Capítulo 9

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Todo era demasiado blanco como para que Jeremías abriera los ojos con rapidez, su vista estaba completamente cegada por la luminosidad. No sabía dónde estaba, el lugar era algo extraño y poco convencional.

Las ventanas se movían se un lado a otro, de una pared a otra, mostrando diferentes paisajes. La puerta cambiaba de color desde un tono rojizo, a uno amarillo. ¿Dónde estaba? Él no lo sabía, simplemente trataba de alcanzar alguna ventana, no lograba ver un sólo paisaje fijo, y eso quizá le serviría de ayuda.

—¡Detente! —gritó hacia la ventana, pero esta inmediatamente se movió hacia otra de las paredes.

El corrió tras ella, pero todo fue en vano. Era mucho más rápida que él, eso era notorio. Por lo que le recordó.

—¡Isabel! —exclamó.

Y en eso la niña apareció, con su vestido verde y moño a juego. Su sonrisa era resplandeciente y blanca, tan semejante a su entorno que le gustaba. Le sonrió y corrió hasta ella. La abrazó y beso el cabello.

—¿Qué sucede Jere? —murmuró la morena.

—¿Dónde estoy? —preguntó el joven desesperado.

De pronto su cuerpo cayó contra el suave y esposo piso. Isabel se había ido y no le había respondido. ¿Qué carajos?

—Aquí estoy, no seas grosero —respondió ella leyendo sus pensamientos—. Estamos en un lugar bonito. ¿Cierto?

Él miró totalmente hipnotizado el lugar y asintió con una sonrisa. Su sudor recorría su rostro y su mirada estaba perdida.

—Realmente es hermoso —murmuró—, el blanco es tan puro y limpio...

—Exacto —dijo la niña.

En ese momento un fuerte golpe se escuchó y la puerta se abrió. Jeremías dirigió su mirada al exterior y notó que era el mismo parque donde habían sucedido tantas cosas. Era el mismo, la gente era la de siempre y seguía con la cámara en sus manos.

Las puertas no se movían, no habían ventanas ni paredes blancas. Todo estaba tranquilo y el comenzaba a relajarse notoriamente.

Caminó largo rato hasta llegar al pequeño riachuelo, sacó su cámara y comenzó a fotografiar cada cosa que le agradaba. La corriente llevaba muchas hojas caídas y eso le fascinó, por lo que comenzó su trabajo.

—¡Es hermoso! —susurró presionando por décima vez el obturador.

En eso,un anciano de alrededor de ochenta años le tocó el hombro, él reaccionó y volteó a mirarlo. Se levantó y estiró su brazo.

—Mucho gusto, Jeremías López —dijo el muchacho sonriente al anciano.

—¿Qué haces? —respondió el viejo ignorando sus palabras.

—Fotografiando el río, es hermoso.

—¿Qué río? —preguntó el hombre en respuesta, mirando hacia el lugar que el muchacho le señala. No veía nada— ¿Con qué lo fotografías?

Jeremías frunció el ceño, ¿el viejo estaba loco? ¿Acaso era ciego?

—¿Es usted ciego? —preguntó el joven ondeando una mano frente a su rostro.

El anciano le propinó una bofetada molesto.

—No, pero tú estás loco —respondió molesto.

Y se fue de aquel lugar. Lo veía solo y sólo quería hacerle compañía, pero en ese momento entendió el porque de su soledad. El hombre estaba chiflado.

Jeremías en cambio, sin prestarle mucha atención al hombre, siguió fotografiando el río. Pero luego se le ocurrió algo mucho mejor.

Se quitó la franela, pantalones y medias. Dejó su cámara con las configuraciones de temporizador y toma de fotografías continúas para auto fotografiarse. Siendo fotógrafo y nunca lo había hecho, necesitaba hacerlo.

Se lanzó al agua y soltó un grito cuando sintió el agua helada congelarle el sentido. Pero poco le importó, puesto de inmediato comenzó a hacer diferentes poses para que su cámara retratara su día feliz en el parque.

Los demás lo miraban raro, pero él solo les sacaba el dedo medio para que todos se jodieran, al menos hasta que llegaron dos oficiales a sacarlo a la fuerza, lo arrastraron hacia una patrulla y le habían dejado la cámara en la orilla.

—¡Mi cámara! —gritó el joven desesperado.

—Ahorita te la dejo en tu cuarto —respondió el rubio robusto que lo llevaba.

En el camino se quedó dormido, el agua le cansó a más no poder. Sentía las extremidades pesadas, y hasta de imaginó como un hombre lo llevaba cargado hasta una cama muy suave.

—Gracias —dijo acariciando la espalda musculosa del rubio.

—De nada —respondió el hombre negando con la cabeza mientras lo dejaba sobre su cama.

Ajustó sus muñequeras y apagó la luz. En eso un grito ahogado se escuchó del joven, por lo que las volvió a encender, se había olvidado de ese detalle...

Y allí se quedó Jeremías profundamente dormido, era el único momento en el que su mente no le jugaba mala racha. Era el único momento en el que podía descansar sin que sus demonios le atormentasen.

Por el momento...

Tormento 37 (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora