Una copa por este que acaba de morir. Brindemos por el próximo muerto.
La algazara, Bartolomé Dowling
Mycroft se detuvo, dubitativo, ante la pequeña placa de bronce, en la que estaba grabada simplemente el nombre de «TOUSSAINT», sin atreverse a pulsar el botón del timbre de aquella gran mansión de piedra rojiza, situada en la calle 136 East. Se sentía extremadamente tímido,como un hombre disfrazado en una fiesta de máscaras de chiquillos, o como un improvisado orador que nunca ha hablado en público. Las personas -las personas de su clase- no acostumbran a asumir este tipo de actitudes. Finalmente. resolvió sus dudas. «¿Qué puedo perder después de todo?», y con decisión pulsó el botón del timbre. Un mayordomo negro, correcto como un funcionario de la Saint John's Wood vestido con un traje de botones de plata y un chaleco de rayas negras, le abrió la puerta.-¿Está en casa míster... monsieur Toussaint? -le preguntó Mycroff, un poco nervioso.
-¿Quién pregunta por el señor? -le contestó el negro con acento seco y tajante.
-Pues... míster Smith... no, míster Jones -respondió Mycroft, mientras una sonrisa escéptica se esbozaba en la comisura de los labios del joven negro.
-Un momento, por favor -respondió el mayordomo.
El negro se volvió, entró en el salón y cerró la puerta tras de él. Instantes después regresó, abrió la puerta de par en par y le dijo:
-Por favor, pase usted.
Mycroft no estaba completamente seguro de lo que iba a encontrar allí dentro, pero de lo que estaba convencido era de que se trataba de un asunto bastante complicado. Se imaginó que la mansión estaría perfumada con incienso, con los muros cubiertos de extraños tapices o piezas exóticas, y una bola de cristal sobre una mesa guarnecida con un raro mantel de color verde esmeralda. Por este motivo quedó pasmado al verse introducido en un salón que se destacaba por su sobria magnificencia y refinado mobiliario. El suelo se hallaba cubierto con sobrias y bellas alfombras persas de Samarkanda, los muebles eran indudablemente de estilo francés, en madera opaca barnizada de pintura de oro, y de las paredes colgaban auténticos cuadros de Renoir y Picasso, o de lo contrario eran imitaciones lo suficientemente buenas como para engañar a un experto en cuadros famosos. Encima de la chimenea, donde ardían hermosos troncos de abeto gigante, colgaba un bello tapiz ricamente bordado en negro y verde, y la cenefa de la primera imitaba perfectamente una serpiente. Estaba mucho más en consonancia con aquella extraña estancia un enorme gato persa acostado, junto al ruego, sobre un fino tapete de terciopelo de Bokara, con las garras abiertas, el rabo enroscado y los ojos sulfurosos.
-Buenos días, míster Mycroft, ¿deseaba verme?
Al oír estas palabras, Mycroft se sobresaltó como si hubiera sido picado por una cobra. No se había dado cuenta de la entrada en el salón de aquel individuo que le había saludado y, sobre todo, no esperaba ciertamente ser llamado por su verdadero nombre. El propietario de aquella hermosa mansión se encontraba de pie a la puerta del salón, sonriendo correctamente a su inesperado visitante. Era un hombre de elevada estatura y de indefinida edad, vestido pulcramente con un elegante y bien confeccionado traje de noche. Los botones de su blanca camisa inmaculada eran de zafiros que imitaban pequeñas estrellitas, lo mismo que sus gemelos y el broche que sujetaba la cinta de la Légion d'Honneur. Era un hombre extremadamente negro. No obstante, y a pesar de esta llamativa apariencia, su aspecto no tenía nada de cómico, ni de extravagante. Lucía su elegante traje de corte inglés como alguien que está acostumbrado a ello desde siempre, y había una distinción y una nobleza, tan patente y marcada en su aspecto exterior, que Mycroft creyó estar delante de un antiguo emperador romano, o quizá de un estadista de la Época Dorada de la República, tallados en piedra basáltica.
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Rituales Creepypastas 2
RandomSegunda temporada de "Rituales Creepypastas"...para que tengan algo de "diversión".