El día que tanto había anhelado llegaba al fin. Sentía un sudor frío recorrer mi espalda y la malla negra adherida a mi piel. Mi corazón late descontrolado y mi respiración más rápida que lo normal son una clara muestra de los nervios y la ansiedad que me consumen. Tan sólo había pasado una hora de espera, pero a mi me parecía algo eterno.
Muchas chicas, de diversas edades, tipos de cabello y complexión física, esperaban reunidas para tener la oportunidad de deslumbrar en la audición para el Ballet Nacional del Sodre.
Éste se había fundado en 1935, dando lugar a la formación y desarrollo de innumerables artistas, así como la visita a nuestro país, de otros tantos profesionales en la materia, provenientes del exterior.
Y, aquí estaba yo, aspirando a poder tener un lugar en un sitio tan importante. Si algo bueno habían hecho mis padres en su vida, era haberme mandado a aprender esta hermosa danza desde pequeña. Danza que se había convertido en un sueño por alcanzar, eso que llenaba mis días y que me daba un propósito por el cual vivir.
Y esa era la razón principal de mis nervios. Ésta me resultaba una oportunidad única, que no solo me permitiría hacer lo que tanto me gustaba, sino que además podría mejorar mi humilde vida. Temía fallar, me aterraba fracasar y eso me alteraba sobremanera. No era la mirada curiosa o incluso de desagrado que me obsequiaban las personas a mi alrededor, a eso me había acostumbrado ya hacía mucho. Ser mujer, estar llena de tatuajes en el cuerpo y ser muy introvertida, a donde fuera llamaba la atención y con el pasar de los años aprendí a superarlo, o mejor dicho ignorarlo. Pero, el fracaso es algo que no me podía permitir.
Sabía que tenía el talento para lograrlo, llevaba practicando sin descanso varios meses, pero confiar en mi misma era algo que no se me daba bien. Esperaba que aunque fuera una vez en mis cortos 22 años, la suerte su pusiera de mi lado y me permitiera alcanzar este objetivo.
Intenté concentrarme en la pieza que tenía que representar, repasar mentalmente cada movimiento, cada postura de mi cuerpo, cada cambio que debía realizar, incluso el más sutil. De esa manera lograba, en cierto modo, quitar esos pensamientos tan negativos que sólo me conducirían al fracaso.
Hacer eso también me permitía tener el control de la situación, aunque fuera en un pequeño porcentaje. Y es que, cuando tu vida ha sido incierta, donde no sabes si lograras sobrepasar otra noche y despertar a la mañana siguiente, aferrarte al control de lo que está a tu alcance es fundamental, o al menos así me sucedió a mi.
Bailar en una danza que requiere mucha precisión y concentración, no solo me hace feliz, aunque no conozca demasiado bien lo que implica ser feliz. También despeja mi mente, me permite olvidar por un rato, me da poder y control sobre mi misma, ése control que tanto tiempo atrás me fue arrebatado.
—Amelie Santos.
Oí mi nombre a través del ruido y cuchicheo constante del salón, donde varios grupos de chicas ansiosas se aglomeraban. Comencé a caminar hacia donde la asistente se encontraba, con la espalda recta y la mirada enfocada hacia adelante. Hacerlo de otra manera, mirando al piso o con los hombros encorvados, demostraría predisposición al fracaso, justamente lo que yo intentaba evitar.
Sus ojos me observaron por completo, sin dejar fuera ningún detalle, pude notarlo. Su mirada reflejaba algo así como desaprobación, pero como era costumbre ya vieja, decidí ignorarla y no preocuparme. Después de todo la decisión de qué bailarinas quedaban, no estaba en sus manos.
Entré con la cabeza en alto, y me situé en el centro del escenario de la sala. Recordaba la misma a la perfección por las contadas veces que, con mucho esfuerzo, había logrado juntar dinero para la entrada y asistir a ver alguna obra.
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Brillando en la oscuridad. #C12-16
RomanceLa vida no a todos les toca fácil. Algunas personas son más sensibles, susceptibles y el destino, Dios o la vida misma, les pone duras pruebas para volverlas fuertes. Salir victoriosos sólo dependerá de con cuanta fuerza defiendan su vida, de cuant...