Avanzando.

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Luego de unos días en que me vi obligada a descansar, al inicio de la semana podría nuevamente volver a mis rutinas.

No puedo negar que extrañe mucho bailar; el baile es como una parte de mí y no hacerlo me hacía sentir extraña, como si algo me faltara. Pero a veces alejarse de las cosas, aunque sean las que uno ama, es necesario y hasta sano.

Somos capaces de concentrarnos tanto en algo, que más que una pasión termina siendo una obsesión y perdemos así la perspectiva.

Mateo, el amigo de Santino y ahora mi terapeuta, consideraba que eso que yo llamaba la pasión de mi vida sólo resultaba ser un punto que me generaba estrés.

Y no porque fuera algo malo, no. Sino porque sencillamente mi forma de ser, tan controladora, me hacía obsesionarme con alcanzar la perfección, generándome una presión innecesaria.

Así me lo había dicho en esta última semana, luego de mi crisis nerviosa. Desde ese episodio él concurría diariamente a visitarme, quería asegurarse de que estuviera bien y aprovechabamos a entablar conversaciones extensas, que casi siempre eran sobre mí.

Según sus propias palabras no era una sesión de terapia propiamente dicha, sino un medio de preparar el terreno para cuando llegaramos a ello.

Creía que debíamos tomarlo con calma, no precipitarnos para poder así obtener mejores resultados.

Me tranquilizó mucho el hecho de que me explicara mi crisis, reacción que aún me avergonzaba.

Había sido algo que si bien él no previó, podía suceder. Era la forma que mi cuerpo tenía de avisar que estaba sobrepasado, desbordado de emociones.

Y, en efecto así había sido. Entre el miedo, los nervios de enfrentarme a algo desconocido, la vergüenza, las preocupaciones económicas, el mal dormir y todas aquellas emociones positivas que estaba viviendo y aún no sabía manejar. Era algo que se cocía a fuego lento en mi cuerpo, como si todos aquellos sentimientos estuvieran en una olla de presión que terminó por estallar.

En nuestras charlas comprendí que no sólo debo aprender a no querer controlarlo todo, sino también a tener paciencia.

Aunque a veces no estaba preparada para las preguntas de Mateo, me gustaba su compañía e incluso me estaba acostumbrando a ella. Eso me hacía pensar cuán importante eran hasta los detalles más pequeños para quien ha vivido en soledad.

Esa tarde cuando se presentó en casa, como todos los días pasados, mishu lo recibió con sus cariñosos ronroneos y no fue hasta que recibió las caricias que tanto le exigía, que pudimos acomodarnos y empezar.

-Me gustaría que me contaras qué recuerdas de tu infancia -me tensé como la cuerda de una guitarra a punto de ser tocada en cuanto lo escuché -. Sin presiones, ya sabes. Lo que recuerdes y quieras compartir.

Me encontraba sentada en el piso, en postura de indio pues así me sentía más cómoda y no tomaba estos momentos como una invasión.

A fin de cuentas creía que eso era lo que buscaba Mateo, que me sintiera cómoda y en un ambiente familiar que no me generara más tensiones y me diera la posibilidad de abrirme sin temores.

-Pensé que no estábamos en terapia -fue mi respuesta.

Me asustaba hablar de todo aquello que en realidad buscaba enterrar. Suponía que al exponerlo ante otros lo volvía más real, haciéndome sentir indefensa de nuevo.

Intentaba no alterarme,lo que menos me apetecía era volver a repetir un episodio  como el de la última semana.

-Es que no lo estamos -contestó -. Sólo hablamos casualmente de temas al azar, para ir conociéndonos.

Brillando en la oscuridad. #C12-16Donde viven las historias. Descúbrelo ahora