Epílogo

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Dos meses más tardes...

Cada vez que escuchaba un ruido, me asustaba. Cada vez que el flash de mi cámara se activaba, una nueva fotografía aparecía en mi baño envuelta en una linda caja con un lazo rojo, no tenía idea de lo que me ocurría. Todo parecía confuso, todo era extraño a mi alrededor, ¿qué había cambiado? ¿dónde se encontraba?

Me levanté de la cama y abrí las persianas de las ventanas, afuera todo parecía andar con normalidad, el sol brillaba y la gente paseaba de un lado a otro. Lo extraño era que todos estaban vestidos del más puro y tranquilo blanco. Como el color de mi habitación...

Me di la vuelta lentamente y me cegué por unos segundos al ver la inmensidad de su habitación... ¿qué hacía allí? ¿por qué estaba internado?

Me acercó a la puerta y por la única ventanilla que había en ella, miré hacia el exterior, pasillos blancos y sillas también blancas comenzaron a marearme. El color ya comenzaba a causarme jaqueca. Era absurdo.

—¡Oye! —grité cuando vio a alguien pasar.

Pero no me prestó atención, me sentía como alejado de todo el mundo, aislado de la realidad.

—¡Auxilio! —volví a gritar, pero fui ignorado.

Me senté en el suelo y me cubrí la cabeza con mis brazos, desesperado y con gamas de información, no recuerdo salvo las malditas fotografías.. ¿qué eran y por qué me atormentaban?

La puerta de golpe se abrió, apareció un hombre y me entregó un plato con comida...

—¿Por qué estoy aquí? —pregunté aprovechando su presencia.

—Viniste por ayuda amigo —respondió el hombre y se fue.

¿Yo vine aquí? ¿cómo es posible eso? Yo no nací para estar encerrado...

Me levanté de golpe y comencé a patear la puerta con furia, me sentía impotente dentro de estas cuatro paredes. Me estaba hartando por la falta de explicaciones, no en tenía nada. Estar en la ignorancia total estaba volviéndome loco.

—No lo hagas Jere —susurró ella.

Pero no puede ser...

—¿Isabel?

Voltee lentamente y allí estaba ella, tan hermosa como la recordaba, tan esplendorosa como siempre. Mi hermana después de tantos años estaba frente a mí.

—Creí que... —tartamudee, pero ella me detuvo.

—Ellos me obligaron Jere, por favor perdóname —dijo con voz suave y comenzó a dar pasos hacia atrás. Estaba dejándome solo nuevamente.

—No te vayas... —supliqué—, tú eres la que tiene que perdonarme.

—Perdona Jere.

—¡Isabel! —grité cuando dejé de verla.

En eso unas manos se posaron en mi hombro, eran frías y de uñas largas que rasgaban mi piel. Me dolía mucho, me comenzaba a sentir vacío, como si se llevase todo dentro de mí...

Tormento 37 (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora