30 de Noviembre 2013.

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30 de Noviembre 2013.

Jamás me vi a mí misma como una persona conformista. Pero fue así como me di cuenta de la razón por la cual Santiago sigue conmigo y me sigue buscando. No es amor. Ni siquiera es cariño. Es que con lo poco me da yo me conformo. Terminamos aceptando lo que creemos merecer.

Ayer el idiota se equivocó y en lugar de escribirle a su esposa, me mandó a mí los mensajes. Menos mal no fue al revés, porque en lugar de comedia, hubiera sido tragedia.

Anoche hice el amor de nuevo con él. Todo fue muy sensual, muy erótico. Después del primero, estábamos platicando cuando sentí un impulso y comencé a besarle la barbilla, cerca de su oreja. Le acaricié a su amigo por encima de la sábana. Comencé a escucharle. Jadeante. Quité la sábana que estorbaba entre los dos. Lo sentí duro, ya lleno de deseo. Sentía sus manos deslizarse por mi espalda, mi cadera y mis nalgas. Tocó mis pechos. Mordió mis pezones. Empecé a moverme. Oprimía mis caderas contra él. Me empujaba contra él. Lo sentía todo él dentro de mí. Era un Nirvana sexual. Cabalgaba a mi propio ritmo. Me corrí. Sentía que lo bañaba  mientras él abría los ojos de cuando en cuando para contemplarme. A veces sentía sus manos compactarse contra mí.

Entonces salió de mí y lo guié para que me pusiera a cuatro patas. Él se movió. Se aseguró de no dejar nada de él fuera y empezó su carrera: primero muy rápido y luego muy lento. Otra vez lo humedecí de mí.

Ven, le dije e hice que se sentara en el filo de la cama. Me senté sobre él dándole la espalda. Tomé ritmo de nuevo. Le escuché gemir. Las yemas de sus cinco dedos resbalaban por mi espalda. Se salió después de varios minutos. Me levanté mientras él observaba mi mata de cabello negro dibujando un vaivén sobre mi espina dorsal.

Me acerqué a él dejándolo abajo nuevamente y lo hice entrar. Me moví para generarle placer  y sus gemidos confirmaron que lograba mi cometido.

Es tu turno de estar arriba, le susurré al oído. Obedeció. Salió de mí y comenzó a besarme. Pasó su lengua por mis senos. Tanteó mi entrada repasándola varias veces sin penetrarme. Embistió. Me encantó. Me quejé. Mi música hizo que dibujara movimientos armónicos y súbitamente tras varios minutos, terminó. Ahí estaban los dos encima de mí: su semen y él. Nuestras miradas se cruzaron al tiempo que él se recuperaba. Sus ojos tímidos recularon. Rotó sus pupilas a otro lado en busca de un poco de papel higiénico.

Por un momento, por un instante, por un segundo llegué a asegurarme a mí misma que este hombre aparte de desearme, me amaba, que era mío. Pero él no es mío. Es de él mismo. No me ama. No me quiere. No nada. Sólo hacemos el amor de vez en cuando.

El Diario de Ana Rebeca: Del desamor y otros demonios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora