—Isabel —suplicaba, necesitaba... anhelaba explicacones. Me estaba poniendo ansioso, el más mínimo ruido me ponía los pelos de punta.
El silencio se había convertido en mi mejor amigo, pero siempre el más mínimo ruido lo arruinaba todo. Estaba atormentado, desesperado, sentía que estaba perdiendo la cordura. Y no saber que lo causó, me tenía exaltado. Quería acabar con todo ello.
Salí del baño y me lancé a la cama, agarré las sábanas y las arranqué encolerizado.
—¡Aparece maldita sea! —gritaba mientras lanzaba todas las cosas que mantenía en orden.
La ropa salió volando por toda la habitación, mis zapatos tumbaron una lámpara que tenía y mi cámara se estrelló contra el televisor, encendiéndolo.
En la imagen mostraban al parecer una película, una muy antigua y que jamás había visto.
Estaban unos niños jugando en un pradero, su ropa y antiguos peinados me dieron a entender lo vieja que era. Pero hipnotizante, la risa de los niños me tranquilizó por un momento. Me llevó a un lugar pacífico, y sin poder creerlo, me sentía dentro de aquella película.
Me senté sobre la grama bajo un frondoso árbol y los miré jugar. Estiré mis piernas y noté que cargaba unas botas que no recuerdo haber comprado. Pero no me importó, estaba cómodo y muy tranquilo. Necesitaba eso.
De repente noto como la niña se va acercando a mí, muy real. Veía como corría hacia mí, directamente.
—Jeremías —Me llamó.
Allí fue cuándo me permití enloquecer. Me levanté de golpe y salí corriendo lejos de ella con torpeza. No quería a Isabel cerca de mí, siempre me pasaban cosas raras cuando la veía, me aterraba la idea de encontrármela, aunque es absurdo hasta para mí mismo; quería explicaciones pero no quería acercarme. Pensándolo bien, no tenía sentido alguno.
Corrí por mucho tiempo, no sé cuanto, el caso es que ya comenzaba a cansarme. Miraba repetidas veces hacia mi espalda para ver si me seguía, pero de pronto ya no había nadie. No estaba en ninguna pradera, todo estaba muy obscuro. Ni la luna podía ver, todo era negro...
—¿Isabel? —La llamé.
Escapé lejos de ella, y ahora la estaba llamando. Estaba perdiendo el juicio. Esa niña se había convertido en mi tormento, ya era parte de mí vida; la necesité y la aborrecí al mismo nivel. ¿Qué me sucedía?
—¡Isabel! —grité cuando noté que no llegaba—. Necesito explicaciones...
Todo era silencio absoluto y no me entendía.
El ruido me atormentaba, y ahora que por fin conseguí silencio para tranquilizarme; estaba perturbado, demente, lunático...
—¡Maldita sea!
—Hola Jeremías —Allí estaba ella, había llegado.
Sonreí cuando la escuché a mi espalda. Voltee y la miré a los ojos, estos brillaban en tanta negrura.
—Necesito explicaciones —Me acerqué y me agaché frente a ella. Le tomé las manos y se las apreté mientras le sonreía—. Por favor, te lo pido.
—¿Explicaciones de qué? —preguntó realmente confusa y con una cara de inocencia que me provocó ternura.
—De lo que me dijiste. Quiero saber quién eres y porqué recibo esas fotos —mi voz sonaba temblorosa y las ganas de llorar no las podía retener por mucho tiempo.
Mi mirada estaba puesta en la de ella, que poco a poco comenzó a cambiar de color. Del bonito color azul se tornó a un rojizo brillante. Me sorprendí notablemente e intenté alejarme de ella, pero clavó sus uñas en mis brazos con fuerza. Los miré y ví que sus pequeñas manos ya no eran como antes, habían cambiado y eran como garras, que se adentraban en mi piel profundamente, de donde empezaba a brotar mucha sangre... estaba mareado.
Levanté la mirada y todo cambió. La oscuridad que antes nos cubría, fue reemplazada por mi habitación. Caminé por el espacio reducido y vi que todo estaba en orden: la cama estaba arreglada, mi ropa seguía en mi maleta, mi cámara estaba en la mesa de noche totalmente intacta y el televisor seguía encendido.
Todo parecía muy normal. ¿Entonces que había pasado en las últimas horas?
Entré en el baño con prisa para buscar las fotos, pero estas habían desaparecido. No había quedado rastro de nada, ni cinta roja, ni papel, ni fotografías...
—En el estuche —recordé.
Salí del baño y me acerqué a donde tenía la cámara. Sobre la cama.
—Creí haberla visto en la mesita —murmuré sin darle mucha importancia.
La saqué del estuche y vacié todo el contenido del mismo buscando alguna fotografía de Isabel. Pero nada, estaba vacío. De repente todo comenzó a darme vueltas, caí en la cama y de un momento a otro todo se tornó negro. No había cama, no había televisor, no había nada. Estaba en la total oscuridad. Trataba de tocar algo pero era absurdo. No había nada cerca. ¿A dónde mierda estaba?
—¿Dónde estoy, maldita sea! —grité obstinado.
Y en ese instante apareció la niña frente a mí. Sus rizos estaban bien peinados, tenía un moño verde que combinaba con su vestido azul floreado y ojos. Aunque parecía rara, no tenía expresión alguna en el rostro, como si no sintiera nada o estuviera mu...
—No molestes a los muertos o estarás maldito hasta la eternidad —salió de su boca.
No era la voz que conocía de ella, esta era mucho más grave y maligna.
Isabel ya no era la pequeña niña de cabello rizo y ojos verdes.
Ella se había convertido en mi peor pesadilla y me tenía esclavo de su tormento.
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Tormento 37 (PAUSADA)
Terror¿Qué sería peor que todas las noches te despertaras a las 03:07 de la mañana para ir al baño? Amanecer allí y no acordarte de nada. Al menos hasta que ves una pila de fotografías en una esquina que muestran tu actividad noctura junto con personas qu...