Ire de femme est a duter,Mult s'en deit bien chascuns garder. Cum de leger vient lur amur,De leger revient lur haür.(Thomas de Bretaña)
Los amantes no podían ni vivir ni morir el uno fin el otro. La separaciónno era ni vida ni muerte, sino la vida y la muerte a la vez.Por marea, islas y países, Tristán quiso ahuyentar su miseria. Volvió aver su tierra de Leonís, donde Rohalt el Fidelísimo recibió a su hijo conlágrimas de ternura; pero, no pudiendo soportar la descansada vida de sutierra, Tristán se fue por los reinos y los ducados, buscando aventuras. DeLeonís a Frisia, de Frisia a Gavoya, de Alemania a España, sirvió a muchosseñores, acometió muchas empresas. ¡Ay! Durante dos años, no le llegó deCornualles ninguna noticia, ningún amigo, ningún mensaje.Entonces creyó que Isolda había dejado de quererle y que le olvidado.Acaeció que un día, cabalgando solo con Gorvalán, entró en tierras deBretaña. Atravesaron un llano devastado. Veíanse por doquier murosderruidos, lugares despoblados, campos arrasados por el fuego. Sus caballospisaban cenizas y carbones. Por la landa desierta, Tristán pensó:«Estoy fatigado y rendido. ¿De qué me sirven estas aventuras? Mi damaestá lejos y jamás volverá a verla. De dos años a esta parte, ¿por qué no meha hecho buscar por el mundo? Ni un mensaje ha mandado. En Tintagel, elrey la honra y la sirve; ella vive con alegría. ¡Con toda seguridad el cascabeldel perro encantado cumple bien su misión! Ella me olvida y poco leimportan los duelos y las alegrías de antaño, nada le importa el miserableque vaga por este país desolado, ¿No olvidaré yo nunca a aquella que meolvida? ¿No encontraré nunca quien remedie mi desdicha?»Durante dos días, Tristán y Gorvalán atravesaron campos y caseríos sinver ni un hombre, ni un gallo, ni un perro. Al tercer día, a la hora nona, seacercaron a una colina donde se levantaba una vieja capilla y, muy cerca, laestancia de un ermitaño. El ermitaño no llevaba vestidos tejidos, sino unapiel de cabra con harapos de lana en la espalda. Prosternado en tierra, con lasrodillas y los codos desnudos, rogaba a María Magdalena que le inspiraraoraciones eficaces. Dio la bienvenida a los que llegaban y mientras Gorvalánmetía los caballos en el establo desarmó a Tristán y luego dispuso la cena.No les ofreció manjares, sino agua de la fuente y pan de cebada amasado conceniza. Acabaron de cenar entrada la noche y se sentaron alrededor delfuego. Tristán preguntó cuál era aquella tierra arruinada.–Buen señor -dijo el ermitaño-, es la tierra de Bretaña, que pertenece alduque Hoel. Antes era un hermoso país, rico en praderas y en tierras delabrantío; aquí molinos, allá manzanos, más allá alquerías. Pero el condeRiol de Nantes lo ha devastado todo; sus hombres han prendido fuego entodas partes y se han lanzado a sus rapiñas. Sus hombres se han enriquecidopor mucho tiempo. Así es la guerra.–Hermano -dijo Tristán-, ¿por qué el conde Riol ha afrentado a vuestroseñor Hoel de esta manera?–Os diré, señor, el motivo de la guerra. Sabed que Riol era el vasallo delduque Hoel. Ahora bien, el duque tiene una hija, bella entre las más bellashijas de los grandes señores, y el conde Riol quería tomarla por esposa. Perosu padre rehusó darla a un vasallo y el conde Riol probó de llevársela a lafuerza. Ya han muerto muchos hombres por esta querella.Tristán preguntó:–¿Puede el duque Hoel sostener todavía su guerra?–A duras penas, señor. Con todo, su último castillo, Carhaix, resiste,todavía, pues las murallas son fuertes y fuerte es el corazón del hijo delduque Hoel, Kaherdín, el buen caballero, pero el enemigo los cerca y reducepor hambre: ¿podrán resistir mucho tiempo?Tristán preguntó a qué distancia se hallaba el castillo de Carhaix.–Señor, a dos millas solamente.Se separaron y fuéronse a acostar. A la mañana siguiente, cuando elermitaño hubo cantado y se hubieron partido el pan de cebada y ceniza,Tristán se despidió del prudente varón y cabalgó hacia Carhaix. Cuando sedetuvo al pie de las murallas cerradas, vio una multitud de hombres en piesobre el camino de ronda y preguntó por el duque. Hoel se encontraba entreestos hombres con su hijo Kaherdín. Se dio a conocer, y Tristán le dijo:–Yo soy Tristán, rey de Leonís, y Marés, el rey de Cornualles, es mi tío.He sabido, señor, que vuestros vasallos os hacen la guerra y he venido aofreceros mis servicios.–¡Ah, caballero Tristán! Seguid vuestro camino y que Dios osrecompense. ¿Cómo acogeros aquí dentro? No tenemos más víveres; noqueda ya ni un grano de trigo; sólo tenemos habas y cebada para subsistir.–¿Qué importa? – dijo Tristán-. He vivido en una selva durante dos años,alimentándome con hierbas, raíces y venados, y sabed que esta vida meparecía buena. Ordenad que me abran esta puerta.Kaherdín dijo entonces:–Recibidle, padre mío, si es tan valeroso, para que tenga parte ennuestros bienes y en nuestros males.Le recibieron con honor. Kaherdín mostró a su huésped las fuertesmurallas y la torre del homenaje, bien flanqueada de aspilleras reforzadasdonde se emboscaban los arqueros. Por las aspilleras le hizo mirar en lallanura, a lo lejos, las tiendas y los pabellones plantados por el duque Riol.De regreso, en el umbral del castillo, Kaherdín dijo a Tristán:–Ahora, buen, amigo, subiremos a la sala donde se hallan mi madre y mihermana.Los dos, cogidos de la mano, entraron a la cámara de las Mujeres. Madree hija, sentadas sobre una colcha, bardaban en oro un palio de Inglaterra ycantaban una linda canción: decían cómo la Bella Doeta, sentada al vientobajo el espino blanco, espera y añora a su amigo Dóón, qua tarda tanto «nvolver. Tristán las saludó y ellas correspondieron. Luego, los dos caballerosse sentaron a su vera. Kaherdín, mostrando la prenda que bordaba su madre:–¡Mirad -dijo-, buen amigo Tristán, qué delicada obrera es mi señora ycuan maravillosamente sabe adornar las estolas y las casullas, para darlas enlimosna a los monasterios pobres! Y ved cómo las manos de mi hermanahacen correr los hilos de oro sobre este blanco lienzo. ¡A fe mía, queridahermana, con justicia lleváis el nombre de Isolda la de las Blancas Manos!Entonces Tristán, oyendo que se llamaba Isolda, sonrió, mirándola conmás dulzura.Ahora bien, el conde Riol había acampado a tres millas de Carhaix desdehacía muchos días y los hombres del duque Hoel no se atrevían, paraacometerle, a saltar las barreras. Pero a la mañana siguiente, Tristán,Kaherdín y doce jóvenes caballeros salieron de Carhaix, ceñida la cota,calados los yelmos, y cabalgaron por los bosques de abetos hasta lasproximidades de las tierras enemigas. Después, surgiendo del lugar deacecho, arrebataron a la fuerza una formación de carros del conde Riol.Desde aquel día, alternando varias astucias y proezas, derribaban losconvoyes, herían y mataban a sus hombres y no volvían, nunca a Carhaix sinllevarse alguna presa. Desde entonces Tristán y Kaherdín empezaron aguardarse fe y afecto, tanto, que se juraron amistad y compañerismo. Jamástraicionaron esta palabra, como os confirmará la historia.De regreso de estas cabalgadas, hablando de caballerías y de cortesanía,con frecuencia Kaherdín loaba ante su querido compañero a su hermanaIsolda la de las Blancas Manos, la sencilla, la bella.Una mañana, al rayar el alba, un vigía descendió de su torre y corrió porlas salas gritando:–¡Señores, habéis dormido demasiado! Levantaos. ¡Riol viene al asalto!Caballeros y burgueses se armaron y corrieron a las murallas; vieron porla llanura brillar los yelmos, flotar los pendones de cendal y toda la huestede Riol que avanzaba en hermosa formación, El duque Hoel y Kaherdíndispusieron al punto ante las puertas las primeras huestes de caballeros.Cuando se encontraron a la distancia de un tiro de arco, encuadraron loscaballos, con las lanzas bajas. Y las flechas les caían encima como lluvia deabril.Pero Tristán se armaba a su vez con los que el vigía había despertadoúltimamente. Abrocha su jubón, se pone el brial, calza las estrechas polainasy las espuelas de oro; cíñese la cota, fija el yelmo sobre la celada. Monta yespolea a su caballo hasta la llanura y aparece con el escudo erguido contrasu pecho gritando: «¡Carhaix!»Ya, era tiempo; ya los hombres de Hoel retrocedían hacia lasfortificaciones. Entonces era de ver la mezcolanza de caballos derribados yde vasallos heridos, los golpes asestados por los jóvenes caballeros y lahierba que, bajo sus pasos, quedaba ensangrentada. Delante de todos,Kaherdín se había detenido gallardamente, viendo arremeter contra él a unaudaz barón, el hermano del conde Riol. Chocaron los dos con las lanzasbajas. El de Nantes rompió la suya sin hacer vacilar a Kaherdín, quien, de ungolpe seguro, destrozó el escudo del adversario y le hincó su hierro bruñidoen su costado hasta el gonfalón. Derribado de la silla, el caballero sedesprende del arzón y cae.Al grito que lanzó su hermano, el duque Riol arremetió contra Kaherdína rienda suelta. Pero Tristán le cerró el paso. Cuando se enfrentaron, la lanzade Tristán se rompió entre sus manos, y la de Riol, tocando el pecho delcaballo enemigo, se clavó en la carne del animal y le derribó muerto en lahierba. Tristán, rápidamente incorporado, con la bruñida espada en la mano,le gritó:–¡Cobarde!, mala muerte merece quien deja al caballero para herir alcaballo. No saldrás vivo de este prado.–Creo que mentís -respondió Riol, arrojándole su corcel encima.Pero Tristán esquivó el ataque y levantando el brazo hizo caerpesadamente su hoja sobre el yelmo de Riol, del cual embarró el círculo yarrancó el nasal. La lanza se deslizó de la espalda, del caballero al flanco delcaballo, que vaciló y se desplomó a su vez. Riol consiguió desasirse y seincorporó; en pie los dos, con el escudo agujereado y rajado, desmarrada lacota, luchan cuerpo a cuerpo. Al fin Tristán hiere a Riol en el carbunclo delyelmo. El círculo cede y el golpe es asestado tan fuertemente que el baróncae sobre las manos y las rodillas.–Levántate, si puedes, vasallo -le gritó Tristán-; en mala hora has venidoa este campo; ¡vas a morir!Riol se levantó de nuevo, pero Tristán le derribó de un golpe que hendióel yelmo, cortó la cofa y descubrió el cráneo. Riol imploró gracia, pidiómerced de la vida y Tristán recibió su espada. Cogióla a tiempo, pues portodos lados acudían los nanteses en ayuda de su señor. Pero ya éste se habíarendido y entregado.Riol prometió ir a la prisión del duque Hoel, jurarle de nuevo homenaje yfe y restaurar los caseríos y las villas arrasadas. Dio orden de que terminarala batalla, y sus huestes se alejaron.Cuando los vencedores hubieron regresado a Carhaix, Kaherdín dijo a supadre:–Señor, mandad llamar a Tristán y retenedle. No hay mejor caballero yserá útil a vuestro país un barón tan intrépido.Habiendo tomado consejo de sus hombres, el duque Hoel llamó aTristán.–Amigo, nunca podré pagaros el bien que me habéis hechorestituyéndome esta tierra. Quiero, pues, saldar esta deuda. Mi hija Isolda, lade las Blancas Manos, es descendiente de duques, de reyes y de reinas.Tomadla, os la doy.–La tomo, señor -dijo Tristán. ¡Ah, señores! ¿Por qué pronunció talpalabra? Por ella había de venirle la muerte.Marcado está el día y fijado el término. Viene el duque con sus amigos,Tristán con los suyos. El capellán canta la misa. Delante de todos, en lapuerta del monasterio, según la ley de la Santa Iglesia, Tristán toma poresposa a Isolda la de las Blancas Manos. Sus bodas fueron ricas y fastuosas.Pero llegada la noche, mientras los hombres de Tristán le despojaban de susvestidos, sucedió que, al quitarle la angosta manga del brial, se llevaron ehicieron salir del dedo el anillo de jaspe verde, el anillo de Isolda la Rubia.Cae contra las losas con un claro sonido. Tristán mira y lo ve. Entoncesrenace su antiguo amor y Tristán comprende su delito.Le recuerda el día en que Isolda la Rubia le dio aquel anillo; fue en elbosque donde, por él, ella, había arrostrado una vida durísima. Y acostado, allado de la otra Isolda, volvió a ver la cabaña del Morois. ¿Por qué locurahabía acusado en su interior de traición a su amiga? No, ella sufría, por éltoda clase de sinsabores y él la había abandonado.Pero también sentía compasión por su esposa, la sencilla, la bella. Lasdos Isoldas le habían amado en mala hora.Con todo, Isolda la de las Blancas Manos se extrañaba de oírle suspirar,echado a su vera. Por último, se atrevió a decirle, toda encendida en rubor:–Querido señor, ¿os he ofendido en alguna cosa? ¿Por qué no me dais unsolo beso? Decídmelo. Conozca yo mi ofensa y os ofreceré, si puedo,cumplido desagravio.–Amiga -dijo Tristán-, no os irritéis, pero tengo hecho un voto. Hacepoco tiempo, en otro país, combatí con un dragón, y ya iba a morir cuandome acordé de la Virgen María; le prometí que, pues por su intercesión melibraba del monstruo, como alguna vez tomara mujer, por todo un año meabstendría, de besarla y abrazarla.–Si es así -dijo Isolda la de las Blancas Manos-, lo sufriré con paciencia.Pero cuando las sirvientas le pusieron a la mañana siguiente el camisolínde las desposadas, sonrió tristemente y pensó que no tenía mucho derecho atales galas.
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Tristán e Isolda
PoetryNada se sabe sobre el origen y procedencia de esta leyenda o esta historia, mucho más remota que la fecha a que corresponden los datos más antiguos que hacen referencia a ella.