Capítulo 5

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—No estás loco López, tan solo mataste a una persona —Otra vez diciendo lo mismo. Me tenía obstinado, quería acercarme a él y golpearlo, pero en ese juzgado no podía hacer nada. Podrían mantenerme encerrado y no era lo que deseaba en ese instante.

—Si yo lo hubiese hecho señor, ¿no cree usted que hubiese confesado desde hace días? —le dije con calma, pero su rodada se ojos me enfureció, por lo que le grité con furia: —¿Cree que quiero permanecer en aquel calabozo hediondo a mierda y orina? ¡¿Cree que es la vida que quiero vivir?! Maldita sea.

El hombre dio unos pasos atrás y miró al juez, quien le avisó que se acercara con la mirada. Así lo hizo, y luego de hablar por unos minutos, el hombre del mazo sentenció:

—Cómo el señor Jeremías López no posee más pruebas en su contra, le daré total libertad condicional hasta nuevos hallazgos.

El mazo se estrelló contra su base de madera y pude respirar con tranquilidad de inmediato. El hombre que me estaba acusando como asesino, era el mismo fiscal con el que había trabajado.Era mi jefe quien me apuñalaba por la espalda.

—Supongo que ya no tengo un trabajo —susurré resignado para mí mismo.

Pero al parecer escuchó, porque respondió.

—Que te diviertas fotografiando mariposas en el parque López.

¿Nadie más había oído eso?

Salí de la corte furioso y tiré la puerta tras de mí. Ahora mismo necesitaba buscar mis cosas para irme a vivir...

No puedo irme a vivir con mis padres, sin trabajo no haría más que estorbar allí.

—¿Ahora que carajos voy a hacer?

Salí de aquel lugar con una decisión a medias, tenía que ir a buscar mis cosas a la comisaría; estúpidamente fui hacia allá con mi maleta y demás cosas. Y ahora tendré qué devolverme con la poca dignidad que me quedaba. 

Una vez allí, noté como todos evitaban mirarme. Traté de hablar con uno de mis compañeros pero me ignoró. Por lo que me fui; no tenía nada que hacer allí... buscaría otro empleo y otro lugar a donde vivir. O quizá no.





El tintineo de las campanas sonaron y  fue cuando me permití salir corriendo para el recreo, tenía que hacer una larga fila para poder comprar mi desayuno, quería que me diera tiempo de jugar. Pero fue demasiado tarde, habían más de quince niños delante de mí. Tenía que esperar, no había nada que hacer.

—¡No! —sollozó una niña a mi espalda. Volteé y  noté que estaba hipando cabizbaja.

—¿Qué te pasa? —le pregunté con amabilidad.

Ella sin levantar la mirada, me respondió.

—Las fotos son esa clase de arte que sólo una mala persona ve. ¡Déjalo! ¡Déjalo, por favor! —susurró...

—¿¡Qué mierda!? —exclamé cuando desperté, ese sueño fue demasiado raro. No recuerdo haber pasado por aquello en la escuela. No sé que significará. Sentía mi corazón acelerado. Quería salir por esa puerta y correr hasta cansarme y desmayarme, quería vivir sin problemas ni tormentos, tranquilidad, paz, quería ser libre...

Otra vez había regresado a mi antiguo cuarto, era para lo que me alcanzaba —porque ya lo había pagado por adelantado—. El televisor estaba encendido y transmitían una película romántica; me cambié de posición y me quedé observando la imagen, viendo la historia, notando como hasta en las películas los personajes tienen una vida de mierda. A diferencia que a ellos les pagan y siempre tienen un final. Todo era mentira. Todo era falso.

—Desearía que mi vida fuera una farsa, que cuándo dijeran corte, se acabaran los problemas, se detuviera el tiempo y todo fuera apacible.

—La verdad es que no deseas tranquilidad Jeremías —murmuró ella. Estaba otra vez aquí. ¿Por qué?

Sin ni si quiera reaccionar y mirar hacia dónde la escuchaba, le dije.

—¿Quién eres? —Ella me estaba volviendo loco. Escuchar su voz me atormentaba y me hacía hacer cosas que ni si quiera recordaba.

Comezó antes que ella llegara —susurró mi subconsciente.

—Isabel —dijo indiferentemente.

—¡Eso lo sé coño! —grité y voltee para dónde escuchaba su voz, pero no había nadie—. Claro, la cordura se me fue por el caño.

Me levanté furioso y me fui a dar un baño para acostarme a dormir luego. Al día siguiente tendría que ir a buscar un nuevo empleo, así sea limpiando pisos. Necesitaba comer.

Me desvestí y dejé la ropa sobre la tapa del inodoro, me adentré en la ducha y cerré la puertecita. El agua estaba helada y salía a mucha presión, por lo que agradecí, era bueno para despejar mi mente de todo lo que me pasaba.

Estiré mi brazo para alcanzar la barra de jabón, pero no había nada. Yo recuerdo haberla dejado allí; bajé la mirada y allí estaba, un pedazo en el piso. Estaba húmedo y baboso. Pero era lo que iba a utilizar, tendía que comprar más.

Enjaboné mi cuerpo rápidamente y salí. Cepillé mis dientes y me acosté desnudo. Estaba demasiado agotado como para buscar ropa en una maleta hecha. No había sacado nada de allí, y de sólo pensar que tenía que sacar y doblar ropa. Me daba dolor de cabeza.

Con la mirada puesta en el techo, comencé a recordar mi semana peculiar. Todo me estaba estresando, no podía dejar de pensar en las fotos, ni en la niña y el último trabajo que tuve...





—¡No otra vez! —grité cuando desperté nuevamente en el baño. Esta vez seguía desnudo, pero igual de desorientado. Me levanté de allí con la piel de gallina y salí, miré hacia la misma esquina y allí estaba. La maldita caja con las fotografías esperaba a que yo la abriera para un nuevo tormento.

Me acerqué a ella y la tomé, la puse sobre el lavamanos y la desaté con manos temblorosas. Había una sola fotografía impresa. Respiré hondo antes de voltearla y ver su contenido.

Lágrimas salieron de mis ojos cuando la vi.

Era Isabel en el parque de aquel primer día que la vi. Fue la foto que tomé y borré. ¿Cómo es que estaba impresa?


Tormento 37 (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora