Caminaron por aquella ciudad, doblando cada tanto, había demasiada gente pero mucha estaba volando de un lado a otro e ignoraban a los que estaban debajo. Era fascinante como se notaba la diferencia y distanciación en las distintas especies y, también, en las mismas especies. Los que volaban más arriba se parecían a Donovan, volaban de forma lenta, observaban a la ciudad en un plano general, más abajo volaban los demás dracónicos, de distintas formas, en grupos, en pareja, solos. En el plano que le seguía había hadas, algunos pixies, unas cuantas aves que iban y venían de forma rápida, esquivando a los demás seres como si fueran simples bultos. Y luego, en el piso, se encontraban una gran variedad de criaturas, desde duendes, elfos, gobblins hasta otras hadas y dracónicos que al parecer preferían caminar a volar, y otros que parecían vigilar tal y como lo hacían arriba.
La gente se iba desapareciendo, se iban alejando del centro de la ciudad. Llegaron a un lugar dónde el ambiente estaba más fresco, era extraño pero podía jurar que el ambiente se sentía más confortable que la otra parte de la ciudad. Donovan se detuvo frente a una casa con un exterior de ópalo de fuego, se veía magnífica, era la única estructura de ese color tan alegre, parecía resaltar entre tantas casas de turmalina, departamentos de amatista, y algunos barrios de monotemáticos zircones.
—Es... una muy linda casa.- Susurró mirando a su escolta, de manera algo tímida.
No recibió respuesta alguna a ese comentario, y el general se acercó hacia la puerta a la cual le susurró algo para que se abriera, hacía ya un tiempo que no vivía en esa casa. Al entrar la casa tenía una estructura distinta a la que se veía por fuera. El piso, las paredes, el techo y las escaleras eran de nogal, los muebles eran de pino por lo que resaltaban. No había adornos y al parecer tampoco comida ni otras cosas, parecía una casa recién comprada aunque tenía un aroma acogedor.
—Bienvenido a... mi casa.- Un suspiro se escapó de los labios del general y se encaminó hacia el comedor seguido por el príncipe. —Desde ahora vivirás conmigo, yo me encargaré de mostrarte la ciudad y de conseguirte a alguien que te explique cómo funciona nuestro mundo. Puedes acomodarte en la habitación de arriba que está en una puerta a la izquierda del pasillo.-
—¡N-no!- Respondió de repente Keiwell, un tanto tembloroso pero de forma decidida. —Q-quiero saber porque, ¿por qué estoy aquí?, ¿por qué contigo?, ¿por qué nadie me dijo nada?... ¡Quiero saber qué pasará con mi familia! Mi vida anterior... ¿qué pasó?, ¿volveré?, ¿y todas mis cosas?- el muchacho se detuvo un instante para respirar profundo, había dicho demasiadas cosas sin respirar. Se sentó en una silla que le ofreció el mayor y luego lo miró a los ojos. —¿Quién eres?-
Hubo un silencio largo, realmente largo. No era largo en la duración en sí, porque no habrá durado más de un minuto. Pero la sensación, esa dónde no se oían ni siquiera ruidos de la calle lo había hecho extenso, la situación en sí había generado esa prolongación del silencio. Donovan parecía algo tenso, con miedo. Y Keiwell se sentía extraño, acababa de dejar la parte que conocía de su vida por una extraña propuesta, y durante todo ese viaje al mundo mágico, por más que se haya sorprendido, no había obtenido una mísera respuesta, simplemente había estado escoltando a su escolta por distintos lugares.
—Bien.- Hubo otra pausa, no tan larga como la otra. —Soy Donovan, general del ejército aéreo. Yo te llevé al mundo humano cuando tenía apenas 13. Las brujas se encargaron de tu disfraz humano, para que no pierdas tu toque dracónico pero para que puedas ser socialmente aceptado en la especie... es muy lindo, en realidad.- Comentó antes de sacudir su cabeza para volver en sí, se dio cuenta que no lo estaba mirando a los ojos, así que lo hizo antes de continuar. —Tu familia fue seleccionada cuidadosamente por los duendes y hadas desde la base de datos humana hackeada por la novia de mi hermana. Tu primo, en realidad, es un dracónico que infiltramos cuidadosamente al mundo humano para poder vigilarte aún más de cerca. El mundo mágico estaba sufriendo un momento muy duro, sobre todo nosotros, en los noventa se empezaron a correr rumores de aliens tratando de invadir la tierra y tuvimos que alejarnos un tiempo de la sociedad humana. Habíamos empezado a entablar relaciones con algunos políticos y personas seleccionadas cuidadosamente con la que seguimos teniendo contacto y con las que forjamos cierta relación muy discreta.- Otra pausa, trataba de darle información exacta, pero sentía como si estuviera agobiando al príncipe así que le daba tiempo para procesar las cosas.
Mientras tanto Keiwell escuchaba atentamente lo que el contrario lo decía, comparándolo con lo que sabía del mundo que conocía, de las fechas cercanas a las de su nacimiento, toda la paranoia y el fanatismo. Sabía lo agresivos que podrían ser los humanos y lo cerrados de mente que eran a veces.
—Bueno, entre tu primo, mi... ex-pareja.- Inspiró hondó y luego suspiró para poder seguir. —Y yo estuvimos cuidándote siempre. Pero yo era el que debía llevarte nuevamente al mundo mágico, tú sabes, para cerrar un ciclo.- Explicó. —Fue muy difícil luego de perder a mi pareja, a decir verdad.- Un escalofrío le recorrió la espalda y nuevamente tuvo que subir la mirada para mirarlo a los ojos. —No te debes preocupar por tu familia, ahora mismo tu primo se está encargando de eso. La verdad no me agrada tener que modificar la mente humana, pero es preferible eso a que se preocupen.-
Los ojos del príncipe se desviaron un instante de los de su guardia, lo analizó de arriba abajo tratando de asimilar lo que acababa de decir. Asintió.
—Y la reina, tu madre.- No tardó demasiado en corregirse. —Tu madre biológica, me pidió que te guiara, te mostrara tu sociedad para que pudieras gobernarla.-
—Pero, ¿y si no quiero gobernarla?, ¿Y si no puedo gobernarla?- Preguntó, denotando la palabra "poder" de tal forma que daba a entender que no se sentía lo suficiente como para ser un príncipe. Toda su vida había sido alguien promedio, solo resaltaba por sus extrañas facciones y trataba siempre de pasar desapercibido. Apenas tenía interés por la política, a menos que se trate sobre libros de historia antiguos o de cuentos o novelas juveniles no sabía nada.
—Por eso te voy a instruir en lo que pueda. Y en lo que no, bueno, para eso vamos a buscarte un instructor, un profesor o algo. Por ahora no te preocupes, tienes que descansar. Tienes mucho que asimilar.- Donovan le apretó suavemente la mano y luego lo soltó incorporándose. Él mismo tenía muchísimo que reasimilar, el volver a la casa que había compartido con Svailer le traía recuerdos que por más que sean hermosos, dolían, dolían mucho. —Pediré algo para comer.- Caminó y tomó un teléfono celular para marcar a un delivery. —No es tan diferente al mundo humano en ciertos sentidos.- Le sonrió un poco nostálgico antes de hablar con el restaurante y pedir una pizza.
No fue mucha la charla que tuvieron esa noche. Keiwell apenas hablaba, y cuando lo hacía eran palabras monosilábicas y en voz baja, como si tuviera miedo de responder algo erróneo. La situación seguía un poco incómoda, pero no tan tensa como antes. Se despidieron uno de otro y se encaminaron cada uno a su habitación.
Keiwell entró a la que el general le había indicado al principio, estaba iluminada por una pequeña esfera sobre una mesa de luz que se encontraba a un lado de una cama doble. No tenía mucho además de eso, solo un ropero al frente de la cama que tenía algo de ropa. Tal vez podría quedarle lo que estaba del lado izquierdo del armario.
Terminó el recorrido sentándose en el borde de la cama y suspiró, por más real que fuera eso, por más que pudiera entenderlo, le seguía pareciendo un sueño. Un extraño, retorcido y hermoso sueño. Era lo que siempre había querido, ser alguien más que un simple humano, pero ahora que lo tenía, lo extrañaba. Tal vez era la simple sensación de perder todo de momento a otro. Tal vez era que no vería nunca más a las personas de ahí... o tal vez, solo tal vez, se sentía más cómodo antes, siendo un simple humano, que ahora. Pero, por otro lado, sabía que su vida ahí era falsa, creada desde su verdadero mundo, del cual sabía menos aún. No sabía nada, ni del mundo humano ni del mágico, tal vez ni siquiera sabía algo de su propio mundo. Tal vez, era un ignorante.
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Los Rubíes
FantasyEsta historia comienza en un receso en las clases matutinas de Keiwell Doroman, un joven extraño con ojos de color de rubí, es "abducido" por una raza milenaria creada por los cuatro elementos naturales para proteger a la Madre Tierra que le dice qu...