3. Ana y Alan

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"Llévame lejos
de los demonios de mi mente
Llévame fuera del mundo
Llévame fuera del día
Y déjame encontrar
la  serenidad"

Cuando abrí los ojos la mañana siguiente, note que algo había cambiado: ya no estaba asustado.
La noche se había esfumado y con ella todos sus fantasmas. Una luz tenue bañaba el salón.
Con pereza me levante del sillón y me acerqué a la ventana, había un pájaro pequeño revoloteando detrás del vidrio, justo donde creí haber visto ese rostro la noche anterior. Cerré los ojos un momento y sacudí la cabeza para sacarme esos brillantes ojos de la mente. ¿Cómo una alucinación podría ser tan real? Porque ya había confirmado que fue una, no quería darle más vueltas al asunto, seguramente la tormenta y el cansancio del primer día me habían jugado una mala pasada.
La lluvia se había filtrando en la tierra haciendo que el paisaje fuera más verde, un verde vivo, un verde brillante, un verde intenso. Y sin querer, volvió al escenario mi madre y como ella decía que su color favorito era el verde de mis ojos después de un día de lluvia, ese verde que se iluminaba al ver un arcoíris por su ventana. Ese siempre sería su color favorito
El cielo estaba más azul que nunca. Superada mi primera noche en La Dehesa, amanecía un nuevo y radiante día, el cual no se podía desaprovechar, así que tomando mis bolsos y mochilas subí al piso de arriba. Escogí el dormitorio de la cara oeste que daba justo a la entrada principal. Tenía una enorme cama de pino y varios muebles a juego: una mesita, un armario de dos puertas y un escritorio antiguo. Mientras acomodaba en el varios libros y mi portátil, me llamó la atención un cajoncito situado al lado del mueble e intente abrirlo, pero estaba cerrado con llave.
Después de ponerle sábanas y colchas a la cama, colocar la ropa y sacudir un poco el polvo, vestí las paredes con láminas que había descolgado de mi vieja habitación, unas cuantas fotos de mis familiares y adornos de regalo. Ambientar aquel cuarto con algo de mi personalidad me hizo sentir un poco protegido.
Al sentarme en la cama volví a ver la diminuta cerradura que contenía aquel cajón. Instintivamente me lleve la mano al cuello y me resultó familiar que el tamaño sea similar al de la llave que mi madre me había obsequiado siendo niño. Sin más me la quite y la introduje en la abertura con expectación.
Mi ceño se frunció al ver como aquella cerradura cedía al movimiento de la llave, el pulso comenzó a irme más rápido, había cargado con ella casi la mitad de mi vida, fuera lo que fuese que contenía aquel cajoncito había estado esperándome todo este tiempo. Me imaginé a mi madre frente a ese escritorio, guardando en él algo que yo estaba a punto de describir... y no pude evitar emocionarme.
Solté un bufido ante la decepción, dentro no había nada más que otra llave, pero más grande.
Me rasque los rizos confundido y me pregunté si esta vez me costaría tanto tiempo descifrar para que serviría tal llave, tal vez esto era parte de un juego, como esas muñecas rusas que guardan otra muñeca en su interior, y esta a su vez otra, y esta a su vez otra...
Sin embargo me guarde la vieja y oxidada llave en el bolsillo, tal vez algún día la necesite.
El sonido de mi panza me recordó que hacía tiempo no comía. Por primera vez en días me sentía hambriento, atendiendo a mi estomago decidí bajar hacia la cocina, pero justo cuando estaba al final del tramo, tuve un presentimiento.
Volví a subir las escaleras de dos en dos hasta llegar al último piso. Ya había intentado abrirla en dos ocaciones, y en ninguna tuve éxito, como dice el dicho: la tercera es la vencida. Saque la llave y contuve la respiración. Estaba tan ansioso por averiguar qué era lo que esperaría en el otro lado, que hasta me olvide esa respiración que había escuchado la noche anterior.
La puerta se abrió haciendo un ruido horrible, y mi ansiedad se convirtió en susto cuando mis ojos se toparon con los de aquella criatura. Eran enormes, redondos y amarillos. Ambos gritamos.
Media unos treinta y cinco centímetros de largo. Su cabeza era muy redonda y su plumaje, blanco inmaculado.
Era una lechuza.
Antes de levantar el vuelo y salir por la misma ventana que entro, dejo caer su cuerpo mutilado para dormir.
Cerré de un portazo y después quise reírme de mí mismo, me había asustado de un animal, a pesar de su profunda mirada aquel pequeño no era más que un ave inofensiva.
Estaba seguro que en esa habitación había más cosas por explorar, sin embargo quería bajar al pueblo a buscar más provisiones. La despensa estaba vacía y en mi mochila solo me quedaban unas cuantas bolsas de papitas.
Siguiendo el consejo de mi tío, agarre su bici y partí. Confieso que al principio se me dificulto un poco el camino lleno de piedras ya que estaba acostumbrado al asfalto, pero no fue nada que no pudiera manejar.
Como todos era en bajada, recorrí los diez kilómetros que separaban La Dehesa de Colmenar en apenas una hora.
Mientras pedaleaba, me sorprendió el sonido de un helicóptero sobrevolando el bosque.
Ya en Colmenar cuando le camino de tierra se unía con el empedrado del pueblo, perdi el equilibrio y estuve a punto de chocar contra un camión parado.
En el derrape solo vi una caja gigante interponerse en mi paso, la esquive como pude y frente al tiempo, pero la chica que sostenía la caja no pudo evitar caer al suelo arrastrándome a mí con ella.

El bosque de los corazones dormidos l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora