Las ferias de pueblo son todas risas, gritos y algarabías. Brianda, se lo estaba pasando en grande viendo como la gente se empujaba una contra otra para subir a sus hijos a los juegos (claro influía mucho el hecho de que eran gratuitos) hacia uno que otro comentario sarcástico de ello, en los brazos tenía a su sobrino más pequeño, el niño miraba fijamente un punto detrás de ella, cuando se giró la enorme rueda de la fortuna se erguía tras ellos, grande y redonda como un anillo de Saturno solo que este estaba en posición vertical y claro no tenía un planeta dentro. Se preguntó ¿hace cuanto tiempo que no subía a una? cayendo en la cuenta de que serían varios años.
Sus sobrinos comenzaron a brincar y decir que querían subir así que sin más todos se dirigieron a la fila, mientras esperaban comían palomitas de maíz de unas pequeñas bolsas de papel.
- Me pregunto ¿si las palomitas serán la comida típica aquí? hay un puesto en cada esquina. Dijo a nadie en particular, al llegar el operador, les indico un carrito donde subieron, ella, dos de sus sobrinos y los padres de estos, también una señora y sus dos hijos con los cuales habían cruzado unas cuantas palabras mientras esperaban, la rueda comenzó a girar dejándolos tan alto que Brianda creyó tocar el cielo.
-Mira la plaza de toros. Su hermano señalo con el dedo índice hacia su derecha, Brianda, dio la vuelta para mirar, ojala no lo hubiera hecho sus ojos se abrieron como platos cuando el torero le daba la estocada al toro, sintió como si le hubieran dado un golpe en el estómago.
Desvió la mirada pero ya era demasiado tarde, sentía como su espina dorsal se ponía rígida y le escocían los ojos por las lágrimas, respiro profundo intentando calmarse, sin embargo ella sentía cada nueva estocada como si las banderillas fueran clavadas en ella.
Brianda, sabía perfectamente cómo iba a terminar aquello, el animal seria masacrado para diversión de los espectadores y el asesino seria llevado al triunfo entre vítores y hurras. Todas esas personas allí sentadas deberían estar avergonzadas, pero no era así para ellos eso era un arte, un deporte.
Brianda, comenzó a sollozar sin importarle lo que dijeran, sin importarle que personas extrañas la miraran, ella lloraba de tristeza e impotencia, la vergüenza de pertenecer a esa raza que llamaban humanos la invadió y con todo su corazón, Brianda, pidió a los cielos que jamás le permitieran volver a presenciar una corrida de toros, así mismo pidió por el alma de todos aquellos que apoyaban la tauromaquia.
fin.
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