02:21

2 0 0
                                    

Lidia se desnudaba delante del espejo sin saber que la observaban. Estaba tan feliz de haber llegado de nuevo después de todo un curso malgastado en Barcelona que no podía esperar ni un segundo para bajar a la playa. Tenía claro que no iba a cometer ese error ninguna vez más, a partir de ese momento solo se iba a dedicar a vivir la vida que se ella se merecía.

Mientras soñaba despierta se probaba su bikini nuevo de leopardo. El espejo que tenía delante llegaba hasta el techo y se enmarcaba con un cuadro de flores y fotos de veranos anteriores. Ella peinaba su largo cabello de color pelirrojo natural -heredado de la familia de su padre- mientras planeaba su espectacular llegada, que sería como todos los años. Ella simplemente entraría en la playa con su bikini nuevo, sus enormes gafas de Sol y un pequeño bolso de cuero. Los chicos con sus bocas abiertas y sus silbidos harían el resto. Se tumbaría sobre la toalla para tomar el Sol a sabiendas de que era el objetivo de todas las miradas, de que de vez en cuando algún chico se le acercaría con una frase estúpida para luego ser manadado a paseo, de que cuando ella llegaba, las demás chicas estaban acabadas, de que se limitarían a mirar celosas. Era la reina del lugar, ya no quedaba nadie allí que no la conociese, no pertenecía a ningún otro sitio más.

En el reflejo Lidia denotó la presencia de unos ojos verdes que miraban cautelosos al otro lado de la puerta. Cuando ella se dio la vuelta, ya habían desaparecido. Inmediatamente corrió indignada hasta llegar a la habitación de su hermana pequeña, que se encontraba sentada en su cama azul cielo, hablando con la descarada espía.

—¡Alba! ¡Como no controles a tu estúpidaamiguita te juro que te arrepentirás de no haberte quedado en casa! —dijo lahermana mayor señalando a la chica invitada que, a gusto de toda la familiamenos de Lidia, había venido a pasar el verano para acompañar a su amiga Alba.Lidia la miraba fijamente con el ceño fruncido esperando a que devolviese lamirada, pero ella se limitaba a mirar al suelo avergonzada. Lidia imponía yella lo sabía. Desde que sus padres dijeron que ella venía a Peñíscola Lidia sedio cuenta al instante de que no iban a ser más que una carga y una molestia,que esta vez su hermana no se quedaría en su reducido grupo de pringados en laedad del pavo con cara de pizza. Ahora ella tenía dieciséis años y encimaestaba acompañada por su insufrible mejor amiga, no sabía a cuál de las dosaguantaba menos. Aún así Lidia tenía veinte y era la la reina del lugar, ¿quépodía temer? A pesar de todo se aseguró de que no interfiriesen dentro de aquelmundo que ella dominaba. —. No quiero que me molestéis ni me interrumpáis más.Haced como si no existiéseis. ¿Está claro? —de un portazo abandonó lahabitación.    

Fragmentos de vida de un sábado cualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora