Prólogo

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Tara despertó entre sudores fríos y horribles temblores. Miró en rededor aún conmocionada por aquella hórrida pesadilla, pero todo había terminado justo cuando abrió los ojos.

Los cerró un instante mientras intentaba ordenar todas las imágenes que había visto durante la pesadilla. Pero fue incapaz de realizar tan ardua tarea, todo se resumía en una ola de sangre y gritos, sus gritos.

Respiró hondo y se llevó las manos a la cara para entonces darse cuenta de que las tenía empapadas en sangre. Aguantó la respiración al intentar recordar qué había ocurrido. Pero mientras más lo pensaba y miraba la habitación, menos sentido tenía todo.

Las sábanas blancas y las gruesas mantas estaban manchadas de rojo oscuro. En cuanto puso sus pies descalzos en el suelo sintió un charco de sangre fresca, y por las paredes había huellas carmesíes además de arañazos.

Tara mascuyó entre dientes varias maldiciones que muchas personas ni se atreverían a pensar, y después de tres minutos admirando el desastre, comenzó a limpiar.

Iba a llegar tarde otra vez al trabajo.

La joven daba un último bocado a sus tostadas mientras observaba cómo las manecillas de su reloj de pulsera indicaban las ocho y media de la mañana. Se peleó con su rebelde cabello castaño para recogerlo en una pequeña coleta como solía hacer cada mañana y se acomodó el uniforme recién planchado y que aún destilaba calor.

Mientras buscaba las llaves de su motocicleta en una cestita de mimbre que había en la entrada rebuscó su teléfono móvil en su bolso, no era de última generación, pero al menos hacía llamadas.

La luz anaranjada del sol embulló su piel morena y pecosa y resaltó sus curiosos ojos del color del ámbar. Cerró la puerta a sus espaldas mientras se llevaba el teléfono al oído izquierdo. Casi al instante, alguien respondió al otro lado de la línea.

─¿Tara eres tú? ¿Has vuelto a quedarte dormida, verdad?
─Sí... He tenido un ligero contratiempo —se excusó—. ¿Paso a recogerte?
─Hoy no hará falta.

Tara, ante aquella respuesta tan inusual, alzó una ceja y frunció el ceño mientras se apoyaba en el manillar de su motocicleta negra.

─¿Y eso? ¿Piensas ir andando, tortuga?
─¿Qué? ¡No, y no me llames tortuga! ─respondió la alterada Alex al otro lado, seguramente con las mejillas rojas de enfado. Tara sonrió.
─En cuanto me ganes en una carrera dejaré de decirte eso. Nos vemos luego, tortuga.

Justo cuando Alex volvía a comenzar a gritar, Tara colgó y con una sonrisa en el rostro metió las llaves de la motocicleta en el contacto. Un suave ronroneo del motor se convirtió en un ensordecedor rugido cuando Tara aceleró con un ligero movimiento de muñecas. Todo iba como siempre, bueno, casi todo, pues normalmente iría a casa de Alex recogerla justo a tiempo para no llegar tarde.

Unos quince minutos más tarde, Tara aparcó detrás del edificio viejo de ladrillos rojos donde ella y Alex trabajaban de agentes en prácticas. Esperó un par de minutos, dando golpecitos con el talón en el suelo asfaltado y agrietado. Cada vez se preocupaba más por que le hubiese sucedido algo Alex, pero apenas fueron unos instantes después cuando una motocicleta de la marca vespa entró en el aparcamiento de la comisaría con un suave y claro sonido del motor que le indicaba a Tara que aquella preciosa motocicleta roja charol era nueva. El conductor aparcó justo al lado de Tara, y en cuanto aquel desconocido se quitó el casco, Tara no pudo mantener la boca cerrada.

─¿¡Alex!? ¡Por fin te la has comprado! ─gritó la chica entusiasmada con una sonrisa de oreja a oreja. Su amiga, una chica de complexión delgada y piel levemente morena, se acomodaba su pelo largo de color rubio oscuro. Sus ojos almendrados de color canela brillaban con el entusiasmo de un niño estrenando su nuevo juguete favorito─. ¿Cuánto te ha costado?
─Los ahorros de tres años ─respondió Alex con una voz un poco sombría─. Pero merece la pena.
─Al menos así ya no tendré que ir a buscarte todas las mañanas a casa, parecía el autobús escolar.
─No exageres ─espetó la chica de ojos almendrados mientras se hacía un moño con su pelo del color del oro viejo. Tara se encogió de hombros, divertida y dispuesta a seguir con las bromas de siempre.

Saga Exilium: I Almas de jade y ámbar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora