Extraña propuesta

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            Se fijó la hora en su teléfono, solo habían pasado dos minutos ¡Y podía jurar que habían pasado, al menos, quince! No podía hacer nada contra eso, no permitido usar el teléfono a menos que sea para saber la hora, algo totalmente injusto considerando que el profesor se pasaba la hora completa hablando sobre lo brillante que era el sol, o de cómo había adquirido su nueva camiseta. El punto es que no importaba que dijera, eran cosas sin sentidos que no tenían nada que ver con la materia.

Tal vez podría sacar algún libro, ¿de verdad era capaz de sacarle el libro por no atender a su interesante charla sobre alguna absurda teoría de que el dinero del mundo estaba en las zanahorias? Así que tomó su libro, se corrió un mechón de pelo castaño que siempre obstruía su visión y empezó a leer.

Era maravilloso como la lectura podía transportarlo tan rápido a un mundo lejano y distante en el tiempo y el espacio. La voz del profesor de pronto empezó a alejarse más y más hasta volverse un susurró que se perdió en el aire. Si el tiempo pasaba o no ya era problema de los demás, él estaba centrado en viajar a través de la tinta de la hoja a ver dragones surcar el cielo con una noble misión de acompañar y ayudar a sus jinetes.

El timbre sonó y simplemente parpadeó un poco levantando sus ojos rojizos del libro, el barullo de gente parándose y hablando fuerte era algo que no podía ignorar. Ahora tenía clases en el laboratorio, se desparramó en la silla unos instantes antes de tomar sus cosas que estaban en la mesa y ponerlas en su mochila para salir con sus amigos a dejarla en el laboratorio y luego dar unas vueltas en el colegio y a charlar un poco.

Faltaba poco para que el timbre les indicara que debían volver a clases. Pero, de repente, algo pasó. El cielo despejado repentinamente rugió y se nubló de una forma tal que parecía de noche. El frío se adueñó del patio y todo quedó sumergido en un silencio extraño, nuestro protagonista caminó unos pasos hacia atrás buscando con la mirada a sus amigos. No había nadie. Sus compañeros, los profesores... ¡Todos! Parecían haberse desintegrado en el aire. Y, por un momento, se sintió más solo de lo que ya se sentía. Solo por un momento. Porque luego una voz lo perturbó.

—Eres tú.- Fueron las palabras que retumbaron por aquel vacío. Parecían provenir de atrás suyo, pero cuando se dio vuelta no había nadie. Luego miró nuevamente hacia adelante y una figura oscura se materializó a solo unos pasos de él. Un escalofrío recorrió su espalda y le erizó toda la piel, tuvo que sujetarse los brazos para que no se le notara.

—¿Y-yo soy quién?- Tartamudeó el muchacho. La sombra no le dio una respuesta inmediata y dio un paso hacía el muchacho, quien dio un paso hacia atrás y tropezó con sus propios torpes y enormes pies para caer de espaldas. —¿Q-quién eres tú?- Preguntó impulsándose con sus manos aún más atrás al ver que aquel extraño bulto daba otro paso hacia él. Parpadeó. Y en esa fracción de segundo en el que sus ojos se cerraron la sombra se materializó frente a él. Ahora podía ver definidamente que era simplemente alguien con una túnica. Pero cualquier persona dudaría de aquel "simplemente".

—Importa poco quien soy yo.- Dijo con una voz serpenteante que pareció filtrarse directamente a su cabeza. —Pero si de verdad te importa, soy alguien que vino a buscarte.- Se inclinó un poco, lo suficiente como para que su rostro encapuchado estuviera casi a la altura de la de él. El joven pudo observar unos ojos iguales de extraños a los de él, rojizos. No podía saberlo con certeza pero sentía que eran naturales, como los de él, y no algún lente de contacto. Solo que aquel hombre los tenía rasgados —Mi príncipe.- Hincó suavemente su rodilla en el piso, al costado del cuerpo del muchacho y se quitó la capucha dejando ver un rostro repleto de escamas obscuras que tenían cierto brillo carmín, como el de las manzanas.

—¿Príncipe?- Preguntó en un susurro mientras abría sus ojos como platos, parecía como si sus globos oculares fueran a saltar en cualquier momento de su rostro. —¿De qué demonios estás hablando?- Gritó levantándose en un extraño y ágil movimiento y se dio la vuelta con intenciones de irse, no sabía dónde, pero debía alejarse de aquel extraño. Una mano fuerte y dura sobre su hombro hizo que volviera su cuerpo por inercia y mirara nuevamente a aquel extraño.

—Sí, tú eres el heredero al trono de nuestra raza. Sé que has oído hablar de nosotros, algunos nos conocen como "reptilianos" y creen que somos una especie de alienígenas. Pero en realidad nosotros venimos de aquí.- Dijo pisando el suelo. —La misma Luz nos ha creado hace millones de años con los cuatro elementos para proteger a la Tierra. Tenemos la resistencia de la tierra en nuestras escamas, el fuego en nuestras almas para defender nuestra causa con pasión, el aire para que al hablar podamos hacer la paz, el agua fluye a través de nuestras venas y hace que nuestros sentimientos lleguen a cada parte de nuestro cuerpo. La túnica del extraño de repente se hizo pedazos y los retazos de tela negra cayeron al suelo y dejaron ver aquella figura que parecía un extraño ángel repleto de escamas y con... alas de murciélago.

Ninguna palabra de esta historia tenía sentido, pero este chico se sentía más convencido cada vez, y aquellas alas fueron la prueba necesaria pare creer aquella historia sin cabeza ni pies. Eran como un sueño, más que un sueño un recuerdo de su muy temprana infancia, tal vez un recuerdo de cuándo tenía solo unas horas de nacido. Unas brillantes alas rojizas en medio de una habitación blanca iluminada de tal manera que lastimó un poco sus ojos, unas alas que desaparecieron de la nada para dejarlo sumido en una marea de llantos de desesperación de sus compañeros infantes.

Y luego de vuelta estaba ahí, frente al extraño que le estaba ofreciendo su escamosa mano color rubí con unas garras tan negras como un ópalo pulido. Aquello era una invitación, una propuesta de dejar atrás su vida mundana. Una propuesta de liderar una raza de la cual no tenía la menor idea, pero aun así puso su mano sobre la invitación y esta lo apresó para llevarlo hacia el cielo grisáceo.

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Los RubíesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora