Prólogo

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     No sé cuánto tiempo estuve riendo, pero el eco de mi carcajada todavía resuena y rebota contra las paredes de esta pequeña habitación. Mi respiración es agitada. No he logrado controlar los apresurados latidos de mi corazón que retumba violento contra mi pecho.

Mis manos tiemblan. Las miro.

Sangre.

Están cubiertas de sangre.

Intento doblar mis dedos, pero me cuesta. Es una tarea titánica. No me sorprende. Ha pasado lo mismo desde el accidente. Estoy acostumbrada.

Limpio mis manos contra mis caderas para que el suave terciopelo de mi vestido limpie la sangre. Aún está fresca. Sonrío.

Oh... Ojalá pudiera repetirlo. Ha sido tan... Estimulante.

Miro hacia abajo y siento cómo mi sonrisa crece al verlo. A mis pies está el cuerpo inerte de Jollie. Mi hermana menor. No se mueve. Por fin, luego de quince años en los que me aplicó una tortura cruel, he logrado hacer que deje de moverse. Sus rubios cabellos están empapados con sangre y sudor. Se ve horrible.

No. Ahora luce hermosa. Hermosa como debió ser siempre.

Sus ojos aún están abiertos. Azules y vacíos. No miran a ninguna parte. Están hinchados y rojos. Ha llorado. Detesto que llore. Grita cuando llora, y odio sus gritos. Por eso clavé las tijeras en su garganta, para que dejara de gritar.

Aún sigue brotando la sangre de las heridas y ella no respira.

Mi sonrisa crece más cuando veo sus manos. Sus perfectas manos con esos dedos delgados y las uñas perfectamente cuidadas. A Jollie le encantaba hacerse la manicura cada semana en el salón de belleza donde también le fascinaba cortarse el cabello cada mes.

Me gustan sus manos. Siempre me han gustado. Seguramente a Jollie no le provocaba dolor el simple hecho de flexionar los dedos. No tiene las cicatrices que yo tengo en las muñecas. Y con justa razón. Ella no estuvo en el accidente.

He tenido que cortarlas.

Jollie trató de detenerme, así que corté sus manos. El cuchillo para carne que usé reposa ahora en su estómago. Tuve que clavarlo ahí pues Jollie no dejaba de llorar. Hay mucha sangre. Demasiada. Y sigue encharcándose a cada segundo que pasa.

Me coloco de rodillas junto a Jollie y la miro más de cerca. Con esa mirada vacía y los labios entreabiertos, luce tan preciosa. Siempre debió verse así. Mientras la observo recuerdo la serie de eventos que me trajeron aquí.

De vuelta a Waycross, Georgia.

De vuelta a la casa de mis padres cerca de Heritage Center.

De vuelta a la aniñada habitación de Jollie.

Es una oleada de recuerdos que me golpea como si el impacto viniera en forma de un puño de hierro.

Lo recuerdo todo como si hubiera sido ayer...


La ViolinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora