Los pasos retumbaban fuertes entre las paredes de las calles, Alex giró a la izquierda no muy lejos de la entrada del pueblo, no paraba de dar vueltas y ellos cada vez andaban más cerca, él solo esperaba el momento en que le rodeasen con la furgoneta para dar paso a un sangriento final. Entonces fue cuando apareció un atisbo de esperanza en medio de aquel pueblo fantasma. Un muro, un muro lo suficientemente bajo para poder ser saltado, tan cerca de la esquina para hacer pensar como si hubiese girado de verdad. No lo dudó por un instante.
Fracciones de segundo después esperaba agachado tras el muro tratando de simular su propia fatiga, pero contener la respiración lo ahogaba hasta el punto de creer desmayarse. Pasos, luego entraremos...
Su pulso se aceleró a un ritmo imposible, se preguntaba si alguien se podría morir de exceso de adrenalina, pero ya lo averiguaría cuando tuviese más posibilidades de seguir viviendo, y para ello tenía que centrarse y no dejar que el mínima distracción diese a perder su vida. Abrió los ojos lo máximo posible, tratando de captar cada detalle en su mente y darle alguna utilidad. Estaba en una urbanización vacía, como todas, sin ninguna luz encendida y todas las contraventanas cerradas, no había ningún signo de vida. Solamente se podía apreciar el movimiento de los riegos automáticos que encharcaban el césped y salpicaban inútilmente la piscina y los muros de duro cristal de la cancha de paddle. Entonces su mente sufrió una especie de descarga en su mente, como si alguien le hubiese dado un pelotazo en la cabeza pero en vez de ser con un balón, con una idea que pronto empezó a expandirse por todo su cerebro. Puede que después de todo le quedase alguna oportunidad de vivir.
Alex se acercó a la pista de paddle, gracias a Dios que la puerta estaba abierta, pero necesitaría algún favor más si quería llevar a cabo su plan. Que él supiese, sólo el hombre de la furgoneta llevaba pistola, pero aún así temía el filo del cuchillo de El Jefe como un niño a ser encerrado en el cuarto oscuro, si no tenía cuidado sólo le esperaría la eterna oscuridad.
— ¡Socorro! ¡aquí! ¡ayudadme! ¡estoy aquí! —gritaba Alex a sabiendas de que no iba a ser socorrido, pero por muy extraño que pareciese eso no era lo que pretendía. Él seguía gritando en medio de la pista, dejando que el eco que resonaba por las paredes amplificasen su voz hasta alcanzar el oído de sus perseguidores, que no tardaron en llegar.
Ahí estaban todos, menos Louis, que seguramente esperaba en la furgoneta a que le llevasen a su próxima víctima para ser rematada con su nueve milímetros, después, esconderla en el maletero, sin vida, bañado en su propio charco de sangre.
Alex miraba fijamente a los ojos de El Jefe a través del muro de cristal mientras notaba como se le aceleraban las pulsaciones y los tres miembros de la banda cruzaron el umbral hasta llegar donde estaba el chico. Aún fatigados y sudorosos, reían en la oscuridad como tres diablos recién expulsados del infierno. Justo delante de los dientes de El Jefe, una gran navaja de cazador apareció desenfundada con macabro estilo. Alex se alejó de un espasmo y miró a su alrededor como un gato encerrado. Cuatro grandes paredes y solo una salida, y no todos saldrían de ella.
El Jefe sonreía al sacar su gigante navaja de cazador, orgulloso de los malabares que hacía sin ningún atisbo de duda en cualquiera de sus movimientos. Por un momento Alex perdió el miedo, era el momento de llevar a cabo lo planeado y daba la sensación de que estaba dentro de una película, o de un videojuego, si morías solo tenías que volverlo a intentar. Tenía que convencerse de lo contrario.
Tanto la banda como él se encontraban enfrentados en un pequeño círculo que giraba lentamente sobre sí mismo hacia la derecha, como si se tratase del ojo de un huracán en calma que, tras el primer movimiento, solo daría paso al caos y a la destrucción. Pero el chico ya los tenía donde quería, lejos de la puerta de la pista y él lo suficientemente cerca para que los traficantes no se diesen cuenta de sus intenciones.
—¡Se escapa! —gritaba uno de ellos mientras corría hacia la puerta. Casi consiguió salir y cuando le dieron alcance pensó que ya era su fin, de lo estúpido que había sido al intentar algo así. Ahora forcejeaba mientras le tenían sujeto de la chaqueta. Recibió un fuerte gancho en el estómago que le hizo encorvarse sin respiración. El Jefe se acercaba empuñando su cuchillo y se dispuso a introducirlo en su víctima, pero cuando quiso darse cuenta solo quedaba la chaqueta del chico entre las manos del orangután.
El joven consiguió deshacerse de su chaqueta y salió de la pista a toda prisa antes de que le pudiesen alcanzar de nuevo. Pero no corrió, esta vez no. Cerró la puerta con todas sus fuerzas antes de que cualquier otro pudiese reaccionar. El golpe, el eco, el sonido del portazo hicieron parecer que la puerta se iba hacer añicos, y a Alex le estuvo a punto de dar un infarto.
—¡¿Qué coño...?! —dijo el orangután tras pegar un respingo. Tiró la chaqueta al suelo y se acercó a la puerta. Alex estaba inmóvil, frente a ellos, separados por un muro de cristal, pero aún así el miedo recorría cada una de sus venas. No podría moverse hasta ver que su plan había funcionado. Más bien su ridículo plan. Encerrarles dentro de una pista de paddle sin saber si la puerta acabaría cerrada o no era lo mejor que se le había ocurrido bajo toda esa tensión. Había pensado encerrarse a sí mismo entre la seguridad de los muros, pero aunque así quizá hubiese conseguido más tiempo para pensar en algo, la situación podría haber empeorado aún más, y no sabía cuanto tiempo tardaría alguien en darse cuenta de su situación y si se dignaría a ayudarle. Lo mejor era dejarlos a ellos ahí dentro y huir tras cerrar la puerta, aunque no hubiese forma de comprobar de que ésta fuese a necesitar una llave para poder volver a abrirla. El destino lo diría.
Los miembros de la banda se acercaron a la puerta y uno de ellos giró el pomo, que dejó de ceder a medio camino. Lo volvió a intentar con más fuerza con el mismo resultado y, enfurecidos, todos golpeaban la puerta una y otra vez sin que ésta cediese un centímetro. El Jefe trataba de cortar los alambres con su machete, pero por ese camino no acabarían hasta el amanecer. El trío pegaba sus caras sobre la red de alambre lanzando todo tipo de insultos. Si alguna parte de la pared de esa pista hubiese estado formada por la misma red que la de la puerta apenas habrían tardado un minuto en escalar. Por fin era el momento de correr sin mirar atrás.
—¡Mueve un puto dedo y te juro que te mato! —gritó una voz dentro de la pista, la de el rumano, que en ese momento apuntaba a Alex con una pistola.
—¿Qué se supone que haces? ¿¡De dónde coño has sacado eso!? —gritaba El Jefe como un loco mientras el rumano sostenía el arma con firmeza sin dejar de apuntar a Alex desde el otro lado de la puerta de alambre.
—Con un trabajo como este hay que tomar ciertas precauciones. Si no fuese por mí el chaval ya estaría a saber dónde largando la lengua. Deberías de darme las gracias —se excusaba el rumano.
—¿¡Y por qué crees que yo no tengo una pipa, imbécil!? ¡habíamos quedado en cogerle para acabar con él en la furgoneta sin testigos, joder! —añadió El Jefe en medio de un riego de saliva. Se veía a primera vista que odiaba que no siguiesen al pie de la letra cada una de sus órdenes.
—Déjele disparar, jefe —dijo el orangután —mejor disparar y correr que dejar escapar a este mamón para que luego nos meta en líos con la poli. Si se va estamos acabados.
Hubo un instante de silencio. El Jefe se apretaba sus hinchadas sienes con las puntas de los dedos haciendo movimientos circulares, tratando buscar soluciones alternativas, pero no fue así. Mientras tanto, Alex buscaba cualquier despiste para ponerse a correr, pero cada vez que realizaba el mínimo movimiento la pistola del rumano se agitaba en signo de amenaza. No había forma de perderlo de vista. El jefe dejó de pensar.
—Chaval, ven aquí —reclamó El Jefe con voz apaciguada seguida de un gesto de su mano. Le llamaba de forma que parecía un adulto responsable que estaba a punto de darle el consejo de su vida, pero Alex no se movió —¡He dicho que vengas! —repitió en un tono completamente diferente al anterior y el rumano pegó la pistola a los alambres de la puerta. Alex no tuvo otro remedio que acercarse y El Jefe hizo otro gesto para recibir la pistola de su compañero. Segundos después tres disparos rompieron el silencio de la ciudad fantasma y el metal taladró el cuerpo de Alex hasta que cayó al suelo y su sangre empezó a brotar.
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Fragmentos de vida de un sábado cualquiera
Fantasy¿Crees en las almas gemelas? ¿Cuántas vidas son necesarias para que se puedan encontrar? Viste la piel de dos almas destinadas a encontrarse en un viaje por el pasado, presente y futuro. Conoce nuevos mundos a través de estos relatos conectados, con...