4 - La sierra

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Con un desgastado lapicero anotó en una libreta el importe de su último viaje, después hizo la suma y una expresión de preocupación se dibujó en su rostro; aún le faltaba una cantidad considerable de dinero para completar su cuota e irse tranquilo a casa. Antonio estiró sus piernas para relajarse un poco, llevaba ya varios minutos sentado en una silla destartalada de plástico en la estación de taxis donde trabajaba, somnoliento por la fatal de trabajo y el calor abrasante. Miró alrededor y vio el despachador de agua vacío. Hurgó en su bolsillo para sacar un par de monedas para dirigirse a las máquinas expendedoras de refresco que estaban afuera. El cielo estaba despejado completamente, solo un par de nubes blancas se asomaban discretas, pero en su mayoría había un azul profundo por todo lo alto. Antonio seleccionó su bebida favorita de la máquina cuando una mano fuerte se posó en su hombro y lo sacó abruptamente de sus pensamientos; al volverse, un hombre joven y muy bien vestido le sonrió.

—Buenas tardes, ¿es usted conductor de taxi?

—Sí, así es, ¿deseaba usted algún servicio?

—Claro —Sonrió de nuevo—. Necesito que nos lleve a a sierra.

Antonio meditó un momento, una señora con una niña se acercaron a ellos y lo saludaron secamente.

—Le voy a ser franco —dijo Antonio—, ir a la sierra en taxi es muy caro, estamos hablando de un viaje de una hora u hora y media. Puedo llevarlo a la estación de autobuses y de ahí tomaría uno que lo deje en el poblado de San Juan, es la mejor entrada a la sierra.

El hombre lo miró fijamente. Le volvió a sonreír mostrándole los dientes.

—¿Cuánto ganas en una semana, amigo? —preguntó el hombre con son altanero.

El conductor hizo un cálculo elevado y le dio una cifra alta; el hombre soltó una carcajada tan sonora que hizo que los transeúntes voltearan rápidamente. Se buscó dentro de la chaqueta, sacando un fajo de billetes muy grande para ponérselo en las manos a Antonio.

—Esto es más de lo que ganarías en un mes —le dijo con suficiencia—, solo te pido que me lleves ahí antes de que se meta el sol, tengo mucha prisa.

En la mente de Antonio había confusión, no sabía si aquello era un golpe de buena suerte o algo muy extraño estaba pasando. La verdad era que quería declinar la oferta, pero ese dinero extra solucionaría algunos de sus problemas financieros, sin mencionar que le daría más tiempo para pasar con su familia. Aceptó y fue por su taxi para que la familia se subiera. La mujer y la niña, que supuso que eran esposa e hija del hombre, tenían facciones muy finas, blancas y de cabello negro, pero había en su mirada un cierto destello de desconfianza que llamó la atención de Antonio por el retrovisor; el hombre notó esto y comenzó a hablar mientras se dirigían a la carretera.

—Soy profesor de la universidad —explicó—, voy con unos colegas a ver los resultados de un estudio que realizamos en la sierra.

Antonio le preguntó su nombre y él solo le respondió que era Martín. Mientras el auto recorría la carretera, el clima fue cambiando; pronto se volvió cada vez más fresco y unas nubes oscuras tapizaron todo el cielo anunciando que una tormenta fuerte se avecinaba. Aquello fue muy extraño, pues minutos antes no había ni atisbo de lluvia.

De vez en cuando, intercambiaban palabras, pero la mayoría del viaje permanecieron callados mirando el impresionante paisaje natural lleno de contrastes verduzcos que se extendían por pastizales extensos. Sin embargo, había una tensión implícita en el ambiente que provocaba una inquietud casi palpable. Antonio notó que el hombre llevaba un extraño anillo en el dedo anular de la mano izquierda, era de oro y tenía grabado unos símbolos extraños que él nunca había visto antes, solo distinguió una calavera justo en el centro. Cuando al fin el pueblo de San Juan se divisó a la distancia, el conductor sintió un alivio tremendo, pues la verdad era que rezaba para que esto terminara pronto.

Rituales Creepypastas 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora