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Puede que ya sea hora de afrontar la realidad. De ir de cara.
Pero siempre hay un pero.
En mi subconsciente sigo repitiéndome la idea de que Lily terminará enamorándose de mí; y no sé cómo dejar de pensar en ella. Lo intento. Lo intento todo el maldito día.

Lo peor de todo es Sarah. Creo que me está empezando a querer. Esta última semana todo se ha vuelto muy íntimo. Y le estoy cogiendo muchísimo cariño, de verdad, pero no sé hasta que punto puede funcionar todo esto.

Esta mañana ha ocurrido algo que merece la pena contar.
Yo estaba durmiendo a pierna suelta, en calzoncillos, con la ventana abierta de par en par. Lo normal de un sábado.
Pues a las 7 ya estaba despierto. Repito que era sábado.

Alguien había tirado una piedra envuelta en papel de periódico a mi habitación, y esta había dado justo en el armario de roble provocando un fuerte sonido hueco. Yo ya sabía de sobra quien era.
Lily tenía la manía de lanzar piedrecitas envueltas en papel de periódico a mi ventana para despertarme, porque decía que así no las rompía. Salí de la cama medio atontado para poder asomarme al jardín; y sí, allí estaba ella, con el pelo recogido en dos graciosos moños.

—Has tardado en despertarte.—dijo, levantando la voz para que pudiera oírla—¿Puedo entrar?

—Sí, pero espera, no sé donde dejé las llaves...—me giré confuso hacia mi escritorio, el cual estaba tan desordenado que podría tardar años en encontrarlas.

—Ya subo yo— gritó. Se acercó al muro que daba a mi cuarto, apoyó el pie con suavidad en una cañería y subió con una agilidad increíble. Puede que para una persona normal no fuese para tanto, pero yo soy muy patoso.

—He lanzado piedras pequeñas, y como no te despertabas he usado una más grande— dijo señalando el pedrusco envuelto en papel que estaba en el suelo. Me fijé que por toda la habitación había piedras pequeñitas.

—Podrías haberme llamado al móvil— sugerí, dándole la mano para que saltase de la repisa de la ventana a mi habitación.

—No tendría tanta gracia.

—¿Cómo que gracia?—caí en la cuenta de que estaba semidesnudo.

—Verte con tus calzoncillos de súper héroe no tiene precio.— y se rió.

—Te odio.— sonreí, poniéndome los pantalones del pijama. Lily abrió el armario y me lanzó mi camiseta de superman.

—Para que vayan a juego.

Hacía mucho tiempo que Lily no se pasaba a saludarme.
Era como si no hubiese pasado nada. Allí estaba ella, y allí estaba yo. Y por alguna extraña razón sentí que las cosas estaban bien.

—¿Y a qué se debe la visita, princesa Leia?

—Han pasado muchas cosas—. Se dejó caer en mi cama, aún desecha. Lily tenía esa magnífica capacidad de envolver de misterio hasta la tontería más insignificante.

—¿Qué ha pasado?

—Es una historia muy corta—se sentó más cómodamente y prosiguió— es una estupidez.

—El mundo entero es una estupidez.

Me senté a su lado. Lily parecía un poco preocupada, y no dejaba de darle vueltas a una pulsera que llevaba puesta. Espero que no fuese un regalo de Peter.

—Mira, te lo diré sin rodeos— volvió a ponerse la pulsera.—Ayer... ayer Peter me dijo que me quería.

No supe qué decir.

—Ya sabes, un «te quiero» de los de verdad.

—No... no veo el problema.— mentí. El problema era Peter, pero no se lo iba a decir.

—Déjame terminar.—le costaba hablar, como si cada palabra que dijese le hiciera más y más daño— y yo no le dije nada.

No sé si disimulé bien mi alegría, pero intenté parecer preocupado.

—¿Y...?

—Pues que una relación es cosas de dos, Sam.—suspiró—Y todo en sí va peor desde que nos peleamos. Antes... antes estaba enamorada.

Le rodeé el hombro con el brazo. Estaba muy afligida y en cualquier momento podría ponerse a llorar. Quisiera o no, yo era su mejor amigo. No había segundas intenciones ni nada en aquel gesto. Sólo amigos.

—¿Por qué os peleasteis?

—Creía que me había puesto los cuernos. Estaba segurísima, y al final todo resultó ser una mentira. Cuando discutí con Peter se comportó de una manera... tenía casi miedo.

Me extrañó mucho. Lily es el tipo de persona que casi nunca pasa miedo.

—¿Te pegó? —me estaba empezando a preocupar.

—No, no, no.—dijo rápidamente —Nunca haría algo así. Me refiero a que se puso muy a la defensiva, como un loco. Y estalló la burbuja.

—¿La burbuja?

—La burbuja de los enamorados. No hace falta que digas lo cursi que suena.—Lily tenía la mirada perdida en algún punto de la pared.—Cuando te enamoras, sólo ves la parte buena de la otra persona. Todo es perfecto. Es cómo si una burbuja de felicidad te envolviese, y cuando estalla, empiezas a ver todo lo malo de la otra persona.
Ayer estalló esa burbuja.

La burbujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora