II

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Ella.
Febrero.


Ya había estado repasando su cuestionario durante mucho tiempo, para ella estaba bien, las preguntas las había contestado con singular facilidad, pero no quería fallar, no podía, no se lo permitía; era el examen final del primer parcial de biomédica, y ella estaba sentada en su pupitre habitual que se hallaba al fondo y al centro del salón.
Estaba segura, bueno, más o menos, podría haberlo entregado hacía diez minutos, pero ahí estaba: indecisa, y si estaba indecisa no podía entregar la prueba, porque si quería ser cirujana, debía estar 100% segura que todo estaba correctamente contestado.

No podía bajar de calificación o no entraría a Hardvard, debía tener un promedio excelente, en todas las materias, debía tenerlo, porque Hardvard no es de los que aceptan a cualquiera, son los que aceptan sólo a los extraordinarios, y ella lo había sido desde que entró a secundaria. Amaba la medicina, la estudiaba sin siquiera necesitarlo aún, se había chutado todas las series de cirujanos que encontró en Netflix, tratando de adivinar los diagnósticos y tratamientos. Estaba obsesionada, era una friki de la medicina.
Así que debía estar segura, para poder ser aceptada en aquella universidad, viajar desde Filadelfia hasta Massachusetts y después de terminar todos sus estudios en el menor tiempo posible y con excelencia, ser admitida en el hospital Northwestern Memorial Hospital de Chicago como interna y convertirse en una excelente cirujana.

Ya después de pasar la última mirada al examen, se decidió a entregarlo, confiando en su conocimiento.

Cuando iba saliendo sintió el frío viento de febrero, sacó de su bolso su suéter negro y se lo colocó, pero cuando la tela tapaba su cara, alguien la rodeó por la cintura. Miranda, la chica, se bajó rápidamente el suéter y volteo como resorte a quien la abrazaba con el corazón desbocado.
Carla. Carla su amiga la estaba abrazando con dulzura y singular alegría en su sonrisa de labios rojos; Miranda soltó un suspiro de alivio y se giró hacia su amiga pelirroja con una sonrisa burlona.

-¿Qué sucede, Carla?-preguntó la chica castaña, Carla la soltó casi dando saltitos de felicidad con una enorme sonrisa en los labios, y Miranda se reacomodó el suéter por atrás.

-¿Que qué me pasa?-contestó la chica caminando para animar a su amiga a seguirla. -Es martes, ¡Es el mejor día de toda la maldita semana!

Miranda, confundida volteó a ver a su amiga con el seño fruncido, ésta volteó los ojos y se adelantó un poco mirando a la chica de ojos aqua.

-Mir, es martes-le informó a ella, que no entendió ni un poco, ¿qué tenía de especial un martes?

-Sí, y ¿qué hay con eso?

-Dios- exclamó la pelirroja tomando del brazo a su amiga. -Eres la primera chica que de verdad no se emociona por una clase de Literatura, con ese profesor. Ya sabes porqué.

Miranda la siguió viendo confundida y Carla la acercó para hablarle al oído.

-¡Vamos!-dijo- Por el guapísimo profesor. El príncipe azul.

Cierto. Lo había olvidado, al profesor guapo.

La primera clase que les había dado había sido a inicios de ese parcial, había llegado con un pantalón semiformal azul marino, una camisa blanca y un blazer a juego con el pantalón. Pero no sólo por haber ido de azul el primer día lo llamaban príncipe azul, era por su intensa atractividad. Con ese cuerpo bien formado que aún con camisa sus brazos tanto como su espalda se marcaban, mandíbula marcadísima, con esa manzana de Adán que atraía todas las miradas a su cuello; ojos verdes, piel bronceada y cabello bien arreglado de un color negro intenso. Claro que era guapo, guapísimo, aparte de estar buenísimo por supuesto. Pero nada de aquello le atraía lo suficiente a Miranda para dejarla babeando, lo que realmente la dejaba colgada a Miranda era su extraordinaria mente, esa inteligencia que demostraba día a día en clases, esa forma de hablar tan culta y esa extrema atención que te ponía cuando hablabas con él, mirándote a los ojos con aquella mirada irresistible, dejándote totalmente desarmada.

A todas las chicas de su clase les gustaba de sobre manera, y a Miranda también, pero a diferencia de las otras chicas, a ella le importaba su mente, sus palabras, su forma de ser, tan madura, no como los chicos de su clase. Pero Miranda jamás dijo qué tanto le gustaba aquel maestro, se lo había callado incluso a ella misma por dentro, porque quedaría como otra tonta del club de fans tontas del profesor Arthur.
El hombre tenía unos, quién sabe, de 25 a 30 años, casi el doble de su edad. Y aunque cualquier chiquilla (porque eso eran, chiquillas, chiquillas de diecisiete años), pudiera ser tan guapa y sensual para atraer la mirada del Profesor, nunca pasaría algo más que eso, una mirada. Porque el adulto era inteligente y nunca se pondría en problemas metiéndose con una niña, ¡Y mucho menos su propia alumna!

Miranda negó con la cabeza al comentario de Carla divertida.

-Vamos-dijo Carla. -Aunque quién sabe por qué rayos no te gusta ese papi, yo no quiero llegar tarde, debo de entregarle la tarea- agregó la adolescente con una mirada juguetona al final. Miranda no pudo contener una carcajada y juntas se metieron al salón B4 para su clase con, ya saben, ese profesor.

***

-Ningún guerrero en su sano juicio se enfrentaría a Aquiles, ¿por qué?- preguntó el profesor pasando entre los pupitres. Ese día tenía puesto un suéter negro con parches cafés en los codos, por debajo una camisa y pantalón semiformal beige. ¡Ah!, y estaba guapísimo, como siempre.
Cada vez que pasaba a un lado de sus compañeras, éstas casi se podría decir que suspiraban, y Miranda no quería ser una de esas, así que cada vez que el profesor pasaba a su lado: hacía un garabato en su cuaderno, era un ejercicio de concentración según lo que había leído en uno de los libros de psicología.

Una chica levantó la mano.

-Porque era hijo de Zeus-contestó la muchacha cuando el maestro le dio la palabra.
El profesor negó con la cabeza.

-No, pequeña, Aquiles no era hijo de Zeus.

-¿Y por qué era inmortal entonces?- se oyó la voz de una alumna al frente. El profesor pasó a un lado de Miranda y ésta evitó verle e hizo un garabato.

-Excelente pregunta, ¿alguien quiere responder?- sugirió el príncipe azul volteando a ver a toda su clase desde el fondo del salón, cerca de Miranda.
Pero nadie respondió, y ella casi se parte de la risa ante aquello. Claro, les encantaba el profesor, pero no tenían ni la más mínima idea de qué coño trataba su clase. Se había abstenido a levantar la mano en su clase durante todo el parcial, pero nadie contestaba y ella sabía la respuesta, su instinto de nerd la estaba comiendo, quería contestar, se sabía la respuesta.
Iba a alzar la mano cuando:

-Porque lo bañaron en un lago divino al nacer-contestó con fluidez Carlos, el chico al que Miranda se había permitido estar colada por él. Era de ojos avellana, un cabello rubio cubría una pequeña parte de su frente y tenía un cuerpo trabajado, no como el profesor, pero al menos no era eso, un profesor.

El hombre asintió al chico y luego caminó hacia la pizarra. Miranda tuvo que hacer otro rayón en su libreta.

-Exactamente, gracias señor Godínez- apremió al chico. -Y Aquiles era hijo de Tetis, una diosa del mar, no de Zeus.

Miranda pasó la mirada entre sus compañeros hasta llegar a ver a Carlos. A ella le gustaba porque él era maduro, no como el maestro, pero sí era el más maduro de todos los chicos de su clase.
Y cuando Carlos volteó a verla, ésta le sonrió descaradamente coqueta, pues estaba consciente de su belleza; tomó un mechón de cabello y jugueteó con él mientras Carlos le devolvía la sonrisa con extrema sensualidad y Miranda apartó la mirada sin dejar de sonreír.

Un chsst se oyó al frente, la chica castaña resbaló su mirada al sonido y vio el profesor, con un gis roto en su mano. ¿La estaba mirando?, ¿la estaba mirando a ella?, porque ella sentía que sí; y su mirada penetrante hizo que la piel de la chica se pusiera de gallina.
Tenía que apartar la mirada, pero sus ojos estaban atados a los de él.
Las rodillas le temblaron y sintió que se iba a derretir. Cuando estaba apunto de suspirar, entregándose al estúpido club de fans tontas del profesor Arthur, éste último se giró a la pizarra apuntando con fuerza algo de la clase, quizá había tenido un mal día aunque hacía cinco segundos había estado bien. Pero Miranda no pensaba en eso, sólo pensaba en cómo calmar a su corazón que latía como caballo desbocado.

Lo quisiera o no, ya era parte de ese maldito club.

OBSESSION'S WORDS [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora