IV

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Ella.
Febrero.

Recargó las manos en el lavabo y respiró ondo antes de verse al espejo. De todos modos no le hacía falta maquillaje, sus pestañas eran rizadas por naturaleza, así que movió a un lado su cosmetiquera y se dispuso a salir del baño. Caminó a su habitación arrastrando sus pies descalzos por el suelo y abrió de prisa el ropero en busca del moño que iba en el cuello de la camisa para terminar de vestirse.

Volteó a ver su teléfono mientras terminaba de ponerse el moño, y lo tomó entre sus manos para ver la hora.

6:45.

Mierda, pensó Miranda.

Faltaban sólo quince minutos para que sus clases empezaran y ella seguía en su casa. Se acomodó los zapatos mientras bajaba las escaleras y corrió hacia la entrada sin siquiera despedirse de su madre. Quien preparaba el desayuno de su hermana en la cocina.
Tomó el primer bus que llegó y fue directamente al instituto.

***

Al llegar, bajó de las escaleras metálicas del camión con cuidado, ya se había caído antes y no pensaba volver a hacerlo sólo por tener pirsa; caminó por fin por el pavimento y sintió el frío colarse entre sus piernas. No debió olvidar ponerse las mallas. Aceleró el paso con las manos metidas en el bolsillo y la cara hundida entre su bufanda blanca, y su abrigo beige. Cuando alzó la vista por unos segundos: su corazón dio una volcada. Detuvo de golpe su caminata y recorrió con la vista aquello que había hecho que las manos le sudaran.

Arthur.

A unos cuantos metros de ella, avanzando con paso lento, se encontraba su profesor de literatura, con un abrigo negro y una bufanda café; ocultaba sus mejillas bajo la tela tal y como lo había estado haciendo Miranda. Lo había reconocido por su cabello, demasiado negro (para ser inconfundible entre todos los alumnos y todos los profesores castaños y rubios de la escuela) con pequeñas ondas en las puntas y muy bien peinado. Entonces se preguntó cómo sería pasar sus manos por esa melena oscura, cómo sería sentirlo entre los dedos.
Pero agitó su cabeza sabiendo que, siendo su estudiante, no podía pensar en esas cosas y de inmediato una descarga eléctrica recorrió desde sus pies hasta su cara para luego sentir sus mejillas arder. Retomó el paso aún con las mejillas sonrojadas bajo la bufanda y por más que lo quiso, no pudo resistirse a mirarlo aún de lejos. Su espalda era ancha y aquello la volvía loca. Cada vez que avanzaba un paso, un pedazo de su bufanda que colgaba de hombro se balanceaba en el aire.

Entonces su mente voló al pequeño momento que habían compartido juntos en aquel Starbuks, recordó su sonrisa sincera y aquel aspecto tan sexy con esa ropa informal.

Llamame Arthur. Esas habían sido sus palabras. ¿Acaso significaba que podía llegar así sin más y llamarlo por su nombre?, ¿significaba que eran amigos?

Quizá podría acercarse a él, decirle buenos días o tal vez sólo saludarlo, o bien podía llegar y llamarlo por su nombre; pero si hiciera eso, todos sabrían que ella lo estaba llamando así y sabiendo que todas las chicas (incluyendola a ella ahora que lo aceptaba) querían llamarlo por su nombre, decidió guardarlo en secreto.

Aquello sería sólo para ella, un exclusivo privilegio que ella misma se iba a dar, quizá ya les hubiera dicho otras chicas que lo llamaran igual, pero no quiso pensar en eso, llamarlo por Arthur sería su secreto. No le interesaba ser egoísta, quería ser la única que lo llamara de esa manera.

Cuando se volvió a plantear ir a saludarlo, alguien se abalanzó contra ella, rodeandola por los brazos.

-Hola Carla-saludó a la chica con una sonrisa nerviosa. ¿La habrá visto viendo a Arthur?

OBSESSION'S WORDS [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora