Capítulo 10.

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-Lo besaste. – Repitió Effy mientras me miraba anonadada y alegre desde el sillón en nuestro escondite. – Creo haberte oído decir que no te gustaba.

-Pues es lo que yo creía, hasta que casi me besa y me descompongo en frente suyo. Además, se supone que me conoces mejor que yo misma y tendrías que haberte dado cuenta de esto. – Comenté, sonriendo.

-Pues lamento haberte defraudado. – Repuso con tono seco. Se levantó para tomar sus cosas y me dejó sola en la habitación.

Lancé mi cabeza hacia atrás y dejé escapar un gruñido. Después busqué mi mochila y la seguí a través de los corredores. Cuando la alcancé, tomé su brazo para detenerla, pero con un golpe me obligó a soltarla. Tenía los ojos humedecidos por la ira. ¿En qué momento se había enojado tanto? ¿Qué había hecho yo para llevarla ese estado?

-No puedes enojarte por algo así, Effy. – Chillé al ver que se alejaba de mí con paso apurado.

-¡Sí, sí puedo! – Bramó. Se quitó el anillo que siempre usaba, uno idéntico al mío, y lo arrojó a un tacho de basura.

Me recosté contra la pared y me dejé caer. No podía dejar de mover la pierna en señal de ansiedad, además, no sabía si debía ir a buscarla o quedarme allí y esperar a que se calme. ¿A quién intentaba engañar? Estaría enfadada por semanas.

Opté por esquivarla lo que quedaba del día. Simplemente me quedé en silencio cuando debía estar a su lado y evité acercarme cuando podía estar lejos.

Al parecer esa tarde Bruno saldría con Celeste, así que yo no tenía nada interesante que hacer, hasta que Alex se acercó a mí y me ofreció ir a tomar algo por ahí. Acepté, con él podría relajarme y desviar mis pensamientos de temas a los que no quería dedicar mi tiempo.

Almorzamos juntos en un café que quedaba cerca de la escuela. Sus prolongados silencios y su relajada personalidad me ayudaron a despejarme. Cuando ya habían pasado dos horas, sugerí visitar su casa, al principio se negó pero, luego de un suspiro, aceptó.

Cuando llegamos, nos encontramos frente a una casa gigante pintada de blanco, algo que no me esperaba para nada. Me indicó unas escaleras, pidiéndome que dejara nuestras cosas en su habitación mientras él iba a buscar algo para tomar. De alguna manera la encontré; muros blancos y vacíos, con una cama, una computadora y un armario, no había mucho más allí. Era la prueba perfecta de que las habitaciones describen a sus dueños.

Sin mucho que observar, fui en busca de Alex. El lugar era muy grande, así que estaba intentando no perderme por los interminables pasillos. Empecé a oír unos gritos no tan lejanos, reconociendo la voz de Alex, por lo que me encaminé hacia el origen de las voces.

Por fin encontré la puerta detrás de la cual se producía la discusión. Dudé si debía tocar, esperar afuera, o regresar hasta su habitación, pero antes de poder decidir, la puerta de madera negra se abrió bruscamente frente a mi rostro. Me quedé pasmada durante unos segundos, mientras un hombre de mediana edad, alto y delgado se cernía sobre mí. De su ancho cuello, sobresalía una vena que parecía que iba a explotar en cuestión de segundos, y un grupo de arrugas que rodeaban sus ojos le daba un gesto severo que daba miedo. Todo su cuerpo estaba rígido, sus manos estaban cerradas en puños y tenía la mandíbula tensa.

Di un paso hacia atrás por instinto. Sus ojos pasearon por todo mi rostro y luego por mi cuerpo, hasta regresar para explorar mis ojos. Relamí mis labios, repentinamente nerviosa, y paseé mis ojos por todo el pasillo, con lisas paredes vacías como único objeto de mi contemplación.

El frío de tu amistadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora