Un amor resucitado

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Un terrible sonido la despertó sobresaltada. Palpó a ciegas su mesilla de noche hasta que dio con el botón del despertador. Por un instante Tara pudo saborear el silencio, respiró tranquila cuando sus tímpanos dejaron de doler. Pero poco a poco el silencio se alejó, empezó a oír miles de sonidos a la vez, los pájaros que volaban sobre la casa, el periódico caer sobre la alfombrilla del porche, y los árboles silbar con la brisa veraniega.

Se incorporó en su mullida cama poco a poco. Su cabeza dolía horrores y podía escuchar con claridad su respiración pesada y sus huesos crujir.

Se levantó con cuidado de no marearse y miró su reloj de pulsera, cuyas manecillas marcaban las once. «Vale, tengo media hora para hacer la maleta y dejarlo todo preparado y otra media hora para llegar a la cabaña.» Se dijo, suspirando y llevándose las manos a las sienes.

Se puso una camiseta de tirantes negra lisa, unos vaqueros largos rotos y unas zapatillas de deporte básicas. Incluso pensó en recogerse el pelo, pero la pereza volvía a ganar la partida, así que simplemente lo cepilló. Se observó en el espejo: una melena que apenas llegaba por los hombros, más rizado de lo usual, y un extraño matiz amarillento en la mirada.

Frunció el ceño y se lavó la cara para despejarse. El agua fría actuó en ella como si fuera café, pero seguía sintiéndose con pies de plomo.

Cuando estuvo lista bajó a la cocina, donde cientos de aromas asaltaron su olfato.
Las migas quemadas en la tostadora; la fruta fresca del bol de la cocina y los filetes en la nevera, todos aquellos olores aliados paseaban ahora por sus fosas nasales y la saturaban.

Se le hacía la boca agua con toda esa comida. Le rugió la tripa así que se apresuró a tomar una manzana del bol de fruta. La mordisqueó mientras paseaba hasta la habitación donde estaba Dany. Su hermano había despertado minutos después de que Trevor y Rebecca se marchasen la noche anterior, su aspecto era enfermizo, pero aún así no parecía estar muy grave.

Tara entró a oscuras en la habitación, y levantó un poco la persiana para que entrara una pizca de claridad. Dany se revolvió entre las sábanas y se tapó la cara con la almohada. En esas ocasiones parecía que Tara fuera la hermana mayor y él el pequeño.

—Dany, ¿cómo estás? —le preguntó sentándose en el borde de su cama. Esperó una respuesta en silencio, pero lo único que recibió fue un leve gruñido—. Vamos, levanta.

—Está bien —por fin, tras varios minutos, recibió una respuesta por parte de Dany—. ¿Qué te pasa? —preguntó mientras se sentaba al lado de su hermana. Tara lo miró extrañada y alzó una ceja mientras rebuscaba en el bolsillo de su pantalón una caja de cigarrillos.

—¿A mí? nada. Dany creo que el golpe fue más duro de lo que creía.

—No no, tienes como... algo raro —hizo aspavientos con las manos para acompañar una de sus magníficas explicaciones.

—¿No tendrás fiebre? —preguntó Tara levantándose de la cama y sacudiéndose la camiseta. Dany la miró como si tratara de resolver una ecuación. Tara no le dio demasiada importancia y se dirigió a su habitación, en el piso de arriba.

Estaba metiendo unas prendas en la maleta de mano, solo un par de camisetas y tres pantalones. Otra cosa no, pero Tara era muy práctica; no le gusta llevar cientos de modelitos con tacones a juego y pulseras enrevesadas. «No por Dios.» Mientras guardaba la bolsa de aseo, escuchó una respiración detrás de ella acompañada de un olor muy conocido.

—¿Y cuando vuelves? —preguntó la voz de Dany a sus espaldas.

—El Domingo. O sea, cinco días.

Saga Exilium: I Almas de jade y ámbar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora