La casa del bosque

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Era un día nublado como siempre.

Estaba tranquilo e interno en mi computadora hasta que me interrumpió la llegada de mi prima, invitándome a la fiesta de sus quince años. Le pregunté si podía ir con mis amigos acompañándome y me dijo que sí, cosa que me alegró.

Llegó la noche de la celebración y mis amigos y yo nos arreglamos y asistimos emocionados por un rato de diversión.

La fiesta era en una discoteca cercana al bosque, un tanto lejos de casa así que tomamos un taxi para llegar. Allí tomamos, fumamos y dimos paso al libertinaje.

Dieron las seis de la mañana y ya tenía ganas de ir a casa, pero el alcohol hacía efecto y en mi mareo tuvieron que acompañarme mis amigos. Íbamos por la carretera y al rato parecíamos perdidos. Decidimos quedarnos quietos y esperar a un auto que nos diera un "aventón" pero ninguno pasó en la hora que esperamos.

Comenzaba a hacer frío y la lluvia nos tomó desprevenidos. Corrimos hacia el bosque hasta llegar a una casa en la que parecía no vivir nadie; golpeé la puerta varias veces hasta que decidimos entrar sin más porque nadie atendió.

Ninguna persona, ninguna luz y al parecer nada de electricidad.

Decidimos quedarnos y esperar a que pasara la lluvia y nos sentamos en el suelo de madera vieja. Pasaba el tiempo y el sonido de las gotas me acunaba, pero cuando estuve a punto de quedarme dormido, uno de mis amigos, Alejandro, me sorprendió diciendo que sintió a alguien lamer su brazo.

Lo insulté y le dije que no jodiera con tales tonterías, y seguí en ello hasta sentir que tocaban mi cabeza. Volteé y nadie estaba atrás.

Sentía un escalofrío pausado recorriendo cada parte de mi cuerpo.

Alejandro temblaba diciendo que alguien le había susurrado que se fuera. Javier se desesperó ante el pánico que le invadía e intentó huir de la casa, pero la puerta sencillamente no se abría.

Estábamos aterrados.

Alejandro encontró una vela y rápidamente la encendió con un pequeño encendedor que llevaba en su bolsillo, develando con su luz los cuerpos desmembrados de gente desconocida que yacían esparcidos por la casa.

Una mujer bajaba lentamente por las escaleras, y ante el terror pateamos la puerta hasta romperla y huir de aquella casa.


Ha pasado el tiempo y no saco eso de mi cabeza; aquellos cadáveres, aquellas marcas de lucha en las paredes, esa sensación del sufrimiento por el que habían pasado esas personas que perturbaba mi sueño; y aquella mujer, específicamente, que bajaba con tal tranquilidad pero que traía consigo un aura de muerte.

Hace poco, Javier se suicidó. Dejó una nota que decía "Ella nos observa".

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