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UNO

-❝Ay, debí aceptar el gato


No había nada interesante en la televisión a las tres de la mañana.

Darcy Lewis, una estudiante de ciencias políticas de veintiséis años, pasó de canal en canal, sosteniendo su cabeza en un puño, sus ojos decaídos parecían estarse batallando entre quedarse viendo a The Muppets o Trigger Happy TV. Y dado a que ninguno era de su interés, porque no había chicos calientes frotándose bloqueador solar en las playas del Caribe, no le vio el sentido a seguir sintonizada a la caja boba.

«Si no hay abdominales y bronceados, no me interesa».

Cambió al canal seis, en el cual pasaban videos musicales las veinticuatro horas del día. Hoy, parecía ser una maratón de los ochenta. Su época musical favorita.

Ella despegó su trasero del sofá y caminó tarareando la canción de The Clash. Tomó alguno de los apuntes de Jane que estaban esparcidos por la mesa del comedor y comenzó a ordenarlos por «éste está más limpio que éste otro» o «éste tiene más garabatos que éste otro» y «éste parece importante porque no tiene las manchas de café que aquel tiene».

Sip. Lo admitía. Estaba tan aburrida que no vio otra cosa más interesante que hacer a las tres de la mañana que ordenar su humilde morada.

«Morada», bufó internamente. Esto ya se parecía al planeta basura con tanta chuchería esparcida por ahí. La cueva de un oso tenía mejor pinta que este lugar. Y estaba siendo amable. Hablaba en serio cuando decía «basurero personal».

En el piso habían varias prendas de mujer –¡encontró su braga azul!–, cajas de pizza y botellas de café. Lápices y hojas hechas bolas, hojas que aún no eran pelotas, planos, indicadores de líneas, transportadores, habían hasta gafas de natación metidas por el lugar.

Gruñó. Se le había ocurrido limpiar justamente el día en que Jane había decidido pasar la noche en el laboratorio y no podía contar con su ayuda. Para remate, no tenía máscaras de gas por si de aquí salía algo tóxico. Con una astrofísica nunca se sabía a ciencia cierta.

«Bueno», pensó. «Es ahora o nunca. «Y dado a que tengo suficiente cafeína en la sangre como para alimentar un Starbucks completo, lo haré ahora. Mañana seré nuevamente una bola de pereza».

Darcy tomó entre sus manos un puñado de ropa y caminó a su habitación, tirándola toda en el cesto de ropa sucia. De vuelta, cuando pasó junto al sofá, le subió a la canción «Should I Stay or Should I Go» y continuó ordenando.

Pasando las cuatro treinta de la mañana, más de diez grupos musicales, entre ellos sus favoritos, pudo finalmente suspirar tranquila.

Porque recién había terminado la sala.

—Maldita sea el día en que maduré y decidí tener una casa.

En cuanto volvió a su habitación, pegó un brinco de aquellos que la dejó estampada contra el techo, igual que un gato, con las garras aferrándose y el pelo erizado del susto. Darcy soltó el aire que había contenido y apartó su mano del pecho. Su corazón seguía corriendo como loco, pero ya ahí no podía interferir. Debía hacerlo por sí mismo.

No obstante, la ira hizo que su corazón, en vez de disminuir sus latidos, fuera más deprisa.

—¡No aparezcas así, que me da un puto infarto! —despotricó con un gruñido—. ¿Qué? ¿No te enseñan a tocar la puerta?

WINTER LOVE • Loki LaufeysonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora