Cartas a ella

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Era el aroma suave del té de frambuesa, el que inundaba mi nariz, el que me tranquilizaba, cuando lo veía a él.

Rizos cafés, se escapaban de su gorra negra; ojos verdes como una jungla, fácil era perderse en ellos; hoyuelos decoraban perfectamente su sonrisa encantadora.

Era perfecto, pero solo había un gran problema.

Él no sabe quien soy yo.

Lo diferente una perspectiva puede ser. Yo soy solo una de las millones de chicas para él. Pero él es mi único.

Iba diariamente a esa cafetería, solo admirar a la perfección de mis ojos. Siempre me sentaba en el mismo lugar, donde lo podía ver claramente desde un cierto ángulo, donde yo lo podía observar perfectamente, pero él no a mi, o es lo que yo creía; moriría de vergüenza si él me atrapara mirándolo como tonta enamorada, seguro él pensaría que soy una sociópata o cualquier otro tipo de chica rara.

Diariamente él se sentaba en el mismo lugar, enfrente de la ventana con vista a la calle, sentado en un banco alto de cedro, apoyándose de sus codos sobre la mesa, en donde estaba, su libreta o lo que suponía ser, su diario azul marino. Se podía creer que él era un chico serio, amante del silencio, no de la atención, se veía amable y caballero, a juzgar de lo que oía de sus conversaciones con Barbara; la dueña de la cafetería, una señora entre 60 y 70 años, era muy gentil y alegre, con solo ver su sonrisa te alegraba el día.

Era increíble lo tanto que yo admiraba tantas cosas de él, pero yo, ni si quiera, sabia su nombre.

Interrumpí mis pensamientos al notar que él ya se había ido; no encontré otra razón por la cual debía quedarme, aunque era un lugar muy acogedor, me aburría con facilidad sin él. Me levante de mi lugar y me fui rumbo a la puerta; abrí la puerta, estaba a punto de salir, pero me detuve, al oír que alguien me llamaba.

Me di la vuelta, para encontrarme con Barbara señalándome que fuera hacia ella.

-Buenas tardes Emilia, cómo estas?- Barbara me saludo dándome unos de sus cálidos abrazos.

-Buenas tardes Barbara, muy bien y usted?- le pregunte dedicándome una sencilla sonrisa.

- De maravilla, bueno a lo que te traía, tienes un admirador secreto....- ella me dijo con una sonrisa picara.

- Un admirador secreto?- cómo yo podía tener un admirador secreto?

- Si mira! Te trajo esto- dijo dándome un sobre blanco, - él dijo que te iba a traer un sobre por día.

- Ok?... bueno me tengo que ir- dije agarrando el sobre.

- Adiós linda, que tengas buena tarde- dijo con una cálida sonrisa.

- Hasta mañana- dije saliendo por la puerta.

Un admirador secreto? Imposible.

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