Capítulo XVII

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 Escuché a Cyril maldecir en voz alta por no poder encontrar el mando del televisor y así poder subir el volumen al máximo. Me sentía asqueada a causa de los guantes húmedos y supe que había sido una pésima idea matar a Kayley con los guantes puestos.

No.

Comprarlos, en primer lugar, había sido una pésima idea.

El teléfono de Daphne vibró y me alegré de haber activado el modo silencioso, habría sido un desastre si Cyril escuchaba la alerta del mensaje que acababa de llegar. Era de parte de ella, valga la redundancia.

Tuve que quitarme los guantes para poder usar la pantalla táctil.

Estoy viendo una película.

¿Ya vienes en camino?
X

Incluía una fotografía de Cyril posando con una fritura atrapada entre sus dientes. La muy ilusa se había tragado mi engaño, en realidad pensaba que Daphne la visitaría. Decidí comenzar con lo que había ido a hacer. Lo primero sería torturarla psicológicamente por unos minutos. Así que salí sigilosamente del armario para ocultarme en la cocina. Agradecí que la puerta de la sala de estar estuviese cerrada. De esa manera podía moverme libremente por la casa de la familia Douglas sin ser vista.

Tuve que caminar de puntillas para evitar que mis tacones me delataran. Llevaba los guantes y el teléfono en una mano mientras aferraba el cuchillo con la otra.

Estando en la cocina, envié mi respuesta.

Estoy en tu casa.

¿Quieres comprobarlo?

Adjunté una fotografía que previamente capturé de la habitación y me escabullí hacia el cuarto de baño que quedaba al otro lado del pasillo.
—¿Qué mierda...? —la escuché decir y supe por su voz que había logrado asustarla.

Pretendía fotografiar mi nuevo escondite para seguir con la tortura cuando recibí su respuesta.

Bien, imbécil. ¿Quién diablos eres y cómo conseguiste el teléfono de Daphne?

Cyril, Cyril...

La pobre y estúpida Cyril.

Estaba enviándole mensajes de texto a un posible psicópata que se ocultaba en su propia casa.

Supe de inmediato que sería pan comido.

Al no escuchar pasos en el pasillo, me escabullí hacia el segundo piso de la casa, donde estaban los dormitorios de Cyril y sus padres. Una puerta a cada lado del pasillo.

Entré a la habitación de ella, convenientemente decorada con un collage de fotografías de Katy Perry quien era una de sus cantantes favoritas, y cerré la puerta intentando no hacer ruido. Encendí la luz y me deslumbró el claro tono durazno de las paredes en las que lucían más imágenes de Katy Perry y Fillipa Giordano. Incluso la habitación de Jollie me gustaba más que el afeminado e infantil dormitorio de Cyril. En su mesa de noche vi una fotografía de ella posando con Daphne en un portarretratos de color rosa. Ambas sonreían y con sus dedos formaban un corazón, cada una representaba una de las dos mitades. En el marco se leía la frase: Mejores amigas por siempre.

Era como si Cyril me estuviera pidiendo a gritos que la asesinara.
Miré la hora en el teléfono de Daphne.

Era la una de la mañana.

Estaba perdiendo el tiempo, así que busqué el número de Cyril en la agenda telefónica y pulsé la tecla para llamar.

Cyril me respondió al primer tono.

—¿Quién eres? —exigió saber.

—Te espero en tu habitación.

—¿Annaliesse?

Dios mío...

Me fascinó escucharla muerta de miedo.

—Bingo.

Escuché sus pasos en el pasillo de abajo.

Se disponía a subir y yo sujeté con más fuerza el mango de mi cuchillo.

—¿Dónde está Daphne? —preguntó mientras la escuchaba subir por las escaleras.

Apagué de vuelta las luces y me oculté en una esquina de la habitación donde supuse que Cyril no lograría verme si entraba a su dormitorio y le respondí.
—Te reunirás con Daphne dentro de poco.

—¡Te juro que me lo pagarás caro si le hiciste algo!

Dijo esas palabras entrando de golpe en su habitación. Velozmente, me acerqué a ella por la espalda y le puse el cuchillo al cuello para decirle al oído con un susurro:

—Suelta tu teléfono y no te atrevas a gritar.

Me obedeció en el acto e incluso le dio una patada al aparato para apartarlo de nosotras. Creí que lo había logrado. Que matar a Cyril sería tan fácil como quitarle un dulce a un niño. Reí en su oído cuando la escuché sollozar. Sin embargo, me empujó hacia atrás provocando que mi cuchillo cortara superficialmente la piel de su garganta y me estrelló contra una pared. Ahogó un grito intentando detener el sangrado de su cuello y se alejó de mí caminando hacia atrás.

Se inició una lucha entre nosotras para tomar el mango del cuchillo. Me tenía dominada contra el suelo, pero logré levantar mi brazo izquierdo y lancé una puñalada contra su rostro. Cyril se movió al mismo tiempo y el cuchillo cortó el lado izquierdo de su rostro, deformando así sus perfectas facciones. Ella chilló y salió a trompicones del dormitorio para alejarse de mí. Logré ponerme de pie y la excitación me hizo soltar un jadeo.

Con nuestra lucha habíamos conseguido hacer un desastre en la habitación. Vi el reguero de sangre que Cyril había dejado tras mi último golpe y la escuché sollozar en el pasillo.

Fue entonces que las vi.

Ese par de relucientes tijeras que se distinguían por encima del montón de material escolar desordenado que había por el suelo. Gracias a la adrenalina pude tomarlas sin ningún problema y seguí a Cyril.

Al verme, ella ahogó otro grito y deseé que el corte en su cuello hubiera sido suficiente para matarla. Echó a correr para bajar las escaleras y la perseguí al mismo tiempo que le lanzaba las tijeras.

Cyril cayó desde la mitad de la escalera con la punta de las tijeras clavada en su nuca. La posición que adoptó su cuello tras la caída era casi aterradora, parecía habérselo quebrado. Me quedé pasmada cuando me di cuenta de que me miraba fijamente. La sangre emanaba de sus heridas y su boca.

Bajé lentamente las escaleras y evité pisar el charco de sangre que se formaba debajo de ella.

Saqué las tijeras de su nuca y ella emitió un leve gemido.

Lo tomé como un agradecimiento.

Escuché varias veces que siempre conservamos unos pocos minutos de lucidez antes de morir.

No podría describir con palabras cuanto me alegré de que Cyril pasara sus últimos momentos sufriendo ese dolor. Mis ojos y los de ella se cruzaron por un instante.

La vi mover los labios como si intentara decirme algo al mismo tiempo que su miraba se apagaba.

Supe que me estaba suplicando, como última voluntad, que le explicara el motivo de mi visita. La miré con auténtico odio antes de sisear mi respuesta.

—Me quitaste a mi mejor amiga.

Sus ojos se cerraron por sí mismos y me acerqué a ella para hacer más profundo el corte en su cuello, sólo para estar segura de que el trabajo estaba terminado.

Fue así como Cyril Douglas dejó de existir.

La ViolinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora