Epílogo: Todo Puede Pasar.

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―Doy por terminado el proceso de Divorcio entre Peeta Mellark y Delly Cartwrigth. Anulando todos las clausulas establecidas en su acta matrimonial, permitiéndole a cada uno quedarse con su respectivo dinero.

Debido a que la señora Cartwrigth dejó abandonados a sus hijos durante una semana entera sin compañía de un adulto, se le revoca el derecho a la custodia de sus hijos y el derecho de verlos hasta que estos cumplan la mayoría de edad y decidan por voluntad propia acceder a verla.

Luego de que un psicólogo hablara con ambos niños he decidido otorgarle al Señor Mellark la custodia total de su hijo James Mellark y la adopción del menor Henry Cartwrigth, ahora Mellark.

Con esto doy por terminada la sesión―. Dice el Juez, terminando con todo esto después de varios meses.

Luego de que Peeta y yo fuéramos a casa de su ex esposa por sus hijos al enterarnos de que estaban encerrados desde una semana antes, él no dudó ni un segundo en exigir la custodia total de los pequeños. Obviamente ella no se quedó de brazos cruzados y siguió aferrada a la idea de quitarle a Peeta la mitad de su dinero, acusándolo de adulterio.

Aunque eso no le sirvió de mucho luego de lo que dijeron los niños la primera noche que fueron a dormir a mi apartamento.

El juez cansado de escuchar la discusión por ambas partes del matrimonio, exigió que los niños fueran llevados a terapia para saber qué fue lo que ocurrió, al igual que una prueba de ADN para comprobar quien era su verdadero padre.

Las pruebas tardaron semanas en estar listas pero cuando fue así, se comprobó que las palabras de los niños eran ciertas. Solamente James era hijo legítimo de Peeta, mientras que Henry no lo era.

Con dichas pruebas el juez decidió que gracias a que ambas partes habían cometido adulterio, su matrimonio quedara anulado de manera limpia, sin que nadie perdiera un centavo.

La puerta del juzgado es abierta de pronto y un par de pequeñas figuras entran corriendo y se lanzan a los brazos de su padre. Observo la escena desde mi lugar, en silencio, dejando que los tres disfruten este momento como familia.

―Nunca creí decir esto pero por primera vez me alegro de llevar a cargo un caso de divorcio-. Dice Johanna a mi lado.

-No los aceptabas porque no querías.

-No es eso, si no que siempre terminan igual, todo a favor de la esposa a pesar de que ella hubiera sido la que estaba mal, aunque bueno hay sus excepciones-. Dice volteando hacia donde acaba de salir la ex esposa de Peeta dando un portazo-. ¿Ahora qué es lo que vas a hacer?-. Pregunta cambiando de tema.

-No lo sé. Va a ser raro no estar en los juzgados por un tiempo pero quiero hacerme cargo de mi bebé por lo menos durante los primeros años, ya después buscaré un trabajo. Peeta y sus hijos se van a ir a vivir a otra casa que acaba de comprar para dejarme el apartamento libre, también va a ser raro no verlos rondar todos los días en el lugar, me pidió que fuera a vivir con ellos pero no sé, no estoy muy convencida de ello, apenas se divorció y sus hijos tienen que adaptarse a la idea de que ya no van a ver a su mamá, así que por lo menos durante un tiempo voy a seguir viviendo en mi apartamento-. Le explico.

-Cómo eres terca Everdeen, manda todos tus pensamientos a la mierda y vete a vivir con él, sus hijos ya se acostumbraron a tu presencia, así que no hay excusa a menos de que estés esperando a que te pida matrimonio... Un momento, ¿Eso es lo que quieres, verdad?-. Dice acusatoria y yo no puedo evitar sonreír al haber sido descubierta.

Antes de que me siga interrogando aparece Henry y se lanza a mis brazos mientras dice.

― ¿Ahora tu sí vas a ser nuestra nueva mamá?-. Pregunta esperanzado.

-No lo sé, eso solo lo puede decidir tu papá-. Le digo a modo de respuesta.

―Pues él dice que sí-. Dice una voz a mis espaldas.

Volteo a ver a Peeta, quien me mira con una sonrisa burlona en su rostro.

― ¿Eso dice él?- le pregunto retadora.

― ¡Ya cásense de una maldita vez!- Gritan Johanna y Annie al mismo tiempo.

― ¿Tú que dices?, ¿Aceptas casarte conmigo?- pregunta Peeta mientras me abraza y nuestros rostros quedan a escasos centímetros.

-Acepto, es más, aún tenemos tiempo para casarnos en día de hoy, yo ya llevo un vestido blanco y tú vas vestido de traje, además conozco a un par de locas que les encantaría firmar como testigos, además nunca fuimos de lo más convencionales-. Le digo mientras lo beso y él sonríe contra mis labios, contento ante la idea.

Esa misma tarde somos declarados marido y mujer.

Si hace unos meses me hubieran dicho que por primera vez iba a poner en duda mi código moral; que iba a hacerme cargo del divorcio de un hombre que conocí en una noche de descanso; que iba a terminar casándome con él y que sus hijos iban a quererme más que a su madre no les hubiera creído. Pero como dicen:

Todo Puede Pasar.


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