Capítulo 4: Renacer

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El cambio inició, o mejor dicho, el renacimiento de un alma en pena, de un alma rota. Una ideología se creó dentro de esa cabecita perturbada y maltratada, una nueva forma de actuar se impuso para lograr su cometido. Faltaba muy poco para que el mundo se entere de quien era su nuevo habitante.

Dallas se encontraba ya en su recamara acostado, con las manos detrás de su nuca, vistiendo solo unos bóxers dejando a la vista su inmensa musculatura y hombría. Ese hombre sí que emanaba masculinidad, pero en fin ¿qué es la masculinidad? Para tal caso, Franky sería más hombre que él en un futuro muy cercano. Algunos pensarán que le arrebató lo más preciado que tenía, sin embargo, fue ese hecho que hizo posible alterar la jurisdicción de lo sexual, haciendo impertinente el desbalance entre el bien y el mal.

Al ver su miembro con rastros de sangre se preocupó, salió precipitadamente de la casa de Bárbara para tomar el primer taxi que pasara por ahí. Llegó a su departamento y corrió a darse una ducha de agua helada para quitarse todos esos recuerdos que poco a poco lo comenzaban a perseguir. Se lavó el falo frenéticamente como queriendo arrancar su propio prepucio, eso sí que le causó dolor. Ahora ya más calmado se dispuso a pensar, queriendo encontrar el motivo por el cual había cometido semejante estupidez. Quería atribuirle su mal actuar a las drogas y al alcohol, además, muy en el fondo de su ser, él creía que Franky se merecía ese castigo por ser un maricón. Pero, ¿realmente pensaba así? Por primera vez en su pestilente existencia sintió remordimiento, por primera vez pensó que había actuado mal. ¿Cómo era posible aquello? Si él era el centro del universo, por el cual todos babeaban. La imagen de esos ojos color esmeralda se le venía a la mente, esa tenue luz que esos faros poseían se iba extinguiendo a cada embestida que le propinaba mientras lo ultrajaba.

Necesitaba relajarse, y que mejor que un par de fornicaciones para aquello. Se vistió con una camisa gris muy ajustada que se amoldaba perfectamente su exuberante anatomía, unos pantalones negros, calzando con unas zapatillas cómodas para andar. Primero debía entrar en calor, así que decidió tomarse un par de tragos antes de ir a donde tenía pensado hacerlo. Entró en un bar cualquiera, pidió una botella de mezcal junto con un vaso y comenzó a beber. El alcohol le quemaba la garganta a cada trago que daba eso lo hacía sentir bien por un mínimo instante, sin embargo no podía alejar esos pensamientos turbios que hacían daño su memoria. Nunca se había arrepentido de nada, ¿por qué ahora sí? Digamos que ya había hecho algo parecido un par de veces con una que otra muchacha que solo quería estar entre sus piernas pero jamás había llegado a tal extremo de cometer una violación junto con agresiones, y mucho menos, hacia un hombre. Le daba asco tan solo pensar que se folló a otro varón pero ya ni el licor lo dejaba pensar coherentemente. Se bebió toda la botella pensando en que rumbo tomaría ahora, estaba asustado, quizás por si Franky lo llegaba a denunciar, además no se iría él solo, también sus otros dos "buenos para nada". Pero lo que más le asustaba era ese sentimiento de culpa que se alojaba en su interior.

Se dirigió a su destino en un alto estado de ebriedad, llegó tambaleándose al burdel al que frecuentaba constantemente. Era un buen cliente, no tanto por el dinero sino por la forma que hacía delirar a las trabajadoras sexuales que allí se encontraban. Dallas ingresó al lugar, cuyas paredes rojas hacían un agradable contraste con la alfombra color bordó que adornaba todo el piso. Luces fluorescentes del color de las fresas daban aún más un aspecto erótico al local. Marisela, la encargada y dueña del lugar de las fantasías, divisó al imponente muchacho que se acercaba en un zigzagueante andar. Sonrió para ella misma, ya que sabía que su billetera sufriría por unas cuantas horas.

Se acercó al muchacho para ayudarlo a sentar a un lado mientras esperaba a su mujerzuela.

-Hola dulzura- lo saludó, depositando un beso en una de sus mejillas dejando marcado sus grosos labios pintados de un rojo tan exagerado que dolía al verlos.

Ya no aguanto más...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora