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Mario relajó el puño al reconocer esa voz que le llamaba con angustia. Bajo él se encontraba un cuerpo que escupía sangre por la boca,tenía una mejilla roja y probablemente un ojo que se hincharía adquiriendo un estúpido color morado. Mario se levantó y miró como unas diez caras le observaban a su alrededor, entre ellas los llorosos ojos verdes de una chica de pelo castaño que miraba asustada. Aunque no la conocía no soportaba seguir viéndola sufrir de aquella manera y se fue como si nada hubiese ocurrido, limpiándose la arena de la cara. Aquello no era propio de él, era como si la toda la rabia le hubiese poseído de alguna manera y no pudiese despertar, ya no sentía nada, era un ser vacío con una larga sombra que se alejaba andando de la playa.

—¡Te voy a matar! ¡Como te vuelva a ver te mataré! —se escuchaba ya lejos, en la playa, de donde venía una chica pelirroja con paso acelerado hasta alcanzar al muchacho vencedor.

—Creo que te va a matar, de verdad. Ese pedazo de desequilibrado mental no se lo piensa dos veces. —dijo Lidia sin esperar ningún tipo de respuesta al respecto. Le cogió del brazo y siguieron andando. —. Al menos podrías decir que te alegras de verme.

Mario se paró en seco y observó a Lidia. Había crecido mucho desde la última vez que la vio, unos tres o cuatro años atrás, ahora era toda una mujer hecha y derecha. Su cabello rojizo había crecido, y por no decir de sus pechos. En absoluto se parecía a la impertinente chica con la que jugaba de pequeño y que tan poco tardó en crecer. Mario continuó sin decir nada y su compañera se rió.

—Desde luego no has cambiado nada. —le arrastró del brazo y aceleró su orgullosa forma de andar —. Vamos, me apetece pasármelo bien.

Antes de que Mario se diese cuenta, ambos ya se encontraban dentro del baño de un local liándose. Él besaba su cuello mientras recorría una de sus manos por debajo del vestido de la pelirroja, que sofocaba su aliento Plácido en la oreja del cabeza rapada. Ella se agachó y desabrochó el cinturón de unos vaqueros ajustados sin dejar de mirarle. Después del sexo oral Mario llegó a un punto que nunca había llegado. El ser vacio ahogaba su furia dentro de ella con movimientos violentos, sintiendo el inmenso placer que a ella le producía. Él no sentía nada salvo cierto alivio al descargar parte de su fuerza interior que tanto lo destrozaba. Cerró los ojos y, a su sorpresa, aparecieron esos mismos ojos verdes que había visto justo antes, tratando de ocultar las lágrimas en la oscuridad.

Fragmentos de vida de un sábado cualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora