- Bu-bu bueno, mi nombre es Agustín- movía bruscamente la cabeza, cómo si tuviese un tic nervioso.
- ¿Qué edad tiene, señor Gonzales? ¿De qué escuela venía?- Dijo el profesor, tratando de ayudarle a calmarse un poco.
- Eh... Tengo, ten-go, ten-go catorce años –anunció, aún con el mismo nerviosismo que había tenido en un principio.
- Y bien... ¿por qué viniste aquí? – pregunto Joaquín tratando de sonar amigable. Agustín se quedó mirándolo, con una cara confundida, cómo si no entendiera lo que acababa de preguntarle.
Un silencio casi sepulcral cubrió todo el salón. Todos habían quedado anonadados con lo que consumía el tiempo. Habían notado algo raro en él.
Sonó el timbre.
Agustín avanzó hacía el final de la sala, dónde había un asiento vacante.
Durante el recreo, nadie se le acercó. Era un ambiente bastante inhóspito para ser el primer día de clases. Todos hablaban en voz baja, cómo si temiesen que alguien más escuchase un diálogo tan rebuscado.
Victoria se acercó a Lucía. Ella era alta, con el cabello rizado (Lucía siempre envidió su cabello) tenía un semblante realmente impresionante, su voz era grave e imponente. Ninguna de las dos se dio cuenta de cómo había comenzado su amistad, pero se había convertido en algo realmente especial. Las dos congeniaban muy bien... bueno la mayoría del tiempo.
- Pobre cabro, nadie se ha acercado a hablarle... Eh Chia, ¿me estas escuchando? - Miro a Lucía con una cara extrañada. Se dio cuenta de que algo le estaba pasando - Shia... ¿estás bien? - Ella sonrió, y comenzó a caminar hacía el fondo de lasa la, y Victoria comprendió que era lo que estaba ocurriendo. Tomó el asiento, y se sentó con las piernas abiertas hacía la parte trasera de la silla. No había pensado muy bien lo que estaba haciendo. No sabía porque lo había hecho, pero por alguna razón que ignoraba por completo, había sentido una fuerza, casi más fuerte que su propia voluntad. Quizás haya sido el destino, quizás su subconsciente, quizás la vida.
- Bueno, así que Ancud, ¿qué tal es por allá? – decir todo esto, le costó menos de lo creyó. No tuvo miedo. Por primera vez estuvo segura de sí misma, y no entendía por qué. Pensó en lo importante que era tener confianza en uno mismo. Sí analizamos un segundo, ¿quién más va a saber todo lo que somos, lo que soñamos, lo que queremos, y a quienes queremos? Todo esto depende de nosotros mismos, y a la vez, creamos todo lo que somos. Nosotros mismos creamos nuestra propia identidad, sin siquiera darnos cuenta. Y aun así necesitamos la conformidad de los demás, y hacemos también que el resto necesite nuestra aprobación. Es un ciclo más que enfermizo, del que nadie es capaz de salvarse, porque por más que deseemos culminar con ello, siempre habrá alguna excepción. Siempre habrá alguien que nos importa más que cualquier otro.
- Eh... sí bueno...- la miró a los ojos. Fue la catarsis de miles de años de vidas pasadas. Sus ojos representaban el paraíso. Habían sido adorados por los mismos dioses griegos. Mirarlos era ver el mismo cielo, he inclusive mejor. Podría haber pasado la vida entera observándolos, y cada segundo, descubriría que le gustaba más. Lucía, sonrío, ella había sentido esa conexión que nunca antes había sentido, con nadie más.
-¿Cómo te llamas?- preguntó.
- Lucía - respondió. No podía dejar de sonreír. La felicidad rebosaba su alma.
- ¿Nos conocíamos? -
-Hmmm... creó que... en ese supermercado... No, hoy es el primer día que te veo, un gusto –
- ¿Y cuánto tiempo llevas aquí? –
- El mismo tiempo que él universo, ya que la materia no puede ser creada, ni destruida. De hecho, llevamos el mismo tiempo aquí-
- Ah no, que intelectual, ¿te gusta la ciencia?
- Jajaja, no. Siempre había querido decir eso, ¿fue una buena impresión, no te parece?
Ambos rieron. Está claro que no era lo más gracioso del mundo, pero, ambos necesitaban borrar los nervios y la tensión que había resultado de las primeras miradas.
Todos los que estaban, miraban expectantes, y esperaban saber algo de lo que estarían hablando. Ninguno comprendía porqué el comportamiento del nuevo, había cambiado tan repentinamente.
Sonó el celular de Lucía. El tonó era una canción de One Ok Rock. Lucía se puso un poco nerviosa no tenía idea de cuáles eran los gustos musicales de su nuevo compañero, es decir, ¿y si la consideraba un bicho raro por escuchar rock nipón?
- ¡Oh! Lo siento, discúlpame un segundo, debo contestar.- Soltó nerviosa.
- What's waits for you?
What's breaking through?
Nothing for good
You're sure it's true – Cantó Agustín. Lucía lo miró con cara sorpendida.
- ¿Aló? ¿Hola? Sí, con la misma. No, lo siento, no soy de su compañía. No, no quiero su plan. Buenas tardes, muérase-
- Vaya, que enojona eres – La miró sonriente
- Es la quinta vez que me llaman esta semana, creó que si me llaman nuevamente...- sonó el teléfono nuevamente.
-¿Sabe que más? ¡METASE SUS PLANES POR DÓNDE MÁS LE GUSTE! –
- ¿Hija?-
- ¿Ma- mamá?
- Oye, no se te olvide pasar a recoger los papeles a la notaria, recuerda que es para tu beca, por favor no se te vaya a olvidar. Conociéndote cómo eres, creó que si no tuvieras la cabeza pegada al cuerpo se te quedaría en la cama todas las mañanas.
- Ya oh mamá, no es necesario que me lo recuerdes -
- Bueno, chau, besos.
Suspiró aliviada. Agustín comenzó a reír. Ella también.
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La luz de Lucía
Fiksi RemajaLucía es una adolescente normal. No es problematica, y tampoco timida. Ella siente que no tiene nada de especial, ni nada que ofrecer al mundo. Ella no conoce su propia luz