Introducción

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Adrian se refugió en su camerino mientras el público, eufórico, clamaba el último bis.  Sacó un cigarrillo de su  bolsillo y dejó caer la toalla sudada sobre el sillón al lado de Henry, su  manager, que le miraba con desaprobación.  Le desafió con la mirada y encendió su cigarrillo, que comenzó a fumar lentamente, ignorando los carteles de "No fumar". Nunca le habían gustado las órdenes.

-No deberías fumar durante los conciertos –le dijo Henry.

Adrian puso los ojos en blanco. Henry era la única persona que cuidaba de él desde hacía años, aunque sólo fuera por interés, pero  Adrian hacía mucho tiempo que había asumido que aquel era el único motivo por el que alguien le apreciaría: el interés. Aun así, había momentos que le desquiciaba.

-El concierto ya ha terminado –masculló echando una gran bocanada de humo.

-Vamos, Adrian –le reprendió Henry, señalando a la dirección desde donde se escuchaban gritos histéricos y vítores-. Sabes que el concierto no acaba hasta que el público no lo quiere.

-Siempre dices lo mismo –protestó Adrian tirando la colilla al suelo y apagándola con la punta de su zapato-. Pero nunca lo he visto en ninguna cláusula de los contratos.

-Eres imposible –se rindió Henry, pero Adrian no le escuchaba, ya que en ese momento la notificación de un nuevo mensaje electrónico sonó en su Smartphone.

Adrian desapareció de la vista de su manager, que se preguntó desde cuándo su mejor estrella se había vuelto un zombie de la tecnología que desaparecía con una sonrisa tonta en los labios que nunca le había visto cada vez que su Smartphone sonaba.

Adrian leyó el mensaje, corto y conciso. Respondió con un simple "Después hablamos", y volvió con energía renovada al lado de Henry para anunciarle que aceptaba cantar el último bis de la noche.

Sólo mío [Próximamente editada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora