V

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Él.
Febrero.

Alzó la mirada por décima vez en toda la clase, y cuando unos ojos preciosos de pestañas largas se cruzaron en su camino, volvió a desviarla. Miranda. Hace algunas semanas que por fin había conocido su nombre. Y apenas hace dos días la había rescatado de la lluvia, la había llevado en su auto hasta su deportivo y le había dado su abrigo, todo cual príncipe azul. Pero ahora estaba ahí, frente a toda su clase, frente a todos sus alumnos y ella, ella estaba metida entre ellos, mirándolo, y eso le estaba carcomiendo el estómago.

El que Miranda estaba entre esos pupitres le hacía recordar que ella era una chiquilla de 17 años (sí, también había averiguado eso con los registros de la escuela) y que más aparte, ¡era su alumna!. Y bueno, ¿por qué no agregarle la verdad? que con cada respiración, cada gesto, cada movimiento que la chica hacía, Arthur podía sentir arder su cuerpo a cada segundo que pasaba. Sus ojos lo hacían flotar y cada vez que la chica alzaba la vista para ver hacia el pizarrón, unos cuantos cabellos se tambaleaban rozando su cuello y eso hacía que Arthur se volviera loco. Pero. Maldición. ¡No podía! Era su jodida alumna y esa adolescente hacía que el cuerpo del adulto se calentara a tal grado de tener que abandonar la clase con sólo descubrir un poco su cuerpo, ¡con sólo eso!

Sólo tenía que aguantar media hora más, sólo media hora y sería libre de aquella horripilantemente hermosa tentación.

Trató de enfocarse aún más en los apuntes que tenía en el escritorio y releyó cada párrafo en el que su mente no se concentraba, apuntó unas cuantas cosas y corrigió un escrito, trató de hacerlo lo más seguido posible y lo más entrado posible para no perder el control y volver a alzar la mirada hacia ella; hasta que pronto se quedó sin  nada qué hacer, los apuntes ya habían sido revisados y corregidos, ya había registrado las notas en su laptop y ya había acabado de leer el artículo con el que dejaría un trabajo a su clase. Ya no habían más hojas ni trabajos que revisar, su distracción se había acabado y aún quedaban diez minutos de su clase.

No debió haberla ido a dejar, no debió haberle dado su abrigo, no debió haberse interesado tanto en la chica hasta el punto de querer tocarla. Lo que realmente tenía que hacer era olvidarse de esa niña, concentrarse en su trabajo y darse cuenta de su error para no volver a repetirlo.
Pediría un cambio de clase, eso es, pediría un cambio de clase, así no tendría que verla durante dos horas seguidas durante dos días de la semana, ahí sentada con ese cuerpo tan sensual que se cargaba.
Así tendría la libertad de sentirse cómodo y orgulloso de sí mismo por haber enfrentado esa situación.

Bien, pensaba en eso, pero no quería hacerlo.
Quería quedarse todas las clases contemplando su bello rostro y disfrutando de las exquisitas curvas que su cuerpo formaba. Sabía que estaba mal, sin embargo, ¿por qué había vuelto a mirarla desde su escritorio?

Su cabello se iluminaba en un tono amarillento por los rayos del sol que se colaban entre la ventana, hoy no llevaba puesto el moño de la escuela en el cuello de la camisa, y ésta la tenía abierta a dos botones arriba de sus pechos, hoy llevaba unas medias más delgadas y la falda tableada como siempre a la altura de la rodilla. Se quedó un rato más en sus piernas hasta que sintió su sangre hervir, desvió la mirada como resorte a la ventana y busco de nuevo una distracción, ahora en su Mac plateada.
Podía revisar las calificaciones para asegurarse que ninguno hubiera faltado. Leyó los nombres con suma atención, tratando de controlar sus impulsos de ir ahí mismo hasta ella y besarla hasta desnudarla con la boca, dejarla sin aliento y sentir su piel bajo sus manos, derretirse en la delicia de sus labios y hacerle...

Tenía que concentrarse, tenía que concentrarse.

Marla Artude.

Daniel Bardino.

OBSESSION'S WORDS [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora