Cadenas de Cristal

15 1 0
                                    

Al cerrarse la puerta detrás de ellos les tomó un buen rato salir de ese shock, se decidieron en caminar sin hablarse por un rato, solamente estuvieron procesando aquellas últimas palabras que daban vuelta una y otra vez por su mente, sobre todo la de Donovan, ¿qué le habrá querido decir con eso? ¿Estaba siendo demasiado transparente? ¿Era eso malo? ¿Qué estaba reflejando? Todo lo demás parecía estar en un segundo plano para el general, caminaba en dirección a su casa de nuevo, debía llegar y procesar todo lo que le había pasado. Sabía perfectamente que cada palabra de aquella mujer, en esos lapsos mágicos, eran importantes. Trataba de retener cada letra que había resonado en su cabeza y todo lo que había sentido cuando esas palabras atravesaron su mente. Keiwell tampoco parecía estar bien, también seguía tratando de analizar lo que había oído, ni siquiera sabía quién lo había dicho o si se lo había imaginado, pero era imposible que tenga el poder de imaginarse una voz tan vívida y definida.

Un ruido fuerte trajo de vuelta a la realidad al príncipe y al general, eran gritos y vidrio rompiéndose a tan solo media cuadra. Maldición, ¿justamente ese día tenía que haber aparecido el ladrón de las sombras? No se había dado cuenta de que la ciudad se había vuelto muy oscura de repente, miró hacia arriba y efectivamente eran nubes de humo negro que bloqueaban el paso del sol desde adentro de la cueva. Por suerte había tenido la sensatez de ponerse su uniforme de trabajo, ahí tenía sus armas. Había alguien con una bolsa corriendo hacia ellos, esa silueta estaba tratando de huir de algo que lo perseguía así que no se dio cuenta de que había dos personas delante suyo bloqueando el paso, y una de ellas tenía la posibilidad de detenerlo.

—¡Alto ahí! Donovan Swordhand, general d...- El general recibió un empujón del fugitivo y trastabilló. La humillación fue bastante, ser golpeado así frente al príncipe había sido demasiado, tomó una de sus dagas de su tobillera y la lanzó fuerte, tanto que el aire silbó al ser cortado por aquella filosa hoja de metal, y luego de recorrer casi 40 metros se clavó en el hombro del delincuente atravesando la tela de su capa.

Lo había derribado, al menos suponía que era una buena señal, parecía que no era un dracónico. Corrió hacia él volviendo a pronunciar su nombre y su rango mientras buscaba en sus bolsillos el sello de arresto, no estaba. No lo encontraba por ningún lado, aunque estaba muy seguro de que lo había tomado de la mesa en cuanto se fue, era algo que hacía automáticamente, pero no podía estar seguro. Hasta que lo vio, en la mano de la persona que estaba en el piso.

La capucha aún mantenía su rostro oculto, pero aquella mano huesuda sosteniendo el talismán de intimidación se quedó grabado en su mente, no tuvo tiempo de hacer algo porque en solo un instante quedó envuelto en una burbuja de energía celeste que le era imposible atravesar. Empezó a desesperarse aún más cuando vio al príncipe a unos pocos pasos detrás suyo, ¿cómo pudo haberse arriesgado de esa forma?

Keiwell lo había seguido para ver que no le pasara nada, y también por curiosidad de ver como Donovan hacía su trabajo, pero se asustó en cuanto vio la mirada descompuesta del general unos minutos antes de ser atrapado por aquella burbuja. Ahora estaba desprotegido frente a un criminal que había neutralizado a su escolta en tan solo unos segundos, no sabía que debía hacer. La figura se levantó torpemente sujetando su hombro lastimado, sosteniendo aún el símbolo en sus manos y miró al príncipe. Debía actuar rápido, la mano del monarca tomó la daga que estaba a sus pies, manchada con sangre y la apuntó hacia el herido que pareció no inmutarse, Keiwell se veía tan indefenso, sería tan fácil de intimidar. El símbolo empezó a brillar, el príncipe cruzó sus brazos frente a su rostro para protegerse de aquel rayo que iba directamente hacia él, cerró los ojos, una luz roja y un estallido lo aturdieron unos segundos, tropezó y cayó. La daga cayó a unos pocos centímetros suyo, escuchó claramente el sonido del metal de la hoja chocar contra el suelo al lado de su oreja y luego sintió el mango caer peligrosamente a unos pocos centímetros de su sien.

Los RubíesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora