto qué será de mí y de mi vida, no tengo ningún interés de pelear por ella, pero no puedo evitar sentir curiosidad. Mientras me pregunto en qué se convertirá este desastre que es mi existencia veo una silueta cruzando mi ventana, me recuerda a Mike por su pelo castaño y levantado.

Suena el timbre.

-No puede puto ser-ignoro el sonido del timbre pero clavo mi mirada en la puerta.

-¡KATE, ABRE LA PUERTA!-Los gritos de Mike inundan el salón de mi casa, no me puedo creer que esto esté pasando.

Lo ignoro, obteniendo como respuesta golpes continuos.

-¡KATE, POR EL AMOR DE DIOS, TE ACABO DE VER!

-¿Cómo sabes que lo que ves es real si tus ojos no lo son?-Estoy flipando, pero siempre hay un espacio para ser sarcástica.

-No sé si estás de coña o deliras, abre la puerta de una vez-se está riendo, pero me lo ordena con tono serio.

-Déjame en paz, no me apetece salir-Sé que no tiene lógica, sé que no debería, pero no puedo evitar alegrarme de que alguien se preocupe por mí.

-Tienes diez segundos, o sales tú o entro yo.

-No te voy a abrir, vete-no quería que se fuera.

-Vale.

Escucho sus pasos alejándose de la puerta. Soy consciente de que fui yo la que le prohibió la entrada, pero esperaba quizá esperaba que insistiera algo más, quizá inconscientemente cargué en él esperanzas, quizá fuera por pura desesperación. Estoy inversa en mis pensamientos cuando escucho un fuerte sonido procedente del piso de arriba, un cristal rompiéndose. Me levanto del sofá sobresaltada y subo las escaleras para buscar el origen del sonido, avanzo hasta mi habitación y contemplo la escena anonadada. Observo los cristales hechos pedazos en el suelo y a Mike entrando por la ventana. Esto no puede estar pasando.

-¿Tu habitación tenía que estar en un puto ático?-se limpia los restos de los cristales de las mangas y me mira-¿Qué pasa, tengo algo en la cara?

-¡¿Qué cojones estás haciendo?!-esto es surrealista.

-Entrar en tu casa, no parecía que me fueras a abrir-lo dice sin inmutarse, se encoje de hombros. Hace que parezca normal colarse a las siete y media de la mañana en casa de alguien rompiendo una jodida ventana.

Intento salir del shock causado porque un casi desconocido haya escalado hasta mi ventana, pero no lo consigo, así que me quedo mirándolo sin saber muy bien qué decir.

-Deja de mirarme así y vístete, tenemos clase en una hora y media.

Sonrío y no puedo evitar pensar cuán genial es este hombre.

Mediocre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora