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Cuando abrieron la puerta un olor fétido les inundó el pecho provocándoles unas ácidas arcadas que quemaban su garganta. Los zapatos se pegaban al suelo dificultando su paso entre trozos de cristales, jeringuillas y preservativos usados. Tras la tercera puerta, más bien la "única" puerta, llena de télefonos de gente desesperada en busca de compañía, se percibía un sonido ronco similar a un gato expulsando una bola de pelo. Abi fue la primera en cruzar, para variar expresaba esa cara de indeferencia que siempre ponía cada vez que se las daba de heroína, fulminando con una mirada de extrema superioridad, fría y distante, que su hermano tanto odiaba, como si fuese algún tipo de ser inmortal capaz de enfrentarse a cualquier adversidad.

Los hermanos recorrieron el aseo de señoras hasta llegar al tercer retrete, ocupado por una mujer extremadamente delgada, vestida con ropa ligera y vistosa, que se encontraba agachada con sus brazos apoyados en el inodoro. Alex pensó que prácticamente debería de estar tocando con la nariz el agua del interior de aquel sucio váter y un escalofrío le recorrió toda la espalda. Calzaba unas botas de cuero altas conjuntadas con un vestido dorado que ocultaba parte de su homoplato, donde aún así se podía distinguir dibujado el tatuaje de un delfín saltando junto a las palabras LOVE IS A FAKE TALE escritas alrededor del animal con letras psicodélicas. Alex cayó en la cuenta de que no había visto un delfín en toda su vida y deseó más que nada poder haber ido al zoo al menos una vez durante toda su infancia, pero ya era tarde para eso.

—¿Se puede saber que haces ahí pasmado como un idiota? Intenta ser útil y traéme algo de papel higiénico, anda —pidió Abi a su hermano. Cuando Alex volvió en sí Abi ya estaba sujetanto la frente de la mujer para ayudar a que fuese más fácil vomitar. Ella siempre era la primera en reaccionar.

El delfín de su espalda se contraía cada vez que ella echaba una flema y bajo esa casi dañina luz de neón rosa Alex prácticamente sólo podía ver con claridad un tanga de leopardo junto a sus mallas color violeta. Abi se fijó también y dirigió su mirada hacia su hermano clavando en él sus fulminantes ojos verdes. Ambos se empezaron a reír sin sentido en medio de aquella alocada situación.

Broken to pieces

Abi y Alex se sentaban en un banco del paseo marítimo completamente desesperanzados. La gente se divertía como cualquier otro día de verano, algunos patinaban y otros hacían volar enormes cometas provocando que sus poseedores diesen grandes saltos sobre la arena. Pero para ellos todo eso se acabó, ya lo único que sentían era que todos sus esfuerzos habían sido en vano, que se irían a casa con las manos vacías. Alex solo quería levantarse y salir corriendo, terminar con lo que había empezado, pero se sentía acorralado y ya no había lugar donde esconderse.

—Sí, están bien. Los tengo justo delante —murmuraba Raúl a través de su teléfono móvil, como si tratase de no ser escuchado aunque les tuviese sentados a menos de un metro de distancia. Su hijo simplemente se dedicaba a observar la escena, de pie, con sus brazos cruzados siempre para marcar músculo y con una insufrible sonrisa en la boca. La conversación telefónica parecía no tener fin —. Ya, si ya lo sé, pero no me parece buena idea después de todo lo que están pasando. (...) Ya, a mí también me lo recuerda ¡y por eso mismo te lo digo! Quizás lo necesiten tanto como tú en su momento. Mira, ¿qué te parece si... —el padre de Lolo empezó a alejarse, ya no se podía escuchar la conversación con claridad. Alex tenía la vista perdida, estaba otra vez en su mundo buscando la mejor solución, o eso suponía su hermana, pues ni ella ni nadie nadie ha sabido nunca lo que pasaba realmente por su cabeza. Ella solo le analizaba con sus deslumbrantes ojos verdes en busca de una brillante idea que los sacase de allí.

Lolo aprobechó el momento de ausencia de su autoridad paterna para sentarse en aquel banco de granito blanco, justo en medio de ellos dos, empujándoles de forma molesta para variar.

—Bueno chicos —dijo rodeándoles con sus grandes brazos en símbolo de falsa amistad —, confieso que me habéis entretenido bastante pero ya es hora de que volváis a casa porque, aunque me cueste confesarlo, nunca habéis pintado nada aquí. Nadie os echará de menos. No olvidéis saludar al fracasado de vuestro padre de mi parte.

—Lolo, puede que algún día tu minúsculo cerebro se dé cuenta de que a nadie le dan miedo tú y tus absurdos intentos de realzar tu baja autoestima —dijo Abi quitándose aquel brazo de encima mientras se ponía en pie, todo con tal de no estar junto aquel insoportable individuo. Puso los brazos en jarras, enfatizando una de sus miradas de superioridad, denotando cierto asco. —. Sólo eres un obstáculo molesto debajo de mí, recuérdalo.

—¿A si? Pues a mí no me parecía lo mismo cuando estaba dándote la otra noche en mi habitación. Para la próxima vez ten cuidado al elegir el qué y con quién, pelirroja.

—Si te elegí para algo fue para que no te sintieses discriminado por tenerla tan pequeña, pedazo de cretino.

Lolo se quitó sus horteras gafas de Sol y levantó su enorme cuerpo frente a ella. Desde la perspectiva de Abi apenas se podía ver aquella morena y pequeña cresta justo en medio de su cabeza rapada.

—¡Se acabó, zorra bollera! ¡No te vas a tener que preocupar por hacer las maletas porque de aquí no sales viva!—gritó Lolo. Alex también se levantó, ya había aguantado bastante. El caos estaba a punto de empezar de forma violenta pero pero decidieron dejarlo para más tarde ya que Raúl volvía de nuevo con el móvil todavía en la oreja, a punto de finalizar aquella larga conversación, y con ella finalizaría todo.

—Sí, sí, tú no te preocupes por nada. Confía en mí, yo ya te iré irformando si pasa algo. Adiós —Raúl colgó el teléfono y lo introdujo en el bolsillo interior de su fina chaqueta. Se acercó al trío de jóvenes, que ya se situaba de pie, y les dirigió una encantadora sonrisa. Los hermanos dudaban como una persona tan agradable, que siempre les miraba con unos ojos sinceros y cristalinos a través de sus pequeñas gafas, podía haber tenido a un gilipollas como Lolo. —. Bueno chicos, ya está todo solucionado —dijo acercándose a su hijo, que le sacaba casi una cabeza, dándole un golpecito amistoso en el pecho. Ambos sonreían, pero de manera y por motivos muy diferentes. —. A partir de hoy mismo os quedaréis a vivir con este chaval y conmigo hasta que acabe el verano. ¿Qué os parece?

Los hermanos se miraron entre ellos, aún quedaba esperanza. A Lolo, de pie como un baboso zombie con la boca abierta, se le calleron sus estúpidas gafas de Sol al suelo haciéndose añicos.

Fragmentos de vida de un sábado cualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora