38 - El Salón Que Conecta Con El Más Allá

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Mi tío Francisco era un tipo de esos rudos que no creían en fantasmas ni nada que se le parezca; no lo culpo. Él, a sus 60 años había sido educado en una época en que si los padres de un crío le escuchaban hablar de aparecidos y cosas de esas, consideraban que mentía, y la mejor forma de quitarle la costumbre de decir mentiras eran unos buenos azotes. Por eso me fue muy interesante cuando, una noche en una reunión familiar, me contó una experiencia que le había ocurrido cuando niño.

"Quiero que sepas que te cuento esto sólo a ti" –me dijo-, "no quiero que nadie en la familia piense que estoy loco".

Tras hacerle entender que su secreto estaría bien guardado conmigo, el tío Francisco se acomodó en su sofá y se sirvió otro vaso de cerveza para acompañar su relato. Estábamos en una sala de su casa; era un día de fiesta: el cumpleaños de su hermana, mi tía Claudina.

En realidad no eran tíos míos; eran parientes sí, pero el vínculo familiar era tan lejano que, cuando me explicaban el árbol genealógico de la familia, desistía de entenderlo. Para mí y para mi familia, eran nuestros parientes y ya.

Su inmensa casa, de construcción muy antigua, contaba con varios salones, por lo que no era difícil alejarnos del jolgorio como en esa ocasión en que estábamos ambos solos, en un salón apartado, en total confidencia.

"Tú sabes que en este pueblo siempre se cuentas historias de duendes y aparecidos" –prosiguió su relato-, "a mí siempre me han parecido cosas de vagos, de gente que no tiene otra cosa que hacer que inventar tonterías. Igual, de esta casa, cuentan siempre la historia de los hijos de la empleada que desaparecieron sin dejar rastro....".

Sí había escuchado esa historia, que decían pasó en la época del bisabuelo del tío Francisco.

"....Pero una vez, cuando era niño, me pasó algo que hasta ahora no puedo entender: te lo cuento para que tú me digas que fue...".

Veía en los ojos de aquél hombre la necesidad de saber la verdad de un capítulo oculto de su vida. Mintiendo descaradamente, le dije que yo desentrañaría lo que le afligía.

"Yo tenía 12 años"- recomenzó a relatar su experiencia-, "había una fiesta así como ahora; era el cumpleaños de la abuela Petronila. En esos tiempos, los cumpleaños duraban tres días, venía todo el pueblo, había mucha comida y bebida. Los hombres se sentaban en los salones, y las mujeres cocinaban para todos los visitantes. Los niños no podíamos estar ni en los salones ni en la cocina; debíamos jugar en el patio".

"Para esa fecha, mis padres me vistieron con un traje nuevo, de camisa blanca, chalequín azul, pantalones arriba de las rodillas, medias altas y los zapatos del domingo: yo estaba furioso por eso. Yo vivía feliz correteando sin zapatos por el campo, subiendo árboles, cogiendo higos de los huertos, robando huevos de pato en el sembrío del vecino,...."- decía mientras reía recodándose como un pequeño mataperros-, "....ese traje era como un castigo para mí; para contentarme, mis padres me compraron también una enorme pelota roja. Estando ya en el patio, con los demás niños, y todos se burlaban de mi aspecto".

"No aguante mucho; me peleé con todos y me metí a la casa, buscando paz. Sin pedir permiso a nadie, me metí en el salón viejo. Estaba prohibido en mi casa que yo o mis hermanas jugásemos ahí: en ese salón estaban las pinturas de los parientes, el reloj de péndulo y el viejo fonógrafo. Me imagino que mis papás no querían que los rompiésemos. No había nadie en el salón, así que me puse a jugar, solo, con mi pelota. Me paré frente a la pared donde estaba el reloj y comencé a botar mi pelota contra ella. Tirana la bola al suelo, rebotaba, golpeaba la pared y la cogía con mis manos; así una y otra, y otra vez. "

"De pronto, el viejo reloj comenzó a repicar: eran las tres de la tarde. Años después escuché decir al cura del pueblo que las tres de la madrugada era la hora del diablo y de los duendes, pero en ese momento eran las tres de la tarde. Paré un rato, tomando mi pelota con ambas manos, mientras el reloj daba las tres campanadas. Una vez que el reloj dejó de sonar, lancé la pelota contra el suelo. El balón golpeó contra los ladrillos del piso y sonoramente, se elevó hacia la pared......¡Y LA ATRAVESÓ POR COMPLETO!, ¡NO TE MIENTO, POR DIOS: LA PELOTA DESAPARECIÓ, COMO SI HUBIESE ATRAVESADO UNA PUERTA ABIERTA, LA PARED ESTABA INTACTA Y LA PELOTA NO ESTABA!!!."

Rituales Creepypastas 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora