Las amarras del pasado sobre mi piel.

52 14 16
                                    

Decir que sentía mucho miedo creo que no era suficiente para explicar lo que pasaba en mi interior.

Me encontraba sentada en el consultorio de Mateo, el psicólogo amigo de Santino. El lugar era por demás confortable y para nada como lo había imaginado.

No estaba el famoso diván de los psicólogos que suelen aparecer en las películas, en su lugar hallé un cómodo sillón de un sólo cuerpo en color crema.

Una pequeña mesa delante con una gran caja de pañuelos, lo que me daba a suponer que la gente aquí lloraba mucho. Había libros por doquier de quienes habían sido pioneros en las teorías de la psicología y algún que otro cuadro con paisajes plasmados que adornaban el lugar.

El sitio olía bien y daba una sensación de armonía, más aún así no podía evitar sentirme nerviosa, incómoda y asustada.

Crecí escuchando a la gente decir que si uno acude al psicólogo es porque está loco. Yo no estaba loca, o quizás sí y esa locura me impedía verlo con claridad.

¿Qué pasaba si Mateo decía que yo estaba loca?

También me generaba una incomodidad el que fuera un hombre al que me iba a dirigir. Santino le había planteado mi situación; que no contaba con un trabajo y que además necesitaba un poco de ayuda profesional. Mateo lo evaluó y decidió brindarme las terapias sin costo, además de ofrecerme un puesto de trabajo.

Éste consistía en ser algo así como su secretaria; coordinar las consultas de sus pacientes, organizar su agenda. En fin una tarea que no me parecía difícil y podía llevar a cabo a la perfección. Una vez finalizada sus consultas reglamentarias tendríamos mi terapia.

Para poder cumplir con éste trabajo el único requisito que se me imponía era vestir de manera formal. Pollera o pantalón, camisa y algún saquito, además por supuesto del calzado adecuado; nada de jeans, remeras o championes.

Eso me supuso una dificultad porque jamás me había vestido de esa forma, pero gracias a la ayuda de Luciana pude conseguir todo lo adecuado. La ropa demasiado pegada al cuerpo para mi gusto, acostumbrada a usar ropa holgada, por momentos me hacía sentir fuera de lugar; bien dicen que la necesidad tiene cara de hereje, así que como quería el trabajo y más que nada lo necesitaba, debía usarla de todos modos.

Los minutos pasaban y Mateo aún no ingresaba. Estaba atendiendo una llamada de último momento, por lo cual lo esperaba en el consultorio para nuestra primer sesión.

No dejaba de moverme inquieta en mi sitio, mirando hacia todos lados, pensando si aceptar esto fue una buena idea.

Desde que Luciana, el príncipe Sigfrido y Santino llegaron a mi vida todo cambió de alguna forma. Ellos se acercaron y por alguna razón los deje entrar aunque sea a una minúscula parte de mi. Me hicieron dar cuenta con sus actitudes que vivía alejada perdiéndome del mundo que hay fuera, me hicieron querer un poco más de ellos porque su cercanía me gustaba.

Pero la vergüenza,los miedos estaban presentes siempres y no me dejaban dar tanto de mi como daban ellos.

Luego de darle muchas vueltas en mi cabeza entendí que algo dentro de mi no funcionaba del todo bien; interactuar con las personas me aterraba y a su vez me impedía avanzar. Sabía muy bien que mi vida hasta ahora fue de todo menos color de rosa y quizás el psicólogo podía ayudarme a superar eso y ser algo parecido a lo normal.

El silencio se estaba volviendo aterrador, sentía que en cualquier momento las paredes se cernirían sobre mi y me quitarian el aliento.

Mateo irrumpio en la sala y eso, en vez de generarme calma, me puso más nerviosa aún.

Brillando en la oscuridad. #C12-16Donde viven las historias. Descúbrelo ahora