05. Nada es lo que parece

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Capítulo 5

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Desde que Dean había llegado tarde a su trabajo se dispuso a trabajar en el motor de un viejo Ford Mustang rojo del 65, el coche era algo dulce de ver, casi tan genial como su nena. Su gran afición por los autos a veces le despertaba ocasionalmente el sueño de ser mecánico a futuro, cuando no anduviese cazando monstruos, claro si es que lograba vivir lo suficiente antes de que un monstruo se hiciese un almuerzo con su carne.

—Oye, Joe ¿sabes a qué hora terminan las clases aquí? —Dean preguntó aun con medio cuerpo inclinado sobre el motor del viejo Ford.

La idea de la reconciliación con su hermano pequeño aun rondaba su cabeza, impidiéndole realizar un trabajo que generalmente lograba en un día. Dependiendo de si aún estaba a tiempo de recoger a Sam de la escuela, planeaba llevarlo a comer algo que no saliese de un paquete precocinado, quizás luego podrían tener un momento de chicas de esos que tanto le encantan a su hermano y así desentrañar lo que andaba mal con Sam.

—Déjame pensar —Joe se rascó la cabeza mientras miraba el reloj de pared—. Si mi mente no falla recuerdo que mi muchacho me había dicho que a las tres de la tarde.

Perfecto aún estaba a tiempo. Ahora solamente necesitaba salir a antes de las tres para encontrar a Sam gritándole a la salida de la escuela por haber ido a buscarle cuando él le dijo que no lo hiciese.

—¿Crees que podría salir una hora antes? Necesito recoger a mi hermano menor —dijo Dean, saliendo del capo.

—Hagamos algo, chico. Tengo un asunto que atender y estoy llegando tarde, así que, te dejare para que cierres la tienda y así vayas a recoger a tu hermano a tiempo —comentó Joe palmeándole el hombro a Dean.

—Gracias, Joe —una sonrisa plagó su rostro mientras despedía a su jefe con un asentimiento de cabeza—. Bueno a trabajar.

La próxima hora Dean la trabajó con más entusiasmo mientras tarareaba una melodía de rock que sonaba en la radio. Después de un tiempo se fijó en el reloj de pared, dándose que ya debería de empezar a cerrar la tienda. Cuando hubo bajado la cortina de metal se dirigió a su amado auto, pero una leve inclinación de su bebe le dejó helado.

—¿Qué mierda sucedió aquí? ¡Hijo de perra! —gritó enfadado a la calle vacía. Uno de los neumáticos de su nena estaba ponchado y tal parecía que había sido con un cuchillo.

A punta de maldiciones se resignó a cambiar el neumático. Ya se las cobraría con el idiota que pensaba era divertido meterse con el auto de los demás. Quizás lo ataría a un árbol en medio del bosque y lo usaría como cebo para un hombre lobo.

Dean llegó a la escuela temiendo lo que ya se imaginaba, las clases ya habían finalizado y solamente quedaba uno que otro rezagado a la espera de ser recogidos por sus padres o simplemente sin querer llegar a casa tan pronto.

Con la esperanza de encontrarse a Sam de camino se dispuso a conducir de vuelta al motel, no topó con ningún peatón, solamente con una camioneta negra con vidrios polarizados. Seguramente su hermano ya había llegado al motel. Vaya hermano era otra vez había fracasado en su plan de una disculpa decente.

Maldita sea, Sam, soy un asco de hermano mayor.

Dean regresó al motel, sintiendo una extraña oleada de preocupación cocinándose en su interior. Sabía con certeza que su hermano después de salir de la escuela siempre se dirigía a casa, era lo mismo en cada pueblo que iban, pero no podía evitar que su vena protectora se hinchara ante su incompetencia como hermano mayor.

Eran las tres con treinta de la tarde y la tarde estaba clara como si fuese medio día, por eso mismo se extrañó al abrir la puerta de la habitación y encontrar todo en silencio, las cortinas cerradas y las luces apagadas, instintivamente agarró su arma, avanzando lento y en silencio encendió la luz para toparse con su hermano a pocos centímetros de su cara.

Gritos Silenciosos (EN EDICIÓN) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora