XVII DINÁS DE LIDÁN

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  ''Bele amie. si est de nus:Ne vus sans mei, ne jo sans vus."(María de Francia) 

 Dinás regresó a Tintagel, subió los peldaños y entró en la sala. Bajo eldosel, el rey Marés e Isolda la Rubia estaban sentados ante el tablero deajedrez. Dinás se sentó en un taburete cerca de la reina, como para observarsu juego, y por dos veces, fingiendo señalarle las piezas, puso su mano sobreel tablero; a la segunda vez, Isolda reconoció en el dedo el anillo de jaspe.No quiso seguir jugando. Tocó el brazo de Dinás ligeramente, de tal formaque muchos peones cayeron en desorden.–Mirad, senescal -dijo ella-, habéis desbaratado mi juego, de tal formaque ya no sabría continuar.Marés abandona la sala, Isolda se retira a su cámara y llama al senescal asu lado.–Amigo, ¿sois mensajero de Tristán?–Sí, reina, está en Lidán, escondido en mi castillo.–¿Es verdad que ha tomado esposa en Bretaña?–Reina, os han dicho la verdad. Pero él asegura que no os ha traicionado,que ni un solo día ha dejado de amaros por encima de todas las mujeres; quemorirá si no vuelve a veros tan sólo una vez; os requiere para que consintáisen ello por la promesa que le hicisteis el último día que os habló.La reina estuvo un rato callada, pensando en la otra Isolda.–Sí -respondió al fin-, el último día que me habló dije, lo recuerdo: «Sialguna vez vuelvo a ver el anillo de jaspe verde, ni torre, ni fuerte castillo, niprohibición real, me impedirán hacer la voluntad de mi amigo, seadiscreción o locura»–Reina, dentro de dos días la corte debe abandonar Tintagel parainstalarse en la Blanca Landa. Tristán os manda decir que estará escondido amedio camino en un matorral de espinos. Os suplica que tengáis piedad deél.–He dicho: ni torre, ni fuerte castillo, ni prohibición real me impediránhacer la voluntad de mi amigo.Dos días después, cuando toda la corte se disponía a partir de Tintagel,Tristán y Gorvalán, Kaherdín y su escudero, ciñeron la cota, cogieron susespadas y sus escudos y por senderos secretos se pusieron en camino hacia ellugar señalado. A través del bosque, dos caminos conducían a la BlancaLanda: uno hermoso y bien apisonado, por donde debía pasar el séquito, otroabandonado y pedregoso, Tristán y Kaherdín apostaron en éste a sus dosescuderos. Les esperarían en aquel lugar, guardando sus caballos y susescudos. Ellos, a su vez, se deslizaron por el bosque y se escondieron en unmatorral. Delante del matorral, en el camino, Tristán depositó una rama deavellano con un brote de madreselva entrelazado.Muy pronto apareció la comitiva. Aparece la tropa del rey Marés. Vienenen ordenada marcha los furrieles, los mariscales, los cocineros y los coperos,luego los sacerdotes, y los mozos de jauría conduciendo lebreles y bracos,los halconeros llevando los pájaros en el puño izquierdo; los monteros, loscaballeros y los barones van al paso, bien alineados de dos en dos, y da gustoverles ricamente montados en caballos enjaezados de terciopelo, tachonadosde orfebrería. Pasó luego el rey Marés, y Kaherdín se maravilló al ver a losvalidos a su alrededor: dos aquí, dos allá, vestidos todos de telas de oro yescarlata.Entonces se adelanta el séquito de la reina. Las lavanderas y lascamareras van a la cabeza, a continuación las mujeres y las hijas de losbarones y los condes. Pasan una a una y un joven caballero escolta a cadauna de ellas. Al fin se acerca un palafrén montado por la más bella que losojos de Kaherdín hayan visto jamás. Es preciosa de cuerpo y de cara, lacadera un poco baja, las cejas bien trazadas, los ojos risueños, menudos losdientes; una túnica de samit rojo la cubre, una fina diadema de oro ypedrerías adorna su tersa frente.–¿Es la reina? – dijo Kaherdín en voz baja.–¿La reina? – dijo Tristán-; no, es Camila, su sirvienta.Luego viene, sobre un palafrén bajo, otra damisela más blanca que lanieve de febrero, más colorada que una rosa, y sus ojos claros centelleancomo una estrella en el agua de la fuente.–¡Ah, ya la veo, es la reina! – dice Kaherdín.–iOh, no! – dice Tristán-. Es Brangania, la Fiel.Pero el camino se iluminó de súbito, como si el sol se filtrara de golpe através del follaje de los grandes árboles, y apareció Isolda la Rubia. El duqueAndret, Dios lo confunda, cabalgando a su diestra.En aquel instante salieron del matorral de espinos cantos de currucas yde alondras y Tristán ponía en estas melodías toda su ternura. La reina hacomprendido el mensaje de su amigo. Ve en tierra la rama de avellano con lade madreselva enlazada fuertemente y piensa para sí:«Así somos nosotros, amigo: ni vos sin mí, n¡ yo sin vos»Para su palafrén, se apea, va hacia una hacanea que lleva una casetaadornada de pedrería; allí, sobre un tapiz de púrpura, estaba echado el perro«Petit-Crú»; lo toma en brazos, lo acaricia con la mano, le hace agasajos consu manto de armiño, le colma de halagos. Luego, habiéndolo colocado denuevo en su estuche, se vuelve hacia el matorral y dice en voz alta:–Pájaros de este bosque que me habéis regocijado con vuestrascanciones, os tomo a mi servicio. Mientras mi señor Marés cabalgará hastala Blanca Landa, quiero permanecer en mi castillo de San Lubín. Pájaros,acompañadme hasta allí; esta noche os recompensaré ricamente como abuenos trovadores.Tristán retuvo sus palabras y se regocijó de ellas.Pero ya Andret el Felón se inquietaba. Colocó de nuevo a la reina en lasilla y la comitiva se alejó.Escuchad ahora una mala aventura. Mientras pasaba el séquito real, alláabajo, por el camino donde Gorvalán y el escudero de Kaherdín guardabanlos caballos de sus señores, compareció otro caballero armado que sellamada Bleherí. Reconoció de lejos a Gorvalán y el escudo de Tristán.«¿Qué veo? – pensó-; es Gorvalán y el otro el propio Tristán»Espoleó su caballo hacia ellos y exclamó:–¡Tristán!Pero ya los dos escuderos habían vuelto grupas, huyendo. Bleherí,lanzándose en su persecución, repetía:–¡Tristán, detente, te conjuro por tu valentía!Pero los dos caballeros no volvieron la cabeza. Entonces Bleheríexclamó:–¡Tristán, detente, te conjuro por el nombre de Isolda la Rubia!Tres veces conjuró a los fugitivos por el nombre de Isolda la Rubia. Perofue en vano: desaparecieron y Bleherí no pudo alcanzar más que a uno de suscaballos, que se llevó consigo. Llegó al castillo de San Lubín precisamentecuando la reina acababa de instalarse allí. Y como la encontrara sola, le dijo:–Reina, Tristán está en este país. Le he visto por el camino abandonadoque viene de Tintagel. Se ha dado a la fuga. Tres veces le he llamado paraque se detuviera, conjurándole en nombre de Isolda la Rubia, pero le haentrado miedo y no ha osado esperarme.–Buen señor, mentís neciamente: ¿cómo puede encontrarse Tristán eneste país? ¿Cómo habría huido ante vos? ¿Cómo no se habría detenidoconjurado por mi nombre?–Con todo, señora, yo le he visto y para convenceros he cogido uno desus caballos. Vedle bien enjaezado allá en la era.Bleherí vio a Isolda enfurecida. Condolióse por ello, pues amaba aTristán y a la reina. La dejó, arrepintiéndose de haber hablado.Entonces Isolda dijo llorando:–¡Desgraciada de mí! ¡Ya he vivido demasiado, puesto que he visto eldía en que Tristán me burla y afrenta! Antes, al conjuro de mi nombre, ¿conqué enemigo no se hubiera enfrentado? Es intrépido, y si ha huido anteBleherí y no se ha dignado detenerse en nombre de su amiga, ¡ahí es que sehalla enamorado de la otra Isolda! ¿Por qué ha vuelto? ¡Me ha traicionado!¡Ha querido afrentarme con creces! ¿No tenía bastante con mis antiguostormentos? Que vuelva, pues, afrentado también, hacia Isolda la de lasBlancas Manos.Llamó a Perinís el Fiel, y le repitió las nuevas que Bleherí le había dado,añadiendo:–Amigo, busca a Tristán por el camino abandonado que va de Tintagel aLubín. Le dirás que no le saludo y que no te atreva a acercarse a mí, pues leharé expulsar por los criados y los pajes.Perinís lanzóse a la búsqueda, hasta que encontró a Tristán y a Kaherdín.Les dio el mensaje de la reina.–Hermano -exclamó Tristán-, ¿qué has dicho? ¿Cómo habría podido huirante Bleherí si, como ves, no tenemos ni los caballos? Gorvalán y miescudero los guardaban; no les hemos encontrado en el lugar convenido ytodavía los buscamos.En este instante regresaron Gorvalán y el escudero de Kaherdín yconfesaron su aventura.–Perinís, bueno y dulce amigo -dijo Tristán-, vuelve apresuradamentehacia tu señora. Dile que le envío salud y amor, que no he faltado a la lealtadque le debo y que la amo por encima de todas las mujeres: dile que vuelva aenviarte hacia mí para traerme su favor; esperaré aquí hasta que vuelvas.Perinís volvió al encuentro de la reina y le repitió lo que había visto yoído. Pero ella no quiso creerle.–¡Ah! Perinís, tú eras mi privado y mi fiel, y mi padre te había destinadodesde niño a servirme. Pero Tristán, el hechicero, te ha conquistado con susmentiras y sus regalos. Tú también me has traicionado: ¡vete!Perinís se arrodilló ante ella:–Señora, duras son vuestras palabras. En mi vida experimenté penamayor; pero poco me importa por mí; me pesa por vos, señora, que ultrajáisa mi señor Tristán, y os arrepentiréis de ello demasiado tarde.–¡Vete, no te creo! ¡Tú también, Perinís, Perinís el Fiel, me hastraicionado!Tristán esperó largo tiempo a que Perinís le trajera el perdón de la reina.Mas Perinís no volvió.A la mañana siguiente, Tristán se envuelve en una gran capa hechajirones. Pintarrajea su cara con bermellón y zumo de nueces, de manera queparece un enfermo roído por la lepra. Toma en sus manos una escudilla demadera rayada para recoger las limosnas y unas tablillas de leproso.Entra por las calles de San Lubín y ahuecando la voz mendiga a todos lostranseúntes.¿Podrá tan sólo vislumbrar a la reina?Ella sale al fin del castillo. Brangania y sus mujeres, sus criados y sussirvientes la acompañan. Toma el camino que conduce a la iglesia. Elleproso sigue a los criados hace sonar sus tablillas, suplica con doliente voz:–Reina, dadme algo; ¡soy tan desgraciado!Por su hermoso cuerpo, por su talle, Isolda le reconoce. Se estremece,pero no se digna bajar sus ojos hacia él. El leproso le implora en forma queda compasión oírle; se arrastra a sus pies.–Reina, no os enojéis si me atrevo a acercarme a vos; ¡tened piedad demí, bien la merezco!Pero la reina llama a sus criados y pajes:–Echad fuera de aquí a este leproso -les dice. Los criados le rechazan, lepegan, se les resiste y exclama otra vez:–¡Reina, tened piedad de mí!Entonces Isolda soltó la carcajada. Esta resonaba aún cuando entró en laiglesia. Al oírla, el leproso se fue. La reina avanzó algunos pasos bajo lanave del monasterio, pero sintió que sus piernas se doblaban; cayó dehinojos, luego su cabeza se inclinó hacia atrás y se desplomó sobre las losas.Aquel mismo día Tristán se despidió de Dinás con tan gran desconsueloque parecía haber perdido el juicio, y equipó la nave para partir haciaBretaña.¡Ay! Muy pronto hubo de arrepentirse la reina.Cuando supo por Dinás de Lidán que Tristán había partido tan desolado,empezó a creer que Perinís le había dicho la verdad y que Tristán no habíahuido conjurado por su nombre, sino que ella le había expulsado con gransinrazón.«¡Os he echado, a vos, Tristán amigo! – pensaba-. Ahora debéis odiarmey jamás volveré a veros. Nunca sabréis de mi dolor de ahora ni del castigoque quiero imponerme y ofreceros como insignificante prenda de miremordimiento»Desde aquel día, en castigo de su error y su locura, Isolda la Rubia ciñóun cilicio contra su carne.

Tristán e IsoldaWhere stories live. Discover now