La otra parte de mi vida

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Eres divina,  le dije tal como le había dicho la primera vez.

Siento el golpeteo de mi corazón tratando de tranquilizarse. Rebeca ha sido la aventura más larga que he tenido. En Agosto cumplirá dos años desde la primera vez que nos acostamos y desde entonces, sucede por los menos dos o tres veces al mes para no ver afectada la otra parte de mi vida.

El Shampoo de su cabello huele muy bien. Se acomoda como siempre a un lado mío mientras la rodeo con el brazo. El ritmo cardíaco aún está por estabilizarse. En realidad pese a los meses que tengo viéndola, sé muy poco de ella, pero a ella parece gustarle que sea así.

-          ¿Pero qué comiste, campeón? Estuvo delicioso.

Me río divertido. Su voz es ronca y muy sensual. Se levanta para inclinarse ligeramente a mi izquierda y beber un poco de agua del bote de Bonafont que dejan como de costumbre en la habitación del Motel Deseo. Alcanzo a ver ese tatuaje en forma de pergamino que cubre la esquina superior derecha.

“La tinta en papel desaparece, pero en la piel para siempre permanece”.  Paso las yemas de mis dedos por encima de la letra cursiva. Aparto un poco de su melena negra y ondulada que tanto me encanta como  se mece en su espalda de manera armoniosa, mientras hacemos el amor.

Si esta loca supiera lo mucho que pienso en ella cuando no estoy con ella, los recuerdos grabados de manera tan vívida de cuando hacemos el amor, me acabaría. En esos momentos trato de controlarme y me recuerdo que debo centrarme en mi esposa y en mi hija. No está bien que piense en otra mujer. No creo que haya problema que me acueste con ella siempre y cuando no me enamore ni empiece una verdadera relación con ella o deje de cumplir mis obligaciones en casa por ella.

- Hey campeón, ¿ya estás listo para el siguiente? – se ríe maliciosa. Me encanta pero no se lo digo.

- Siempre lo estoy – concluyo y me cae encima mientras comenzamos a besarnos.

La locura de sus 26’s, el lunar junto a su boca, sus gemidos en mi oído mientras me muevo y esa actitud que pocas mujeres tienen, eso y muchas otras cosas hacen de Rebeca, Rebeca. Aunque no se lo diga, espero que no cambie.

Una vez ya intenté dejarla. Encontré a Vanessa rezando por mí y por nuestro matrimonio. Esa noche y una noche anterior había llegado curtido en alcohol. Eso no era culpa de Ana Rebeca, pero lo cierto es que el alcohol me hacía pensar mucho más en ella. Pero en ese momento, lo que creo que se llama conciencia se activó. No muy seguro de lo que tenía o no tenía que hacer comencé a textearme con ella aprovechando un viaje de trabajo.

 Ya quiero verte, escribió ella.

Yo también pero… últimamente estoy muy intranquilo.

¿Por qué? ¿Pasó algo?

No, es sólo que… no sé qué vaya a pasar, pero creo que debo empezar a hacer las cosas bien en mi casa. No me malinterpretes, quiero hacer bien por mi hija. No quiero que sufra.

Sí, no te preocupes. Yo por mi parte, me comprometo a no buscarte.

No quiero que me dejes de hablar.

Se me hace de mal gusto que sigamos en contacto si quieres hacer las cosas bien en tu casa, como dices. Amigos no podemos ser. Los amigos no se conocen los genitales.

Gracias por comprender.

No hay de qué. Descansa. Ya me voy a dormir. Mucho éxito.

Gracias… Igualmente. Descansa.

Me sorprendí a mí mismo una semana después aparcando mi Jetta frente a su edificio. Le hice una llamada perdida. No apareció, pero la escuché: su carcajada como tantas veces la había escuchado. Se bajó de un March azul que aparcó justo frente a su puerta, se despidió del conductor y bajó con todo su encanto y su melena negra azabache recogida en un improvisado moño.

-Gracias por la noche- le escuché y la puerta del edificio se cerró detrás de ella. Me lo debí de haber supuesto.

El Diario de Ana Rebeca: Del desamor y otros demonios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora