Quedaban sólo dos días hasta el gran juego entre los rivales Clinton Central y Ash Valley. No podía ir a ninguna parte sin escuchar las especulaciones de que las Panteras estarían condenadas porque no sería capaz de jugar lo suficientemente bien como para vencer a mi novio.
Odiaba esos rumores, pero hice todo lo posible por ignorarlos. Entendí por qué la gente estaba nerviosa, por qué se podría a pensar que no podía hacerlo, pero había estado jugando bien últimamente, y sabía que iba a ser capaz de jugar mi mejor partido contra el señor Harrington y Ash Valley.
Es cierto que no era como cualquier otro juego que alguna vez jugué. Pero eso no era porque jugaba contra Jason. No, era más grande que eso para mí. Más grande que para cualquiera. Ash Valley había vencido a Clinton Central para ir al campeonato estatal el año pasado en una llamada polémica al final del juego. Este año, las Panteras no querían saber nada de eso. Me aseguré de que mi equipo no estuviera en condiciones de perder a los árbitros al final del juego. Tenía que venir lo grande aquí y lo sabía.
Pero sin presión. También sabía que mi duramente ganado respeto no significaría nada si perdía contra Ash Valley. Los últimos juegos serían en vano. Todo lo que había hecho aquí sería un desperdicio. Y yo no podía dejar que eso sucediera.
Pensar tanto en el fútbol americano significaba que yo había estado pensando más y más acerca de mi papá, últimamente, más de lo que solía hacer. Esa tarde, después de la práctica, me decidí a visitar el cementerio donde fue enterrado, algo que no había hecho en mucho tiempo.
Caminé entre la inmaculada hierba, a través de filas y filas de lápidas de cemento que simbolizaban todo lo que la muerte tomaba de aquellos de nosotros queríamos hasta que encontré la lápida familiar.
Bil Berringer. Amado esposo, padre, e hijo. 1962-2013.
No lloré esa tarde como lo había hecho cada vez que había estado allí en el pasado. Me senté justo al lado izquierdo de la lápida e hice girar una brizna de hierba entre mis dedos. No estaba segura de por qué estaba aquí, lo que ganaba con esta visita. Tal vez nada de nada. Tal vez sólo era necesario estar con mi papá, para recordar por qué le gustaba tanto el fútbol americano, para recordar por qué estaba haciendo esto en absoluto, de dónde venía esta parte de mí. Tal vez sólo era necesario recordar por qué me encantaba este juego.
―No te defraudaré, papá ―le prometí al viento―. No esta vez.
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Me desperté con mariposas volando fuera de control en mi estómago la noche que Clinton Central jugaría contra Ash Valley.
Mi mamá trató de hacerme comer un gran desayuno de tocino, huevos y patatas, pero yo sólo quería cereales, la comida favorita de mi padre los días de partido.
―Sabes que tu padre estaría muy orgulloso de ti ―dijo mamá mientras me observaba comer. Me mordí el labio.
―Lo sé ―dije―. Es por eso que este juego es para él.
Mi madre sonrió y no dijo nada más. Subí a mi habitación para recoger mi camiseta y el equipo para el juego. A medida que abrí la puerta de mi armario, mis ojos se posaron en una antigua camiseta mostaza enterrada debajo de la ropa sucia en la esquina. La desenterré y mantuve la suave prenda en mi mano. Siempre llevaba algo debajo de mi camiseta y hombreras, por lo general sólo una vieja camiseta blanca.
Hoy me gustaría usar el color amarillo mostaza
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CINDERELLA IN CLEATS
Любовные романыComienza como cualquier otro sábado: Whitney, su mejor amigo Jason y sus padres lanzando un viejo balón de fútbol alrededor del parque. Pero cuando su papá muere de un ataque cardíaco, Whitney no se da cuenta de que su pasión por el deporte y su...