Capítulo 5

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(Música en multimedia: Wings - Dustin O'Halloran

Picspam hecho por mí.)

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Nunca me importó estar sola

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Nunca me importó estar sola.


Dicen que la soledad es buena, pero como todo, deja de serlo en grandes cantidades, y supongo que la dosis de soledad que yo me permitía diariamente no era la adecuada porque cuando conocí a Ange lo que menos quería era estar sola... solo quería estar con él, con él, y con él... Él me salvó de la soledad aplastante, y estaba a su lado el mayor tiempo posible. Ahora, otra vez lo único que quiero es estar sola, como antes de conocerlo, porque no hay ángel que me salve de esa soledad en la que yo misma me encarcelo a voluntad.

(¿Es posible vivir tus sueños y tus pesadillas al mismo tiempo?)

Lo amaré por siempre, eso es seguro. El amor no se va porque la persona lo hizo. Sé que siempre estará a mi lado porque es lo que siempre dicen y es lo que quiero pensar también yo misma; que aunque no sea físicamente siempre estará ahí, conmigo. Vivirá a través de mí, y esas cursilerías que ahora poco puedo soportar, pero no es lo mismo. Dicen que vive en mi corazón, pero quiero que salga de ahí y venga a abrazarme.

Mi hermano viene y me pide que, por él, le haga el favor de mejorar más rápidamente.

(La petición la hace visualmente, por supuesto; lo veo en sus ojos.)

Estoy consciente de que lo lastimo, pero tendrá que perdonarme. Tendré que perdonarme.


Haces las sábanas a un lado y con movimientos titubeantes haces tu camino a la cocina, donde sabes que está Paulina haciendo de todo para llevarse bien con la ansiedad por la que la haces pasar. Como siempre, sientes Culpa, pero ignoras a la desgraciada y haces lo que viniste a hacer.

Estuviste pensando, y si en realidad lo que quisiera Ange es que siguieras con tu vida, una manera de sentirte mejor es hacer que de alguna manera, él cumpliera su sueño en muerte. Él siempre quiso conocer el océano y tú siempre quisiste ir con él, lo habían planeado por meses pero no llegó a lograrse nada antes del accidente, así que irías tú.

Estás aquí, precisamente, para pedir permiso, o dar aviso. Lo que fuere, simplemente sentiste que para hacerse más un hecho que una simple idea en tu cabeza, tenías que decírselo a alguien más, así que aquí estás, frente a Paulina... que ahora te mira con su rostro (eso es seguro) poco menos demacrado que el tuyo. Tiene unas acentuadas ojeras y aunque tú no te has atrevido a verte al espejo, por la forma en que te mira debes verte terriblemente.

Tomas aire, abres la boca para formular palabra, pero tus cuerdas vocales no obedecen y terminas viéndote patéticamente con tu mandíbula temblando. Una vez más, no sabes porque pero tus ojos empiezan a humedecerse y te obligas a no llorar.

—Quiero ir al océano —logras decir al fin.

Ahí está.

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Fría PérdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora