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Kailin llegó a casa desmoralizada. Su hermana pequeña seguía martirizándolas, a ella y a su madre, con la música de Adrian Hale a todo volumen, desde que se le prohibiera ir al concierto por sólo tener 14 años, y aunque Kailin sospechaba que era más un tema económico, prefirió callárselo. Entró en la habitación compartida y apagó el reproductor de música de su hermana, que le lanzó una mirada furibunda.

-Sigue sin escribirte, ¿eh? –la picó Emily con malicia.

Kailin la ignoró y tiró su mochila encima de la cama y se quitó las gafas y las lentillas, que ya empezaban a escocerle, dejando a la vista sus sorprendentes ojos de color violeta.

-¿Y a ti qué, enana? –le reprochó, molesta porque de nuevo hubiera espiado su ordenador-. Me duele la cabeza demasiado para escuchar berrear a ese pseudocantante –cada hermana daba donde más dolía-. Existe algo llamado auriculares.

-No es un pseudocantante –repuso Emily a la defensiva-. Pero tú no tienes ni idea de música.

-Lo que tú digas –repuso Kailin, demasiado cansada para discutir-. ¿Dónde está mamá?

-Está en el hotel –contestó Emily de mala gana.

-¿Otra vez? –repuso Kailin. Últimamente su madre trabajaba cada vez más. Tenían desde siempre un pequeño hostal, y, aunque raramente se alojaba alguien, su madre se empeñaba en que estuviera siempre impecable. Emily se encogió de hombros-. Voy a ver si necesita ayuda –dijo con un suspiro.

Se colocó de nuevo sus inseparables gafas, dejando atrás por una vez las lentillas, y se encaminó hacia el hostal familiar, que estaba sólo a dos calles. Se sorprendió al ver a vatios agentes de seguridad privada en la puerta. ¿Habría pasado algo? Fue a preguntar, pero los agentes parecían estatuas, así que se dedicó a enseñar su identificación y entró rápidamente.

Encontró a su madre tras el diminuto mostrador de recepción, buscando algo acelerada.

-¡Hola! –saludó Kailin abriendo la portezuela que permitía pasar al otro lado del mostrador. Besó a su madre en la mejilla, que la miró con aspecto cansado, pero le dedicó una sonrisa.

Su madre, a pesar de sólo tener 40 años, había envejecido a pasos de gigante en los últimos cinco años, desde que el padre de Kailin y Emily se marchara con alguien 20 años más joven y las abandonara, dejando un negocio familiar que ya hacía años que no funcionaba y un montón de deudas que pagar. Así, su madre pasaba allí de lunes a domingo a pesar que en contadas ocasiones tenían huéspedes.

-Hola, cariño –la saludó su madre con cariño-. Qué bien que has venido.

-¿Por qué? ¿Es día de paga? –bromeó Kailin.

-Tenemos un cliente un poco especial... y exigente –explicó su madre. Kailin pensó que eso explicaría la seguridad en la puerta. ¿Quién habría allí arriba para armar semejante revuelo?-. Pero no le digas nada a tu hermana.

-¿Por qué? –preguntó Kailin sorprendida. Emily no se solía preocupar por nada que no fuera ella misma, sus amigas o Adrian Hale. Hacía años que no entraba por allí.

Como respuesta a sus preguntas, alguien apareció en aquel momento al otro lado del mostrador, cubierto con una capucha y unas gafas de sol reflectantes. Alguien que no parecía mucho mayor que Kailin.

-¿Está arreglado ya o no? –dijo a modo de saludo, prepotente, con voz de estar a punto de perder la paciencia-. No tengo todo el día.

            Kailin le miró con una ceja alzada, sin poder creer la mala educación de alguna gente.

Sólo mío [Próximamente editada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora