¿Nos hundimos o resurgimos?

80 15 22
                                    

¿Cómo sabes si la decisión que tomaste es la acertada?
Yo no sé responder eso aún, pero luego de echar a andar mi cabeza, para lo cual no se precisa mucho, elegí lo que en ese momento sentí adecuado.

Santino me ofrecía su compañía, una historia que hasta podría darme fuerzas para continuar, me ofrecía más de lo que nunca obtuve de nadie. No podía entender sus razones, no importaba cuanto me devanara los sesos intentando encontrar la forma de comprenderlo, sencillamente era algo que no podía descifrar. Tan difícil como querer ser buena en matemáticas avanzadas.
Y, aunque intentaba rechazarlo y convencerme de que pasar un poco de tiempo a su lado me haría daño, en mi interior sabía bien que anhelaba poder aferrarme a esa amistad.

Lo que me llevo a decidirme fue una tonta comparación. Luciana había surgido casi que de la nada en un muy mal momento, me presto su ayuda, me brindó su compañía y hasta su silencio cuando no conocía más que mi nombre. No sólo no me había pedido nada a cambio, sino que nada malo había ocurrido por dejar que se acercara a mí.

Tomando eso como referencia acepte comer con él, escuchar su historia y de alguna forma aceptar que entrará en mi vida, más de lo que de manera inconsciente ya había hecho.

—Está bien —fue todo lo que respondí como aceptación a sus condiciones —, pero insisto en pagar mi propia comida.

—¡Que mujercita más terca! —Dijo esbozando una sonrisa y tendiendo su mano para que me levantará del banco en el que estaba sentada—. ¡Terca y bonita! Una combinación peligrosa.

Ante sus palabras no pude más que sonrojarme. Tomó mi mano entre las suyas, sin pedir mi permiso u opinión y yo no emití queja alguna, tan sólo me deje llevar.

Fuimos a un restaurant no muy concurrido a pesar de que estábamos en pleno medio día. Comimos e incluso charlamos de forma animada, de la obra, de cuanto se había progresado como equipo y cada uno a nivel personal. Hablamos de lo que él esperaba obtener con ésta puesta en escena, de sus aspiraciones y aunque satisfacía muchas interrogantes que habitaban en mí, además de que escuchar la visión del mismo director era algo emocionante, yo lo que quería era conocer esa historia que él vivió.

—No me malinterpretes, pero me siento estafada —dije mientras hacíamos algo así como una sobremesa.

Su risa, ronca y gutural, vibro en torno nuestro y penetro cada uno de mis sentidos.

—Y eso ¿por qué sería? —preguntó con fingida inocencia y una gran sonrisa siniestra en su rostro.

—Bueno, no es que no me guste la charla. Para ser sincera, aunque soy algo antisocial, lo he pasado muy bien. Eres ingenioso, perspicaz y gracioso, y me gusta conocer un poco más de ti. Pero, si estoy aquí sentada compartiendo contigo este almuerzo es por la promesa de escuchar una historia.

—Ah, cierto la historia —murmuro en un tono que dejaba entrever que se había olvidado —. Bueno aún no llegue a ella porque deseaba que almorzáramos tranquilos. Si comenzaba enseguida a contarte de seguro empezarías a hacer un montón de preguntas y no comerías nada. Y eso, mi bailarina estrella no es bueno.

Baje la vista de inmediato, como si el mantel tuviera algo muy interesante que ofrecerme. Yo no era suya, no era de nadie si vamos al caso. Creo que esa idea de que las personas nos pertenecen es algo equivocada, sin embargo preferí no mencionarlo, sabía que lo decía con la mejor intención y no por posesión.

—No me hace falta comida, me alimento bien —fue todo lo que respondí, aun sin mirarlo.

—Nunca dije lo contrario. Aunque no voy a negarte que a veces me he cuestionado si te alimentas correctamente —sentí el peso de su mirada fija en mí, como si a través de una simple ojeada a mi rostro pudiera entrever todo cuando tenía en mi mente —. A veces el cansancio que acarreas es muy notorio, traes grandes ojeras bajo tus bonitos ojos y temo que algo no esté yendo bien.

Brillando en la oscuridad. #C12-16Donde viven las historias. Descúbrelo ahora